Brexit: donde dije digo...

Nunca digan nunca jamás ni de esta agua no beberé, ni se les ocurra. Sobre todo si hablan de las vueltas que puede dar la política y lo asombrosas por inesperadas e ilógicas que pueden llegar a ser las decisiones de los ciudadanos cuando votan. De esto hay en la historia numerosos ejemplos. Sin embargo, con la propina de 14 diputados que acaba de recibir el PP en las urnas a pesar de los casos de corrupción que le afectan de lleno deberíamos tener más que suficiente para estar curados de espanto. 

Pero si con eso no les basta, observen la situación en el Reino Unido a raíz de que el 52% de los votantes en el referéndum del 23 de junio se inclinaran alegremente por el brexit sin preguntarse demasiado por las consecuencias o sin hacer caso maldito a quienes les advertían de los riesgos que suponía abandonar la Unión Europea. A partir de ese momento la caravana del disparate y el ridículo no han hecho sino crecer. Comenzó a la mañana siguiente con un mediocre David Cameron a las puertas del 10 de Downing Street poniendo pies en polvorosa después de haber sido incapaz de convencer a sus compatriotas de que era mejor quedarse que marcharse. 

Le siguió poco después su presencia en la que ha sido su última cumbre europea en la que no se le ocurrió otra cosa que echar la culpa a los demás de su fracaso, muy propio de los políticos de medio pelo como él. Según la teoría de Cameron, serían también los demás los culpables de que Escocia se remueva incómoda y esté planteándose un nuevo referéndum de independencia o que en Irlanda del Norte los católicos hablen de unirse a la República de Irlanda. En paralelo, el partido conservador del todavía primer ministro anda manga por hombro, con el ex alcalde de Londres, Boris Johnson, poniéndose a cubierto del fuego cruzado entre sus propios compañeros y otros batiéndose el cobre sin ningún pudor por ocupar la coqueta residencia que dejará libre Cameron en unos pocos meses. 


En el partido laborista no andan mejor las cosas, con la mitad de la formación pidiéndole cuentas al líder Corbyn por no haber hecho más en contra del brexit. Y ya para rematar el escenario de debacle política, hasta el eurófobo y xenófobo Nigel Farage, el líder del UKIP (Partido por la Independencia del Reino Unido) ha presentado hoy su dimisión en un acto de cobardía política ahora que los británicos empiezan a caer en la cuenta de que fueron engañados como chinos por los partidarios del brexit. 

Y estos, los ciudadanos británicos, protagonizando ya uno de los episodios más lamentables y patéticos que uno podría esperar de un pueblo maduro y supuestamente informado de las decisiones que adopta, además de capaz de asumir las consecuencias aparejadas. Pues no, los británicos parecen estos días críos caprichosos a los que ahora les empieza a disgustar haber decidido lo que decidieron. Culpan a los políticos partidarios del brexit de haberles engañado con las cifras sobre el dinero que el Reino Unido aporta a la Unión Europea o sobre la realidad de la inmigración y lo que esta supone, por ejemplo, para el Sistema Nacional de Salud Pública. Ignoraron en su momento todas las advertencias y admoniciones de los peligros de darle la espalda a Europa, comenzando por las de su propio primer ministro y continuando por las del FMI o Barack Obama, y ahora se lamentan y lloran desconsolados sobre la leche derramada. 

Se manifiestan por las calles de Londres con ridículas pancartas en las que se lee "I love EU" y otras simplezas similares, firman a millones peticiones al varias veces centenario parlamento británico para que promueva un nuevo referéndum y hacen juramentos de amor eterno a la vieja Europa. Veo muy improbable que se convoque un nuevo referéndum en el Reino Unido sobre este asunto porque, además de que nadie puede garantizar a priori que no vuelva a salir el mismo resultado, los británicos harían el más sonrojante de los ridículos históricos que uno pueda imaginarse. 

Las decisiones democráticas -y esta lo es por mucho que no le guste ahora incluso a una parte de los que la adoptaron - deben respetarse y cumplirse. No vale a estas alturas culpar a los políticos de mentir y tergiversar, eso debieron haberlo sospechado quienes prefirieron hacer oídos sordos de las advertencias sobre el brexit y votaron libremente a su favor. Más de la mitad de los británicos que fueron a votar el 23 de junio expresó claramente cuál era su opción y a eso deben atenerse estrictamente el Reino Unido - que ahora no puede seguir retrasando la comunicación formal de su marcha a Bruselas con el fin de demorar el inicio de las negociaciones sobre su desconexión - y la Unión Europea. Para todo lo demás es tarde ya.     

