¿Regeneración? ¿Qué regeneración?

En el PP deberían hacérselo mirar seriamente. En la metedura de pata con el nombramiento de Soria para el Banco Mundial actúan los populares como los adúlteros pillados en plena faena que alegan en su imposible defensa que las cosas no son lo que parecen sino lo que ellos quieren que parezcan. Varios medios de comunicación han desmontado todos y cada uno de los increíbles argumentos empleados por Rajoy y los suyos para intentar revestir de legalidad y aburrido trámite administrativo en forma de concurso público un caso en el que lo único que ha primado ha sido el más rancio amiguismo del beneficiado con los beneficiadores. 

Ni ha habido concurso público que merezca ese nombre ni el cargo de marras en el Banco Mundial tiene que ser ocupado por un funcionario público, técnico comercial del Estado por más señas. Sólo indicaciones vagas y genéricas sobre las condiciones que debe reunir el candidato que tanto puede ser un técnico comercial del Estado como cualquier otra persona que se considere con méritos suficientes para aspirar a la sabrosa canonjía a razón de 226.000 euros al año libres de impuestos. Ocurre, sin embargo, que de la existencia de esa vacante se enteraron sólo unos pocos allegados y que la elección la hicieron altos cargos del ministerio de Economía que - ¡oh, casualidad! - detenta un entrañable amigo de Soria. 

Ni hubo selección de candidatos ni baremación de los méritos de los aspirantes ni tribunal calificador que tomara la decisión de quién debía ir a Washington y quién no. Todo estaba decidido, atado y bien atado, desde el primer minuto, probablemente desde que en abril Soria aceptó abandonar sus responsabilidades políticas tras descubrirse sus escondites panameños y puso como condición para ello una contraprestación acorde con sus grandes méritos políticos y profesionales.


No obstante y a pesar de que en las filas del PP empiezan a multiplicarse las voces críticas, Rajoy y su corte de los milagros persisten en sus increíbles explicaciones. Ponen cara de asombro y se preguntan cómo se le puede negar a un funcionario público optar a un puesto vacante si reúne las condiciones requeridas para el mismo. Se rasgan las vestiduras y critican que se quiere "masacrar" a Soria en lo personal después de haberlo "masacrado" en lo político. No explican, sin embargo, por qué el anuncio no se hizo antes de la sesión de investidura de la semana pasada y no tres minutos después de que Rajoy fracasara en su apático intento de seguir en La Moncloa pero sin mayoría absoluta. ¿Por qué había que esperar si todo ha sido tan legal, transparente y aburridamente administrativo?

Metida la pata hasta el corvejón - si es que una decisión tomada de manera tan deliberada puede calificarse así -  lo difícil ahora es sacarla sin desdecirse; el Gobierno y el PP se encuentran en una posición poco menos que imposible, pillados en sus propias mentiras fabricadas para hacer pasar por legal un dedazo del tamaño del Valle de los Caidos - y perdón por la forma de señalar. Sólo si Soria renunciara - presiones para que lo haga debe tener unas cuantas - podrían recomponer un poco su ya de por sí penosa imagen pública de partido y gobierno enfangados en la corrupción. 

Y no sólo porque la de Soria haya sido una decisión viciada de amiguismo prepotente - que lo ha sido - sino también y sobre todo porque el beneficiado de la misma no atesora entre sus virtudes la más importante de todas para un funcionario servidor del interés general: una hoja de servicios públicos limpia de toda tacha. Si el PP y el Gobierno tuvieran la improbable decencia de rectificar y anular la propuesta para que Soria viva dos años a cuerpo de rey podría empezar Rajoy a hablar de regeneración de la vida pública con un mínimo de conocimiento de causa. Mientras no asuma  que no se puede mentir a todo el mundo durante todo el tiempo y que la vida pública sólo se sanea apartando de ella a los corruptos y aprovechados del poder por más que judicialmente sean unos santos varones, la palabra regeneración en su boca seguirá sin tener la más mínima credibilidad, con concurso o sin concurso. 

El funcionario Soria

No cuela, por mucho que se empeñen Rajoy y la mayoría de los suyos, que la propuesta sobre el empleo dorado para el que se propone al ex ministro panameño José Manuel Soria sea un mero trámite administrativo fruto de un prosaico concurso de méritos en el que el aspirante ha batido a todos sus rivales. El paso al frente que sin complejos y por mis bigotes dio el viernes por la noche el ministerio de Economía - después de haberlo negado - con la anuencia ineludible de las barbas de Rajoy tiene todo el reconocible aroma de los dedazos  más paradigmáticos del caciquismo político. 

Sólo habían pasado tres minutos mal contados desde que un Rajoy con cara de circunstancias había recogido los bártulos tras su fracasada investidura, cuando de Guindos, amigo y valedor de Soria al igual que el propio presidente, anunció al mundo mundial que el canario andaba sobrado de méritos curriculares para desempeñar la alta representación de nuestro país en el Banco Mundial. Hasta los propios populares fueron pillados con el pie cambiado y muchos de ellos no sabían qué cara poner ni qué explicación dar cuando al día siguiente por la mañana acudieron a lamer las heridas de su amado líder en la reunión de la cúpula del partido.

Los equipos fabricantes de argumentarios en La Moncloa y en el ministerio se pusieron raudos a la labor de justificar lo injustificable y encontraron la respuesta que ahora repiten casi todos en el PP como un adiestrado coro de loros: el señor Soria es un funcionario que tiene derecho a optar a ese puesto porque no está imputado ni inhabilitado judicialmente para el mismo; por tanto, impedirle acceder a él no sería legal, dicen. Ese es el mantra que esparcen a los cuatro vientos desde ayer en un intento vano y estéril de hacernos olvidar quién ha sido el ministro Soria, cuáles han sido sus andanzas y milagros en la política y cuáles fueron las razones que le llevaron a abandonar el Gobierno y la vida política el pasado mes de abril.


