La importancia de llamarse Iñaki

Yo antes no creía en la Justicia pero hoy la Audiencia de Palma me ha rescatado de las tinieblas y me ha hecho ver la luz: proclamo a los cuatro vientos que creo firmemente en que la Justicia es igual para todos y todas y reniego de los populistas que afirman que es más igual para unos y unas que para otros y otras. En consecuencia, me sumo con fervor al coro de voces blancas que canta sin cesar que las sentencias sólo se pueden respetar y acatar. Me cuidaré por tanto de crítica alguna a las rigurosas medidas cautelares que la Audiencia de Palma le ha impuesto hoy a Iñaki Urdangarín.

No diré, por ejemplo, que es un evidente trato de favor que el autor del guión y actor principal de esa serie de bandoleros titulada “Nóos” pueda seguir viviendo con comodidad en su querida Suiza. Ni me quejaré de que a las juezas que lo condenaron a la “elevada “ pena de 6 años de cárcel les baste con que se pase cada mes por un juzgado suizo que le pille de paso camino del padel o al esquí y se haga unos selfies con el funcionario o funcionaria de turno para que conste en donde y ante quien corresponda.

Además, comparto por completo con las juzgadoras que no hay necesidad alguna de entrar en pormenores sobre el arraigo de Urdangarín en su amado país natal y el nulo riesgo de fuga del condenado. Preciso tan sólo para malpensados que sus señorías se refieren a la reputación pública de Urdangarín como balonmanista de brillante trayectoria y al que en la vida se le ocurririá salir de naja por muy en forma que siga estando. 


Quien me está dando un poquito de pena es el actor secundario Diego Torres, ex profesor y, sin embargo, ex socio y ex amigo de Urdangarín. Él, que con su planta y su labia no le hubiera sacado un euro ni al tonto del pueblo, está bailando con la más fea desde el principio de la película y, seguramente, preguntándose qué ha hecho para merecer esto. Las juezas le impusieron la pena más dura  - 8 años - y ahora, de propina,  le retiran el pasaporte aunque le permiten continuar en libertad.

Pena da también el fiscal Horrach, el hombre que lo apostó todo para salvar a la infanta y cargarle el mochuelo al marido. A la infanta la salvó y ella y la Corona le estarán eternamente agradecidos. Sin embargo, el marido se le está escapando vivo: la sentencia rebaja dos tercios su petición de pena y ahora  las juezas lo dejan en libertad cuando él había pedido prisión eludible con fianza de 200.000 euros. A lo mejor tampoco son ganas de molestar por parte de las magistradas sino que habrán considerado que Urdangarín se quedaría sin tener con qué alimentar a su familia  si tuviera que pagar ese dineral para eludir la prisión. Aunque para pena penita pena la que da el juez Castro: él sí que apostó fuerte y se batió el cobre durante meses para acusar a la infanta y a Urdangarín y ve ahora que casi todo su esfuerzo ha sido en vano.

Y aquí lo dejo ya para no ser irrespetuoso con la luminosa decisión judicial que han adoptado hoy las juezas de Palma y que me han devuelto la fe en esa señora de ojos vendados y balanza en perfeto equilibrio llamada Justicia. Ahora sólo confío en que cuando la causa llegue al Supremo se le rebaje la pena de prisión a Urdangarín de tal manera que la pueda cumplir con algún servicio a la comunidad de su país de adopción y residencia. Podría, por ejemplo, dar alguna conferencia de vez en cuando en algún banco suizo sobre teoría y práctica de cómo mangar de lo público en beneficio propio y familiar. 

Sherlock y el misterio de la banca

Después de muchos meses empujando, el Congreso de los Diputados ha puesto hoy un huevo blanco y hermoso: ha creado una comisión de investigación. Como su propio nombre sugiere, el asunto va de investigar, verbo de un inconfundible aroma a misterio e incertidumbre sobre si el asesino fue el mayordomo o el ama de llaves. De lo que se trata en este caso es de investigar los avatares y sinsabores del sistema financiero de este país, que son sobre todo los de los españoles. Pero no se hagan ilusiones, sus señorías no tienen previsto contar con los servicios de Sherlock Holmes, Philip Marlowe y el inspector Gadget para que los españoles averigüemos quiénes se lo han llevado crudo y se han ido de rositas.

Eso es algo que los  ciudadanos de este país ya sabemos y sufrimos hace tiempo, así que no termino de entender la necesidad de la comisión de marras. Puede que sean ciertas ansias de protagonismo y, sobre todo, la mala conciencia política por la promiscuidad y la connivencia con la que se han relacionado políticos y banqueros durante estos últimos años, pero es sólo una sospecha seguramente sin fundamento. Los partidos también se han puesto hoy de acuerdo para que la investigación arranque allá por el año 2000, cuando Rodrigo Rato hacía milagros económicos en España y hasta Aznar se permitía sonreír mientras inauguraba autopistas de peaje.


Lo que me pregunto es por qué no remontar el periodo investigado a la época de Luis Candelas y José María “El Tempranillo” si al fin y al cabo, salvando los trabucos, sus métodos y los de los banqueros actuales tampoco se diferencian tanto. Seis meses como mínimo dedicarán sus señorías y sus invitados a investigar las causas y consecuencias de la burbuja inmobiliaria, quién la infló y quién  y por qué no la desinfló cuando debía antes de que el estallido nos alcanzara a todos. Se detendrán también los suyo en la rocambolesca fusión de las cajas de ahorro y en aquel rumboso rescate bancario que España nunca pidió pero que nos ha costado un Potosí a pesar de sus “ventajosas condiciones” – Rajoy dixit.