Las prisas de Rajoy

Después de pasarse toda la legislatura anterior sesteando, a Rajoy le han entrado las prisas para formar gobierno. En seis meses no dio un palo al agua para conseguirlo y rechazó incluso el encargo del rey para someterse a la investidura como candidato del partido más votado. Ahora, sin embargo, se muestra proactivo y para el martes próximo ya tiene fijada una cita con Coalición Canaria para empezar a sumar apoyos. 

No creo que haya que ser muy espabilado para deducir que las prisas de ahora y la pachorra de antes tienen que ver con el hecho de que ya no interesan en el PP unas nuevas elecciones como interesaban hace sólo un mes. De ahí que Rajoy ande incluso diciendo estos días que si no consigue apoyos suficientes para una investidura con mayoría absoluta está dispuesto a gobernar en minoría. ¡Quién te ha visto y quién te ve, Mariano! Y es que, si hace un mes el PP acariciaba la posibilidad de que en unas segundas elecciones terminaría recuperando los votos que le robó Ciudadanos el 20 de diciembre a poco que amenazara con la revolución bolivariana de Iglesias y Garzón, en estos momentos sería realmente suicida filtrear con una tercera cita con las urnas en un año. Sobre la mesa hay demasiado trabajo pendiente como para hacer de todo 2016 un año sabático para la clase política de este país. Aunque, si sólo fuera por cálculo político y a la vista de los resultados del 26J, uno estaría por jurar que a la tercera recuperaría el PP la mayoría absoluta que perdió el 20 de diciembre. Un par de nuevos casos de corrupción, unas grabaciones de conversaciones ministeriales poco presentables y dos o tres semanas atentos noche y día  en todos los telediarios y medios afines a la terrible crisis que afecta a Venezuela y la mayoría absolutísima sería pan comido.  



Aunque nada es descartable y a pesar del insólito dinamismo y las ganas con las que se ve a Rajoy estos días, puede que las cuentas no salgan y se vea nuestro hombre en la tesitura de cumplir la promesa de gobernar en minoría o volver a pasar palabra cuando el rey le diga que se amarre los machos y vaya al Congreso a pedir el apoyo de la cámara. Para empezar, las posiciones de quienes pueden ser decisivos en la investidura de Rajoy por mayoría absoluta o, en su defecto, por mayoría simple, distan mucho de estar claras. En el PSOE algunos apuestan por dejar gobernar a Rajoy - léase abstención - y la dirección insiste en un no rotundo y sin matices al PP y a su aspirante. En Ciudadanos andan también enredados entre el veto de Rivera a Rajoy y quienes consideran que se le debe permitir gobernar. Una tercera pata para que el acuerdo cuaje es el PNV,  pero los vascos tienen elecciones autonómicas en otoño y puede que a sus electores no les agrade mucho ver que su partido se acaramela con el PP en Madrid. Por no hablar de la inquina que se tienen entre sí PNV y Ciudadanos después de que los de Rivera abogaran alto y claro por acabar con lo que consideran privilegio del concierto económico vasco. 

Así que de momento y a la hora de escribir esta crónica - que decían los clásicos - el único apoyo cierto con el que puede contar Rajoy incluso antes de la reunión de la semana que viene con CC, es con el de Ana Oramas. La diputada nacionalista exigirá de Rajoy el cumplimiento de la llamada "agenda canaria" que negoció en la pasada legislatura con Pedro Sánchez y que quedó en papel mojado al fracasar la investidura del líder socialista. Rajoy podrá prometerle eso, el sol y la luna pero mientras no cuente con el apoyo activo o pasivo del PSOE o de Ciudadanos y del PNV de poco servirá. Puede que estemos sólo en el precalentamiento del partido y que las posiciones de estos días posteriores a las elecciones vayan girando poco a poco hacia un mayor entendimiento. Aunque si lo miramos por el lado negativo, puede que estemos ante el inicio de otro largo periodo de fuegos artificiales y postureo que termine por desembocar en otro fracaso político como el que acabamos de dejar atrás. 

