Mariano Gatopardo Rajoy

Se lo pensó, le dio largas a la decisión y por fin lo cuadró, supongo que a su gusto: el que hemos conocido esta tarde es el gobierno de Rajoy y entiéndase la frase de manera literal porque sólo de él es la potestad de nombrarlo pero, ante todo, porque los indicios apuntan a que apenas ha consultado su composición con nadie. ¿Cómo definirlo? ¿Qué esperar de él? ¿Es el instrumento apropiado para que Rajoy consiga llegar a acuerdos con la oposición sobre presupuestos, educación, pensiones, financiación autonómica, Cataluña, por citar sólo unos pocos, los más urgentes tal vez? ¿Es el gobierno que va a hacer que la legislatura no muera con el año o un poco más allá o va a ser el parapeto que protegerá sin tocarle ni una coma la reforma laboral o que se sentará a esperar a que los demás pacten con él en lugar de impulsar el diálogo y el acuerdo?

¡Viva la renovación!

Echando un vistazo a los nombres de los que repiten y de los nuevos, discrepo de quienes sostienen que tratándose de Mariano Rajoy no cabía esperar sorpresas. ¿Cómo cabe interpretar que Cristóbal Montoro, el ministro de la amnistía fiscal, el que no ha dudado en vilipendiar al mundo de la cultura y usar la Agencia Tributaria con fines partidistas y el que ha sido incapaz de reformar el sistema de financiación autonómico, por mencionar sólo unos pocos ejemplos de su desastrosa gestión, siga formando parte del gobierno?  Si no es una sorpresa – desagradable - que uno de los ministros más desgatados siga en el puesto que venga Rajoy y lo explique.
  

Que María Dolores de Cospedal, la del “despido en diferido” de Bárcenas, haya sido galardonada en la pedrea con el Ministerio de Defensa sólo puede interpretarse como un premio de Rajoy a su fiel escudera en el PP por las innumerables veces en las que ha ejercido de dique de contención para que la marea de la corrupción no llegara a la presidencia del partido y del Gobierno. Nada que no fuera desprenderse de él podía hacer Mariano Rajoy con el denostado y peligroso Jorge Fernández Díaz, al que sustituye en Interior el que fuera alcalde de Sevilla, Juan Ignacio Zoido, un hombre con amplia experiencia en mandar en la policía municipal.

De Guindos hereda a Soria, Catalá hace guardia en el Constitucional y Báñez vigila las pensiones

Que Soraya Saénz de Santamaría seguiría como vicepresidenta era seguro, pero Rajoy también sorprenda encargándole Administraciones Territoriales y poniendo la portavocía en manos de Íñigo Méndez de Vigo, que continúa en Educación. Su perfil político, contrapuesto al del nefasto José Ignacio Wert, no es el menos malo para alcanzar el pacto por la educación que Rajoy prometió en su investidura, aunque tendrá que hacer gala de no poca mano izquierda. De Guindos, otro fijo en las quinielas, sigue en Economía y añade la cartera de Industria, que hereda de su amigo José Manuel Soria a pesar del escándalo que supuso su intento de enchufarlo de tapadillo en el Banco Mundial. Negociar con Bruselas y resolver los desaguisados que dejó su antecesor no son tarea menor.

Se saca Rajoy de la manga el nuevo Ministerio de Energía, Turismo y Sociedad Digital – que siempre queda muy moderno -  adjudicado a Álvaro Nadal, responsable de la oficina económica de Moncloa. Para Fomento Rajoy ha elegido al alcalde de Santander, Íñigo de la Serna, del que lo único que puede decirse de momento es que será el segundo Íñigo del nuevo gobierno.  A Exteriores, de donde sale un lenguaraz y metepatas José Manuel García – Margallo, va un desconocido diplomático de carrera llamado Alfonso Dastis, mientras que en Sanidad y Asuntos Sociales Rajoy coloca a una ministra catalana, Dolors Montserrat, en un claro guiño antisoberanista.

García Tejerina, ministra sin apenas proyección política, sigue ocupándose del medio ambiente, la agricultura y la pesca y Rafael Catalá sigue al timón de Justicia, con la vista puesta en Cataluña por lo que pueda pasar en los próximos meses. También sigue Fátima Báñez, la ministra de la reforma laboral, a la que ahora se le suma la obligación de buscar un nuevo pacto de estado que garantice el sistema de pensiones. Como en el caso de Montoro, Rajoy mantiene a una ministra con la que se ha precarizado el mercado laboral hasta límites inimaginables y con la que la hucha de las pensiones ha empezado a criar telarañas sin que haya movido un dedo para revertir la situación.


¿Por sus hechos los conoceréis? 