Ahora sabemos o podemos sospechar al menos con mucho fundamento que la salida de Soria del Gobierno después de haberse atragantado malamente con los papeles de Panamá tuvo un precio que no fue otro que conseguir un empleo de relumbrón a razón de 226.000 euros al año limpios de polvo y paja y a los que Montoro no podrá hincarles el diente; algo así como otro paraíso fiscal pero con todas las bendiciones y sin tener que ocultarlo detrás de nombres raros o exóticos. A esto se reducen en esencia las promesas de regeneración política que volvió a hacer Rajoy en su fracasada investidura de la semana pasada y de las que a estas alturas ya dudan seriamente hasta en el PP. 

Son episodios y decisiones como estas los que alejan cualquier posibilidad, por mínima que sea, de apoyar a alguien como Rajoy y al PP para continuar al frente de este país y mucho menos para regenerar su vida política. A la vista de lo ocurrido con este nombramiento, para el presidente y para la mayoría de su partido basta un expediente brillante y, sobre todo, ser muy amigo de quienes toman las decisiones para lavar la indecencia política y la falta de ética de quien tuvo empresas en paraísos fiscales siendo cargo público de este país y mintió descaradamente sobre ellas. 

Lejos de haber quedado por ello políticamente inhabilitado para cualquier responsabilidad pública o respaldada por el poder público, se le premia en cambio con un suculento cargo internacional de representación pública y de no menos suculenta remuneración. Bien a la vista está que Rajoy no abandona nunca a los que le han sido fieles por un quítame allá esas empresas en paraísos fiscales e incluso por unos milloncejos de nada en Suiza. Recuérdese al efecto cuál es su máxima filosófica sobre la corrupción: "Luis, sé fuerte".

Que vote Papá Noel

Desconcierto, confusión, hartazgo, decepción e incertidumbre. Pueden ser las palabras para definir el clima político que se vive en España y que se recrudecerá mañana por la tarde cuando, salvo milagro político en el que no cabe creer, Rajoy vuelva a constatar que su desganada candidatura para seguir en La Moncloa no merece ni siquiera el beneficio de la duda.  Un rumor sordo empieza a circular entre muchos ciudadanos de a pie ante la absoluta incapacidad de unos y de otros para el diálogo y el acuerdo. Es como un zumbido aún tenue que va subiendo poco a poco de intensidad y que amenaza con estallar en una gran exclamación de cabreo si, llegados al 31 de octubre, se convocan nuevas elecciones en España, las terceras en doce meses. 

Si encima la convocatoria se fija para el día de Navidad, ese cabreo, que ahora es subterráneo y como contenido, se va a transformar en un gran puñetazo que innumerables ciudadanos verdaderamente hartos de una clase política absolutamente sorda y desconectada del país darán sobre la mesa: ¡abstención!. 

Si esos políticos que después del 20 de diciembre de 2015 y después del 26 de junio dijeron que habían "escuchado el mensaje de las urnas" y prometieron que harían todo lo que fuera necesario para que no se convocaran nuevas elecciones llevan a este país a una tercera cita electoral en un año, serán los ciudadanos los que tendremos que decir la última palabra. Y esa palabra tiene que ser una declaración clara y contundente de que no iremos de nuevo a las urnas si vuelven a postularse para presidentes del gobierno de este país los mismos que han fracasado en dos ocasiones consecutivas tras anteponer descaradamente sus intereses de partido y hasta personales a los intereses generales. 


Si Mariano Rajoy, de por sí inhabilitado políticamente por los casos de corrupción que afectan a su partido y por su absoluta insustancialidad política, no es capaz de ganarse los apoyos que necesita para ser presidente del Gobierno, tiene que retirarse de inmediato y dejar paso a otra persona del PP que pueda cumplir esa función. Si Pedro Sánchez sigue sin renunciar a su numantina posición de "no " a todo y sin dar el paso de poner sobre la mesa algún tipo de propuesta para el acuerdo con el resto de los partidos que sea capaz de sumar, terminará también por quedar completamente inhabilitado para continuar al frente de un partido con el bagaje y la historia del PSOE. 

Rivera e Iglesias no escapan tampoco a la crítica. El primero ha fracasado ya en dos ocasiones en su intento de aparecer ante el país como el hombre de los consensos y los acuerdos. Bien es verdad que no es el principal responsable de esos fracasos pero sus líneas rojas ante Podemos nunca palidecieron y pasaron al rosa pastel como lo hicieron cuando le tocó sentarse a negociar con el PP. En cuanto a Iglesias, fue precisamente su convencimiento de que podría superar el PSOE en unas segundas elecciones lo que le hizo adoptar la insufrible actitud prepotente devenida ahora en modosidad y apelaciones al acuerdo "progresista" con el PSOE por más que no puede ignorar que las cuentas no salen. 

Por acción o por omisión y en menor o mayor medida, los cuatro líderes políticos a los que los ciudadanos de este país han mandatado ya en dos ocasiones para que formen gobierno están dando un espectáculo político tan  lamentable que deberían sentir vergüenza y bochorno y pedir disculpas por ello. Nada de eso harán, estoy seguro. Pero los ciudadanos sí podemos empezar ya a dejar muy clara nuestra opción a ver si ahora sí nos escuchan: o cambian los candidatos a La Moncloa o el día de Navidad nos quedaremos en casa y que vote Papá Noel.