Pacto con calzador

El que dijo aquello de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra no tuvo en cuenta a los políticos: estos, tal vez para mantenerse agarrados a la brocha, tropiezan cuantas veces haga falta por más que las evidencias empíricas aconsejen cambiar de estrategia. El caso del pacto en cascada en el que llevan dos legislaturas empeñados CC y el PSOE es un ejemplo de manual de la reinsidencia en el error. En la pasada legislatura ya generó no pocos dolores de cabeza cuando el PSOE y el PP en el cabildo de La Palma se aliaron para dejar en la oposición a CC. Aquello provocó un desgarro en los socialistas palmeros con expulsiones y gestoras de por medio y puso al pacto regional contra las cuerdas.

Sin embargo, lo ocurrido entonces apenas fue nada comparado con lo que viene ocurriendo con ese mismo acuerdo, reeditado al comienzo de la presente legislatura por los mismos socios aunque con diferentes protagonistas estampando sus firmas al pie. La obligación de aplicarlo en pedanías, ayuntamientos chicos, medianos y grandes, además de en los cabildos en donde CC y PSOE sumen mayorías absolutas, se ha vuelto a revelar como una fuente permanente de inestabilildad y distracciones que estas islas no se pueden permitir. Desde el día siguiente a la firma han menudeado los incumplimientos y en la mayoría de los casos ha sido el PSOE el damnificado: CC se ha saltado el acuerdo en cascada en La Laguna, el Puerto de la Cruz o Arico, por citar sólo algunos casos. En el cabildo de Lanzarote los socialistas tuvieron que esperar a que se les pasara el cabreo que les causaron determinadas decisiones del nacionalista Sanginés para poder acceder al gobierno insular.


Cuando a los socialistas se le ocurrió tomar rehenes en el ayuntamiento herreño de La Frontera, CC les conminó severamente a arrojar las armas y salir con las manos en alto y les vetó como socios de gobierno en el cabildo herreño. La lista es más larga pero con estos ejemplos es suficiente. El penúltimo episodio de lo inútil y dañino que resulta el pacto en cascada para la estabilidad del gobierno autonómico se ha producido en Granadilla, en donde CC ha desalojado al PSOE de la alcaldía y los nacionalistas aún no han aplicado las medidas disciplinarias a las que se habían comprometido. De lo ocurrido en Granadilla ha pasado más de un mes pero los efectos perduran en un pacto que los socios mantienen con alfileres.

Después de la interesada rumorología que circuló la semana pasada sobre una posible moción de censura contra el Gobierno canario o sobre un gobierno alternativo de populares y nacionalistas, CC y PSOE decidieron el sábado que lo mejor para las islas era mantener el acuerdo y, para ello, no se les ocurrió una idea mejor que volver a comprometerse a revertir los incumplimientos del dichoso pacto en cascada. En la práctica, eso supone moción de censura en Puerto de la Cruz o dimisión de la alcaldesa de Arico para que gobierne el PSOE en ambos lugares.

Cualquiera, salvo los socios del pacto, podía adivinar cuál iba a ser la reacción de los concejales nacionalistas afectados por esa decisión: colocarse a la defensiva y advertir de que sólo acatarán lo que decidan los respectivos comités locales de CC por mucho que se les ponga en el disparadero de la expulsón. De manera que, intentando apagar el fuego en el pacto regional, los socios están dispuestos ahora a provocar un incendio de inestabilidad municipal en donde, en la mayorías de las ocasiones, priman las simpatías o las antipatías personales por encima de las siglas o, en el mejor de los casos, es imposible que cogobiernen partidos que se disputan los mismos electores.