Al tocomocho de las preferentes, a las cláusulas abusivas de las hipotecas y a la salida de Bankia a Bolsa es seguro que dedicarán también unas cuantas semanas los investigadores, con Rato convertido ahora en villano pero con tarjeta black en el bolsillo. Después, redactarán unas conclusiones al gusto de los partidos que tengan mayoría en la comisión, las guardarán en un cajón y se dedicarán a otra cosa.

Que no se me entienda mal: no estoy menospreciando la labor del parlamento pero la experiencia ha demostrado sobradamente que estas comisiones carecen de utilidad y que las responsabilidades políticas que pretenden depurar nunca se llegan a sustanciar. Sería una sorpresa que no espero que esta nueva comisión sobre la banca y el sistema financiero no se convierta, como las anteriores, en un nuevo escenario para la disputa política y el “y tú más”.

Con todas sus deficiencias, que no son pocas, confío mucho más en las investigaciones judiciales que en las políticas, aunque ambas no sean excluyentes. Los jueces han sentado a banqueros en el banquillo de los acusados y alguno incluso purga sus culpas entre rejas, lo nunca visto antes. De las responsabilidades políticas deberíamos ocuparnos los ciudadanos en las urnas y confiar mucho menos en quienes, después de años de dejar hacer y dejar pasar todas las tropelías de la banca, pretenden ahora redimirse de su propia pasividad cuando no de su connivencia.Los culpables que ahora nos pretenden revelar ya los conocemos hace tiempo, así que harían mejor sus señorías en dedicar sus esfuerzos a otros menesteres como, por ejemplo, legislar para que no vuelva a pasar.    

Soria y el arte de la batata

Hay cierta clase de políticos tan pagados de sí mismos que sólo ven en los ciudadanos gente que se chupa el dedo y babean cuando ellos hablan. Son los mismos que demuestran una insana y desmedida afición por el cultivo de la batata política y que están dispuestos a sostenella y a no enmendalla salvo que sea un juez quien les enmiende la plana. Su estrategia suele consistir en mirarte fijamente a los ojos, apuntar con el dedo índice bien tieso hacia el techo y jurar por el santo patrón de las verduras todo lo contrario de lo que quiera que sea que hayan dicho o hecho y que pueda ponerlos en un brete. No se pueden permitir un pestañeo, un quiebro en la voz o una duda sobre las palabras a emplear, que siempre deben ser pocas y precisas. La contundencia, la firmeza y la brevedad son elementos clave para que una batata política eche raíces y engorde, dando así los frutos deseados por su cultivador.

Aún así, siempre habrá gente incrédula y metomentodo que sospechará al ver las ramas y escarbará hasta dar con el tubérculo por bien enterrado que parezca estar. A José Manuel Soria, ya conocido en su tierra por el gusto que le fue tomando en su carrera política a la batata de tamaño familiar, le acaban de descubrir otra bien gorda y bien enterrada en un hotel de la República Dominicana. Siendo aún ministro del Gobierno del Reino de España decidió que se merecía un reposo, de manera que se enfundó la guayabera y recaló en un lujoso hotel dominicano de un empresario lanzaroteño llamado Enrique Martinón, conocido en su isla natal por los hoteles a los que la Justicia tiene enfilados por sus irregularidades urbanísticas.


Ocurrió que el ex ministro debió olvidarse la cartera en España porque la estancia en una lujosa suite le salió gratis total y él sólo tuvo que pagar las chuches extras con las monedas de a céntimo que llevó para el cambio. Dos periodistas de eldiario.es/canarias ahora – Ignacio Escolar y Carlos Sosa – demostraron  con documentos que el relajado retiro de Soria había sido una graciosa invitación de Martinón al entonces ministro y presidente del PP canario. Éste adoptó entonces la estrategia que les dije antes y, con contundencia, firmeza y brevedad, negó ante los micrófonos y en sede parlamentaria que estuviera cultivando un robusto y hermoso boniato en la República Dominicana.

Con el argumento de que sus vacaciones se las paga de su bolsillo y de que él, como si acabara de salir de Media Markt, no es “tonto” y no deja que lo invite un empresario turístico, Soria se fue a un juzgado de Madrid y cual caballero andante presentó una demanda en defensa de su honor mancillado. La ha perdido de principio a fin y, en consecuencia, no sólo su batata ha quedado con las vergüenzas al aire sino que él ha quedado como un tonto que se ha pasado de listo. A los políticos que como Soria les atraiga el cultivo de la batata les recomiendo que lean, enmarquen y aprendan de memoria este breve fragmento de la sentencia en la que Soria ha salido trasquilado tras ir a por lana:

 “El Sr. Soria era Ministro (...) en la fecha de la publicación y es evidente que a los ciudadanos no les puede resultar indiferente la noticia de que un miembro del Gobierno disfíute de unos días de vacaciones invitado por el propietario de un grupo hotelero. (...) Consta probado que el Sr. Soria no pagó la estancia en el hotel, y ello resulta evidente pues el único justificante que aportó se refiere al abono de costes extra, pues con la cantidad abonada es impensable que pueda pretenderse justificar el pago de la estancia en una suite de un hotel de lujo, por lo que hay una total evidencia de que el Sr. Soria efectivamente fue invitado por la propiedad del hotel, o lo que es lo mismo, no se le cobró el coste del alojamiento”.

Fin de la cita y moraleja: batatas en política, ninguna o las menos posibles para no echar a perder el potaje.