Rajoy nos vacila

Era difícil que se superara a sí mismo pero Rajoy lo ha conseguido y ha dado una nueva vuelta de tuerca al más difícil todavía. Cuando todo el mundo especulaba sobre si aceptaría o no el encargo del rey para ir a la investidura e incluso si el rey llegaría a proponerlo a la vista de que ni ha buscado ni tiene apoyos suficientes para lograrla, va don Tancredo y nos regala una de sus fintas preferidas: hacer como que se mueve sin hacerlo ni un milímetro en realidad. Qué otra cosa puede significar esa aceptación del encargo del jefe del Estado condicionándola a conseguir los apoyos necesarios para no sufrir la suerte de Pedro Sánchez en la pasada legislatura. No le importa lo más mínimo hacer como si no existiera una Constitución por la que cuando se acepta el encargo del jefe del Estado es ineludible cumplir con el compromiso se tengan o no apoyos para salir airoso del mismo. 

Sé que doctores tiene el derecho y que no todo el mundo coincide con que el mandato de la Constitución es meridianamente claro en ese asunto.. Ahora bien, sí hay una mayoría de juristas que opina que Rajoy tiene que apechugar con su responsabilidad constitucional y no buscar subterfugios para esquivarla. Más allá de cuestiones jurídicas, otra cosa ha dejado clara Rajoy por si alguien aún tenía alguna duda: no ha movido un dedo para conseguir los apoyos por los que dice desvivirse de boquilla. Lo más que ha hecho ha sido poner sobre la mesa un corta y pega del programa electoral de su partido que el resto de fuerzas políticas no puede menos que considerar insuficiente para sentarse a negociar. Bien es cierto que de pasividad en la brega hay que acusar a todos los partidos políticos, empezando por el PSOE. Si esto fuera una corrida de toros habría que devolverlos sin falta a los corrales. 


Escudándose en que fue el PP el partido que ganó las elecciones, tampoco ha movido ninguno un dedo para ofrecer al menos una abstención a cambio de tres o cuatro grandes asuntos de estado sobre los que fuera posible alcanzar un acuerdo. En lugar de eso se ha perdido un mes precioso en el inmovilismo, en el regate en corto y en el tacticismo más lamentable, mientras los problemas se enquistan y se agravan. Pero aún teniendo el resto de las fuerzas una importante cuota de responsabilidad en la impresentable situación política, es sobre el PP y sobre Rajoy sobre quienes sigue recayendo, ahora más que nunca, la principal responsabilidad de desbloquear la situación, entre otras cosas, porque ganó las elecciones. Y hacerlo, además, cuanto antes, definiendo más pronto que tarde a qué se refiere cuando habla de "un plazo razonable" para buscar esos apoyos.

Rajoy tiene que despejar cualquier duda de que acudirá la investidura  y tiene que establecer un plazo lo más corto posible para intentarlo. No es una opción para Rajoy aprovechar el control sobre la presidencia del Congreso para acomodar la sesión de investidura a su exclusiva conveniencia y no es una opción para la presidenta de la Cámara jugar a favor de los intereses de su propio partido y no de los de todos los ciudadanos. Ana Pastor tiene la obligación de exigir a Rajoy una fecha para la celebración del pleno de investidura, facilitando de este modo que empiecen a caminar los plazos previstos en la Constitución para que se presente otro candidato o para que se convoquen elecciones. Ya no son admisibles ni tolerables más componendas a favor de obra ni más largas ni más ya veremos o no adelantemos acontecimientos, tan del gusto de Rajoy. Son los acontecimientos los que nos están adelantando y arrollando como país - pensiones, presupuestos, recortes, financiación autonómica, etc., etc. -  y es urgente que se ponga fin a esta esperpéntica situación. 

La forma de conducirse de Rajoy demuestra una vez más que sigue creyendo a pies juntillas en las ventajas de su estrategia preferida, que será el tiempo el que terminará dándole la victoria aunque sólo sea por agotamiento de los adversarios. No deberían estos tampoco escudarse en el tancredismo de Rajoy para continuar mano sobre mano a la espera no se sabe muy bien de qué. El bloqueo es ya mucho más grave que en la pasada legislatura porque no ha habido ni hay nada que merezca el nombre de negociaciones y porque el país lleva ya ocho meses sin un gobierno que pueda encargarse de las urgencias que hay sobre la mesa. Para rematar el despropósito de los últimos meses, solo nos faltaba ahora un candidato a la investidura que como hizo Rajoy ayer tarde se permita vacilar a todo un país, término que según una de las acepciones de la RAE significa literalamente  "engañar, tomar el pelo, burlarse o reírse de alguien".   