Es natural que, minutos después de conocer lo que Rajoy ha ideado en su retiro gallego, lo que haya sobre la mesa en estos momentos sean sólo preguntas. Las respuestas irán llegando con el tiempo y las primeras no tardaremos en conocerlas, en cuanto este gobierno y la oposición se sienten a negociar los próximos Presupuestos Generales del Estado con ajuste de 5.500 millones de euros por orden de Bruselas. Ese será el primer test para averiguar cuán flexibles son las cinturas políticas, empezando por las del propio Rajoy y sus ministros, y continuando por las de un PSOE en la situación más comprometida en la que se ha encontrado a lo largo de su historia reciente: ser oposición y, al mismo tiempo, no darle motivos a Rajoy para adelantar unas elecciones al menos hasta que no empiece a salir del hoyo de sus crisis interna.

A bote pronto y a expensas de que los hechos me quiten o me den la razón, veo en este gobierno escasas posibilidades de que sea el que necesita la realidad política actual del país. Con Montoro, Guindos, Báñez o Catalá en el gobierno, creo que a Rajoy le ha salido hoy la vena lampedusiana y nos ha querido vender un gran cambio de gobierno para que en realidad no cambie nada o que, como mucho, cambie lo menos posible. Y en eso sí que Rajoy no ha sorprendido a nadie. 

Pacto con calzador

El que dijo aquello de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra no tuvo en cuenta a los políticos: estos, tal vez para mantenerse agarrados a la brocha, tropiezan cuantas veces haga falta por más que las evidencias empíricas aconsejen cambiar de estrategia. El caso del pacto en cascada en el que llevan dos legislaturas empeñados CC y el PSOE es un ejemplo de manual de la reinsidencia en el error. En la pasada legislatura ya generó no pocos dolores de cabeza cuando el PSOE y el PP en el cabildo de La Palma se aliaron para dejar en la oposición a CC. Aquello provocó un desgarro en los socialistas palmeros con expulsiones y gestoras de por medio y puso al pacto regional contra las cuerdas.

Sin embargo, lo ocurrido entonces apenas fue nada comparado con lo que viene ocurriendo con ese mismo acuerdo, reeditado al comienzo de la presente legislatura por los mismos socios aunque con diferentes protagonistas estampando sus firmas al pie. La obligación de aplicarlo en pedanías, ayuntamientos chicos, medianos y grandes, además de en los cabildos en donde CC y PSOE sumen mayorías absolutas, se ha vuelto a revelar como una fuente permanente de inestabilildad y distracciones que estas islas no se pueden permitir. Desde el día siguiente a la firma han menudeado los incumplimientos y en la mayoría de los casos ha sido el PSOE el damnificado: CC se ha saltado el acuerdo en cascada en La Laguna, el Puerto de la Cruz o Arico, por citar sólo algunos casos. En el cabildo de Lanzarote los socialistas tuvieron que esperar a que se les pasara el cabreo que les causaron determinadas decisiones del nacionalista Sanginés para poder acceder al gobierno insular.


Cuando a los socialistas se le ocurrió tomar rehenes en el ayuntamiento herreño de La Frontera, CC les conminó severamente a arrojar las armas y salir con las manos en alto y les vetó como socios de gobierno en el cabildo herreño. La lista es más larga pero con estos ejemplos es suficiente. El penúltimo episodio de lo inútil y dañino que resulta el pacto en cascada para la estabilidad del gobierno autonómico se ha producido en Granadilla, en donde CC ha desalojado al PSOE de la alcaldía y los nacionalistas aún no han aplicado las medidas disciplinarias a las que se habían comprometido. De lo ocurrido en Granadilla ha pasado más de un mes pero los efectos perduran en un pacto que los socios mantienen con alfileres.

Después de la interesada rumorología que circuló la semana pasada sobre una posible moción de censura contra el Gobierno canario o sobre un gobierno alternativo de populares y nacionalistas, CC y PSOE decidieron el sábado que lo mejor para las islas era mantener el acuerdo y, para ello, no se les ocurrió una idea mejor que volver a comprometerse a revertir los incumplimientos del dichoso pacto en cascada. En la práctica, eso supone moción de censura en Puerto de la Cruz o dimisión de la alcaldesa de Arico para que gobierne el PSOE en ambos lugares.

Cualquiera, salvo los socios del pacto, podía adivinar cuál iba a ser la reacción de los concejales nacionalistas afectados por esa decisión: colocarse a la defensiva y advertir de que sólo acatarán lo que decidan los respectivos comités locales de CC por mucho que se les ponga en el disparadero de la expulsón. De manera que, intentando apagar el fuego en el pacto regional, los socios están dispuestos ahora a provocar un incendio de inestabilidad municipal en donde, en la mayorías de las ocasiones, priman las simpatías o las antipatías personales por encima de las siglas o, en el mejor de los casos, es imposible que cogobiernen partidos que se disputan los mismos electores.

