La vanidad de la titulitis

¡Qué manía la de algunos políticos de adornar sus currículos con estudios que no han terminado o ni siquiera han comenzado! Creo que la práctica deriva de una cierta superchería relacionada con la titulitis que aún padece este país. Se trata a mi juicio de resabios de épocas no tan lejanas en las que tener un título universitario daba un ringo rango y una autoridad con los que el resto de los mortales solo podía soñar. Sin embargo, los tiempos han cambiado y en este caso también lo han hecho para mejor. El acceso a los estudios superiores se ha democratizado y, en la actualidad, haber pasado por las aulas universitarias no reviste a nadie de poderes mágicos sobre sus semejantes. Es más bien - o debería ser - su desempeño como ciudadano lo que le distinga y eleve por encima del resto y no tanto el número de títulos colgados en el salón de estar. El caso del máster de Cristina Cifuentes está empezando a hacer aflorar otros iguales o parecidos a él y todos ellos - qué casualidad - protagonizados por cargos públicos en activo. 

Desde el líder del PP canario con sus estudios sin terminar en su currículo parlamentario o el falseamiento de su lugar de nacimiento, hasta un alcalde de Tenerife - el de La Guancha - al que se le olvidó quitar una "n" de su currículo y apareció como "doctorado" en Química cuando solo era "doctorando". Tenemos también un caso mucho más grave en un concejal de pueblo que dice que es médico, que ejerce como médico pero que, según todos los datos disponibles, no es médico. Me refiero al hasta el martes último primer teniente de alcalde de Ingenio y secretario del PSOE de ese municipio grancanario. Se llama Juan Rafael Cabellero y ese día, en un comunicado de diez líneas, anunció su dimisión alegando "causas estrictamente personales". ¡Y tan personales si es verdad que no tiene titulación para ejercer la medicina! Desde entonces ha desaparecido de la faz de la tierra sin ofrecer más explicaciones. 


En el Colegio de Médicos de Las Palmas aseguran que no figura como colegiado y, al parecer, tampoco lo está en ningún colegio del país, por lo que cabe concluir que el señor Caballero lleva unos años actuando en sentido contrario a lo que indica su apellido y presuntamente cometiendo un delito. No solo ha engañado a sus electores, sino que ha dejado en broma de mal gusto el portal de transparencia del ayuntamiento. En él se podía leer hasta hace poco que Caballero es médico, lo que da idea de la credibilidad que se le puede atribuir a este tipo de instrumentos cuya transparencia deja no poco que desear. Con todo, lo más grave es haber ejercido una profesión como la medicina sin estar habilitado para ello. Aquí me temo que no sólo él sino quienes tienen la obligación de vigilar que estas cosas no pasen deben algunas explicaciones a los ciudadanos. 

El alcalde de Ingenio ha dicho - como exculpando al concejal - que nadie vota fijándose en el currículo del candidato. Me gustaría que el alcalde me explicara entonces para qué rayos pone alguien en su currículo unos estudios que no tiene como no sea por pura vanidad. No creo que esta absurda e infantil manía de presumir de titulitis que muestran los políticos se resuelva poniendo más controles en parlamentos y ayuntamientos que certifiquen la veracidad del currículo, como se han apresurado a pedir algunas fuerzas políticas para las que basta con añadir un poco más de burocracia  superflua para acabar con el problema. En todo caso, deberían ser los partidos los responsables de que sus cargos públicos no mientan a los ciudadanos sobre sus méritos académicos que, por otro lado, nadie les pide. En definitiva, lo único que se necesita es seriedad y respeto para con los ciudadanos e incluso para con uno mismo. ¿Por qué es tan difícil entenderlo? 

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