Echenique: tic-tac, tic-tac

Si te dedicas a tiempo completo a dar lecciones de ética corres un elevado riesgo de que te las terminen dando a ti si no eres consecuente con tus propias prédicas. No puedes ir por el mundo señalando con el dedo a los demás y exigiéndoles que limpien sus casas si tú no has hecho los deberes en la tuya. Quien aplica la doble vara de medir con respecto a la corrupción de los demás frente a la suya o recurre a la ley del embudo que deja la parte estrecha para los demás y se reserva para sí la ancha no merece que se  le preste más atención cuando vuelva a hablar de regeneración y transparencia. 

El secretario de organización de Podemos, Pablo Echenique, ha tenido que reconocer que durante un año tuvo a un trabajador a su servicio sin contrato y sin darle de alta en la Seguridad Social, o sea, en negro azabache total. Lo ha confesado después y no antes de que lo publicara un periódico de Aragón, aunque eso no es lo peor viniendo de alguien capaz de conjugar el verbo dimitir en todos las personas y tiempos salvo en la primera del presente. Lo peor es que ha intentado echarle la culpa al cha - cha - chá: dice el dirigente de Podemos - conocido martillo político de herejes y corruptos - que la culpa es del sistema porque obliga a los dependientes como él a elegir entre pagar la hipoteca o la Seguridad Social de un asistente que le eche una mano en sus tareas cotidiana. 

Dicho de otra manera, que Echenique justifica sin ambages la economía sumergida y que los empleadores  hagan de su capa un sayo con contratos, salarios y cotizaciones a la Seguridad Social alegando circunstancias como la suya u otras que les vengan bien para justificar el incumplimiento de la ley. Sin descontar, por supuesto, que sean también los propios empleados los que en ocasiones rechazan el alta en la Seguridad Social para ahorrarse la cuota y disponer de algo más de liquidez, lo cual tampoco justificaría que el empleador se aviniera al chanchullo.  

Pero ateniéndonos al caso que nos ocupa, me produce perplejidad que el partido que venía a cambiar el mundo en menos de lo que tardó en crearse, acabar con la corrupción y regenerar la vida política, perseguir el fraude fiscal y crujir a los ricos con impuestos siga teniendo como número dos de su jerárquica organización a alguien que no asume la más mínima responsabilidad política cuando es descubierto haciendo algo que de haberlo hecho otro ya le habría supuesto ser crucificado en la plaza mayor.  Rápidamente se ha organizado la autodefensa y en tromba han salido ya algunos dirigentes de Podemos a justificar a su compañero pillado haciendo algo que él mismo reconoce que no estaba bien y que, además, era consciente de ello. 

Carolina Bescansa, la inolvidable diputada del bebé parlamentario con el que arrancó la pasada legislatura, califica de "vergonzante" los ataques a su compañero. Abro aquí un breve paréntesis: según la RAE, "vorgonzante" es ocultar algo por vergüenza. Supongo que Bescansa se refiere a ataques "vergonzosos", es decir, que causan vergüenza. Y cierro paréntesis, que tampoco vamos a exigirles a la gente de Podemos ni al común de los políticos no sólo coherencia entre lo que dicen y lo que hacen sino que encima conozcan el significado de las palabras que emplean. 

No opina lo mismo que Bescansa, sin embargo, Alberto Garzón, la segunda parte contratante de la primera parte en la coalición Unidos Podemos. A su juicio, lo que ha hecho Echenique es una práctica que se debe censurar. De lo que han dicho, por ejemplo, en el PP o en el PSOE ni me voy a ocupar porque ya ustedes se lo pueden imaginar de manera muy cabal. Lo que importa ahora es saber si Echenique va a dar el paso que sigue al de reconocer que metió la pata, que incumplió la ley y que lo hizo completamente  a sabiendas. 

No se trata de atizarle al árbol cuando se tambalea pero hay que recordar que todo eso ocurrió al mismo tiempo que Echenique y los suyos nos aleccionaban sobre el descrédito de la política y sobre la ineludible obligación que tienen de responder con sus cargos aquellos que se aparten del camino recto marcado por la nueva moralidad pública, esa al parecer tan vieja que reza que si lo hago yo es justificable pero si lo hacen otros no tiene perdón de Dios. Tic-tac, Tic-tac.  

Triste país

Triste país el mío: llevamos más de medio año sin gobierno y a casi nadie le importa. La última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas desvelaba incluso que el raquítico porcentaje de ciudadanos preocupados por la ausencia de gobierno en plenitud de funciones había bajado con respecto al estudio anterior. Pero no es eso lo más triste, con ser muy descorazonador que a la inmensa mayoría de los españoles les deje completamente indiferentes quién y cómo decide sobre sus vidas y sus  haciendas. 