Solo de esperpéntica se me ocurre calificar la posibilidad de que el acuerdo entre socialistas y nacionalistas vuelva a encallar – si es que en algún momento ha desencallado – porque un determinado grupo de concejales en un determinado ayuntamiento se niega a presentar una moción de censura. Si tal cosa ocurriera, CC y PSOE deberán explicar a todos los canarios si para ellos es más importante el color político de  determinado ayuntamiento que la sanidad, la educacón, el empleo o los servicios sociales. Si de verdad los socios creen que su acuerdo político es el mejor para Canarias - que seguramente lo es - deberían demostrarlo enterrando de una vez el nocivo pacto en cascada y centrándose única y exclusivamente en la que debe ser su principal obligación: dar respuesta a las necesidades y problemas de todos los canarios.   

Rajoy ya no tiene prisa

El hombre que, dedo en alto, más nos ha dado la brasa este año con la urgencia de que España tuviera un gobierno “que gobierne” mientras no hacia nada para lograrlo, ha sufrido un repentino aunque no inesperado ataque de pachorra. Un minuto después de conseguir la investidura por la que suspiraba, Rajoy anunció que no habría gobierno hasta el jueves y acabó de un plumazo con todas las cábalas al respecto. No es que el retraso vaya a empeorar más el paro o que Bruselas nos exija recortes añadidos; se trata de que este gesto sin aparente trascendencia evidencia una vez más que en Rajoy lo que importa no es lo que dice sino lo que hace. Por eso, cuando dice que quiere pactar con el PSOE y con Ciudadanos los grandes asuntos,  deberíamos pensar que su objetivo real es pactar lo mínimo imprescindible para que la legislatura y su gobierno no naufraguen a las primeras de cambio.

Que nadie espere, empezando por el PSOE, que con Rajoy en La Moncloa se va a derogar la reforma laboral, se va a llegar a un gran consenso sobre las pensiones o se va a alcanzar un pacto por la educación. Si se consiguen aprobar los presupuestos del año que viene y, con suerte, los del siguiente antes de volver a las urnas ya sería todo un éxito. Es Rajoy, no lo olvidemos, el que tiene en sus manos la posibilidad de adelantar las elecciones en cuanto le interese al PP o en cuanto la oposición pretenda laminar las reformas aprobadas en la feliz legislatura de la mayoría absoluta en la que las críticas entraban por un oído y salían por el otro.


Sobre ese gobierno que Rajoy anunciará urbi et orbi el  jueves hay quinielas para todos los gustos pero todas coinciden en que debe combinar la capacidad de diálogo con la defensa de las reformas que Rajoy considera su mejor legado a este país. Por echarle un cable, le sugiero que prescinda sin dudarlo del actual minitro del Interior, un verdadero peligro para la democracia. La misma suerte debería correr Montoro, un peligro en este caso para nuestros bolsillos, aunque las grandes fortunas y los grandes evasores fiscales le estarán eternamente agradecidas.

García Margallo y Morenés se merecen el despido fulminante por incompetentes, bocazas y metepatas y destino idéntico debería recaer sobre Luis de Guindos, quien ya debió haber sido despedido sin contemplaciones cuando intentó enchufar a su amigo José Manuel Soria en el Banco Mundial. Como cabía esperar, Méndez de Vigo ha pasado sin pena ni gloria por Educación, un ministerio que requiere a alguien de un perfil opuesto al sectarismo del que hizo gala José Ignacio Wert. Con la educación, la sanidad y los servicios sociales en manos de las comunidades autónomas, hacen falta ministros que tiendan puentes y reconduzcan las relaciones con quienes deben gestionar el día a día de estos servicios esenciales.

Para Empleo hace falta alguien que crea menos en los milagros para resolver el problema de la precariedad laboral y el de las pensiones, así que Fátima Báñez debería quedar fuera del Ejecutivo con el agradecimiento patronal por los servicios prestados. Industria necesita a alguien que no sepa dónde está Panamá y que se lleve bien con las eléctricas y para Justicia le hace falta un ministro que se pase el día en el Constitucional empepalando a los soberanistas catalanes, una tarea para la que podría seguir contando con Rafael Catalá; otra cosa es que quiera hablar de algo que no sean penas y leyes con los catalanes y  acometer un cambio en la administración de justicia y en el poder judicial, pero no recuerdo que sobre eso dijera nada Rajoy en su discurso de investidura.