Solo de esperpéntica se me ocurre calificar la posibilidad de que el acuerdo entre socialistas y nacionalistas vuelva a encallar – si es que en algún momento ha desencallado – porque un determinado grupo de concejales en un determinado ayuntamiento se niega a presentar una moción de censura. Si tal cosa ocurriera, CC y PSOE deberán explicar a todos los canarios si para ellos es más importante el color político de  determinado ayuntamiento que la sanidad, la educacón, el empleo o los servicios sociales. Si de verdad los socios creen que su acuerdo político es el mejor para Canarias - que seguramente lo es - deberían demostrarlo enterrando de una vez el nocivo pacto en cascada y centrándose única y exclusivamente en la que debe ser su principal obligación: dar respuesta a las necesidades y problemas de todos los canarios.   

Rajoy ya no tiene prisa

El hombre que, dedo en alto, más nos ha dado la brasa este año con la urgencia de que España tuviera un gobierno “que gobierne” mientras no hacia nada para lograrlo, ha sufrido un repentino aunque no inesperado ataque de pachorra. Un minuto después de conseguir la investidura por la que suspiraba, Rajoy anunció que no habría gobierno hasta el jueves y acabó de un plumazo con todas las cábalas al respecto. No es que el retraso vaya a empeorar más el paro o que Bruselas nos exija recortes añadidos; se trata de que este gesto sin aparente trascendencia evidencia una vez más que en Rajoy lo que importa no es lo que dice sino lo que hace. Por eso, cuando dice que quiere pactar con el PSOE y con Ciudadanos los grandes asuntos,  deberíamos pensar que su objetivo real es pactar lo mínimo imprescindible para que la legislatura y su gobierno no naufraguen a las primeras de cambio.

Que nadie espere, empezando por el PSOE, que con Rajoy en La Moncloa se va a derogar la reforma laboral, se va a llegar a un gran consenso sobre las pensiones o se va a alcanzar un pacto por la educación. Si se consiguen aprobar los presupuestos del año que viene y, con suerte, los del siguiente antes de volver a las urnas ya sería todo un éxito. Es Rajoy, no lo olvidemos, el que tiene en sus manos la posibilidad de adelantar las elecciones en cuanto le interese al PP o en cuanto la oposición pretenda laminar las reformas aprobadas en la feliz legislatura de la mayoría absoluta en la que las críticas entraban por un oído y salían por el otro.


Sobre ese gobierno que Rajoy anunciará urbi et orbi el  jueves hay quinielas para todos los gustos pero todas coinciden en que debe combinar la capacidad de diálogo con la defensa de las reformas que Rajoy considera su mejor legado a este país. Por echarle un cable, le sugiero que prescinda sin dudarlo del actual minitro del Interior, un verdadero peligro para la democracia. La misma suerte debería correr Montoro, un peligro en este caso para nuestros bolsillos, aunque las grandes fortunas y los grandes evasores fiscales le estarán eternamente agradecidas.

García Margallo y Morenés se merecen el despido fulminante por incompetentes, bocazas y metepatas y destino idéntico debería recaer sobre Luis de Guindos, quien ya debió haber sido despedido sin contemplaciones cuando intentó enchufar a su amigo José Manuel Soria en el Banco Mundial. Como cabía esperar, Méndez de Vigo ha pasado sin pena ni gloria por Educación, un ministerio que requiere a alguien de un perfil opuesto al sectarismo del que hizo gala José Ignacio Wert. Con la educación, la sanidad y los servicios sociales en manos de las comunidades autónomas, hacen falta ministros que tiendan puentes y reconduzcan las relaciones con quienes deben gestionar el día a día de estos servicios esenciales.

Para Empleo hace falta alguien que crea menos en los milagros para resolver el problema de la precariedad laboral y el de las pensiones, así que Fátima Báñez debería quedar fuera del Ejecutivo con el agradecimiento patronal por los servicios prestados. Industria necesita a alguien que no sepa dónde está Panamá y que se lleve bien con las eléctricas y para Justicia le hace falta un ministro que se pase el día en el Constitucional empepalando a los soberanistas catalanes, una tarea para la que podría seguir contando con Rafael Catalá; otra cosa es que quiera hablar de algo que no sean penas y leyes con los catalanes y  acometer un cambio en la administración de justicia y en el poder judicial, pero no recuerdo que sobre eso dijera nada Rajoy en su discurso de investidura.

Pero como dice Soraya Sáenz de Santamaría, la única que parece tener todos los boletos para seguir en el gobierno, no nos merendemos la cena y esperemos a que Rajoy se lo termine de pensar con toda la pachorra de la que ahora hace gala después de meter prisa todo el año para conseguir la investidura de la que ya disfruta. En cualquier caso, que nadie espere sorpresas de Rajoy porque sería como pedirle que dejara de ser él mismo y que por una vez hiciera lo que dice pero eso, además de no poder ser, es imposible.