Lo más triste es que el partido llamado a gobernar porque ganó las últimas elecciones mejorando incluso los resultado de las anteriores se sentará en el banquillo de los acusados por destruir deliberadamente pruebas de su presunta financiación irregular. Eso sí que es terrible porque ilustra con claridad que los responsables del partido que nos quiere gobernar, empezando por su presidente, y que tendría todas las bendiciones democráticas para hacerlo, actúa supuestamente con absoluto desprecio por las leyes positivas y por las de la decencia política más elemental. 

Noticias como la del procesamiento de los responsables de borrar a martillazos los ordenadores del PP para presuntamente hacer desaparecer las pruebas de la caja B, no hacen sino emponzoñar más el ambiente político y dar argumentos a quienes defienden que el partido que quiere gobernar y quien lo preside no son dignos de confianza ni apoyo. De este modo, el panorama parece tan agotado y falto de espíritu constructivo que después de un mes desde las elecciones vivimos una situación de bloqueo muy similar a la de la anterior legislatura e incluso más enquistada. En la anterior hubo al menos algún intento de conformar una mayoría parlamentaria y hasta se suscribió un acuerdo de gobierno que, al parecer, ya no tiene ninguna utilidad para nadie. ¡Qué pronto se guardan en un cajón en España por parte de algunos las grandes promesas, los acuerdos transformadores, las reformas inaplazables, la regeneración política, la lealtad a la letra y al espíritu de los compromisos!  

A la vista está que los partidos no fueron sinceros cuando tras las pasadas elecciones prometieron que no se repetiría la situación de bloqueo. Si lo hubieran sido al día siguiente de las elecciones habrían desplegado sus equipos negociadores y a estas alturas habría un gobierno ocupándose de elaborar unos presupuestos para el año que viene, negociando con todos los partidos, con los sindicatos y con los empresarios cómo garantizar el futuro de las pensiones, presionando en Bruselas, en París y en Berlín para que la sanción por déficit excesivo quede en apenas tirón de orejas. 

Habría un gobierno  buscando un verdadero pacto de estado por la educación, sentando las bases para mejorar la financiación autonómica y abordando una verdadera reforma fiscal que acabe con los parches electorales tan del gusto de Montoro. En pocas palabras, habría un gobierno discutiendo con todos y buscando acuerdos con todos sobre lo que debe hacerse y cómo debe hacerse. Puede sonar a utópico o ingenuo pero cada vez detesto más el politiqueo tacticista y cortoplacista y echo más en falta una verdadera voluntad política de acordar para avanzar. Es frustrante ver en qué ha derivado la política en un país que hace 40 años, cuando apenas empezaba a salir del largo túnel de la dictadura, fue capaz de acordar una Constitución democrática que obligó a todos a dejar a un lado principios preciosos. Hoy, en cambio, no sólo no es capaz de conformar un gobierno sino de ponerse acuerdo para nombrar a un presidente. 

Todos, sin excepción, se agarran a sus programas electorales, nadie parece dispuesto a renunciar ni a una coma para propiciar el acuerdo por por poco importante que parezca. A lo mejor esa es la clave, que el avance sea lento, pasito a pasito, y no el vuelco "revolucionario" que preconizan quienes llegaron ayer a la escena política y han tenido que aprender en carne propia que el maximalismo y el intento de imponer de inmediato tus principios como si fueran los únicos válidos y verdadero te pueden llevar a un largo ostracismo en la oposición. En la actual situación y con las actitudes que estos días muestran unos y otros, no solo no avanzamos sino que en el mejor de los casos nos estancamos y en el peor retrocedemos: pasa el tiempo y los problemas se agravan sin que nadie los atiende ni se enfrenta a ellos. 

Y a nadie parece importarle lo más mínimo tal cosa o tal vez nadie quiere asumir que presentarse a unas elecciones no es un pasatiempo bien remunerado sino una responsabilidad con los ciudadanos y con la solución de sus problemas por la vía de buscar lo que une o acerca en lugar de anteponer lo que separa o aleja. No pueden los representantes políticos no ser conscientes  de que los españoles hemos votado con ese fin y no actuar en consecuencia. En resumen, triste país aquel en el que, como en España, los representantes políticos abdican sus responsabilidades en aras de intereses coyunturales y en el que los ciudadanos hemos abdicado a su vez de nuestra obligación cívica y permitimos que los corruptos sigan utilizando el término regenerarse en vano.