Pero como dice Soraya Sáenz de Santamaría, la única que parece tener todos los boletos para seguir en el gobierno, no nos merendemos la cena y esperemos a que Rajoy se lo termine de pensar con toda la pachorra de la que ahora hace gala después de meter prisa todo el año para conseguir la investidura de la que ya disfruta. En cualquier caso, que nadie espere sorpresas de Rajoy porque sería como pedirle que dejara de ser él mismo y que por una vez hiciera lo que dice pero eso, además de no poder ser, es imposible.

Pedro Sánchez, mártir

Entre las muchas virtudes que adornan a Pedro Sánchez no figura la autocrítica. Llegó a la secretaría general aupado por las primarias y cuando el PSOE perdía votos a manos llenas. Algo más de dos años después, lejos de reducirse, la hemorragia no ha hecho más que crecer como ponen de manifiesto los resultados del 20D y del 26J y como habría vuelto a ocurrir si se hubieran celebrado unas terceras elecciones en diciembre.  Aunque los deplorables resultados que el PSOE obtuvo en las recientes elecciones de finales de septiembre en el País Vasco y Galicia merecían un análisis de las causas del fracaso y de las medidas para reconducir la situación, la ejecutiva socialista que entonces lideraba Sánchez se abstuvo de esa tarea imprescindible en cualquier partido que se precie.

Su objetivo fue siempre alcanzar un acuerdo de gobierno con Podemos y Ciudadanos que sólo era posible en su imaginación, por más que no salieran ni las cuentas numéricas ni las políticas. Esa irresponsable tozudez es en gran parte la culpable de que su partido se encuentre ahora dividido, desnortado y desconcertado como hacía décadas no ocurría. Renunciar el pasado sábado a su escaño para evitar abstenerse en la investidura de Rajoy fue lo mejor que pudo hacer. Esa decisión le honra por cuanto concuerda fielmente con sus planteamientos políticos; sin embargo, su problema sigue radicando en que esos planteamientos y los datos de la realidad política están reñidos entre sí.

Esto está llevando a Sánchez a empezar a ver gigantes y enemigos en donde sólo hay molinos de viento y ovejas. Sus declaraciones de anoche en televisión culpando a las grandes empresas del IBEX y a determinados grupos editoriales de trabajar para hacer imposible un gobierno del PSOE con Podemos, nos ofrecen la figura de un político aferrado a cualquier argumento, por indemostrable que resulte, para sostenella y no enmendalla. No obstante, la guinda de esa entrevista ha sido considerar un error haber llamado “populista” a Podemos, lo que denota una absoluta ingenuidad por su parte en  el mejor de los casos o, en el peor, una supina ignorancia política.

Sánchez, al que los dirigentes, militantes y simpatizantes de Podemos y una parte importante de los del PSOE parecen a punto de convertir en mártir irredento de una causa imposible, se apresta ahora a subirse a su coche y a recorrer España para “recuperar” el partido con el apoyo de los militantes. Si por él y por los que piensan como él hubiera sido, a estas horas ya tendríamos convocadas nuevas elecciones generales y ya podríamos ir descontando una nueva victoria más abultada aún del PP, una nueva hecatombe del PSOE en las urnas y el ansiado “sorpasso” por el que suspira Podemos.

Todo esto por no hablar del cabreo ciudadano y del desprestigio de una clase política incapaz durante más de diez meses de la más mínima transacción para ocuparse de los intereses generales. Pero eso a Sánchez ni antes ni ahora parece haberle importado demasiado, ni siquiera en una situación como la actual en la que su partido tiene ante sí un escenario político dantesco en el que lo que menos necesita es añadir a sus muchos frentes abiertos uno nuevo: el mesianismo salvador.