No hay que descartar la segunda posibilidad, aunque sería lo peor que le podría pasar a este país en décadas. Con Bruselas echándonos el aliento en el cogote, con unos presupuestos del Estado que esperan autor o autores, con mil y una reformas constitucionales y de todo tipo que empezar a negociar entre las fuerzas políticas, permitirnos la frivolidad de unas terceras elecciones sería un golpe demoledor contra la confianza de los españoles en el sistema democrática. Basta con una vez de tacticismo y regateo político de medio pelo, toca negociar y demostrar cintura política. Esa es en definitiva la esencia de un sistema democrático y lo más lamentable es que tanto los dirigentes más curtidos y veteranos como los más jóvenes que tanto presumen de representar la "nueva política" siguen haciendo muy poco por anteponer el interés general al suyo o al de sus partidos.

Encuesta que algo queda

Todo fue de color de rosa hasta que cerraron las urnas. Hasta ese momento mismo el mundo estaba cambiando para bien y España era ya un país mucho mejor, se tocaba el sorpasso con la punta de los dedos y era sólo cuestión de horas que se convirtiera en realidad y que los que lo estaban haciendo posible conquistaran por fin el cielo. 

La ilusión duró lo que duró la primera hora de recuento de votos y se comprobó que el verdadero sorpasso no vino de la izquierda transversal, transformadora y otros trans, sino de la derecha conservadora de toda la vida y más allá. Ella sí que adelantó como un bólido a los que embobados con las encuestas se creyeron por unos días los reyes del mambo. Luego ha venido el crujir de dientes y el preguntarse qué hemos hecho para merecer esto y nos hayamos dejado entre diciembre y junio más de un millón de votos por el camino. 

La culpa es de la alianza con IU que nos ha hecho aparecer como comunistas ante la gente y ante el PP, dicen unos, convencidos de que la pareja de hecho con Alberto Garzón no ha sumado sino todo lo contrario y de que al final tenían razón los que dijeron que en política dos y dos no siempre suman cuatro. Pues anda que el líder máximo lo arregló bien declarándose socialdemócrata de toda la vida y dando la idea de que tenemos una empanada ideológica digna de estudio, dijo una joven aunque sin mucha convicción.  No, la culpa es de la campaña que diseñó Errejón, dicen los de más allá, molestos porque al líder máximo sólo se le viera en programas de postureo en televisión y poco más mientras sus acólitos tenían que conformarse con los segundos de la fila en los mítines organizados por esos andurriales de Dios. 


Ni hablar, claman los de este lado, nos dormimos en los laureles complacidos con los cantos de sirena de las encuestas y el PSOE y el PP nos han robado la merienda. Tendríamos que haber salido a rematar la faena que dejamos a medias el 20 de diciembre, añaden, no tragarnos el cuento de las encuestas e ir a morder.  Pues vaya papelón hemos hecho, dicen otros, cuando tuvimos la oportunidad de estar en el gobierno y la dejamos pasar convencidos de que si había unas segundas elecciones lo petábamos. 

¿Y qué hacemos entonces, cómo salimos y explicamos esto sin que se nos note demasiado la cara de tontos y de pasados de la raya que se nos ha quedado? Encarguemos una encuesta para averiguar dónde nos equivocamos, dice alguien en voz muy baja desde un rincón de la sala. Todos miran hacia allí con cara de sorpresa: ¿Una encuesta, Pablo? ¿Estás tonto o es que lo de secretario de organización se te ha subido a la cabeza? ¿Cómo vamos a encargar una encuesta sobre por qué fallaron las encuestas y en vez de tener un sorpasso hemos tenido un tortazo? Somos el partido con más politólogos del mundo, tenemos tropecientos libros publicados, damos conferencias y cursos sobre asuntos políticos y no se te ocurre nada mejor que proponernos que nos encarguemos una encuesta a nosotros mismos para saber qué ha pasado con el millón largo de votos que hemos perdido. Se nos van a reír en nuestras narices como hagamos eso. 

Discutieron mucho sobre la idea y, aunque no sin dificultades, al final el tal Pablo consiguió convencer a sus compañeros de que la encuesta la controlaría la propia organización; de este modo podrían cocinarla lo suficiente como para ofrecer una explicación razonable del tortazo sin dar la incómoda imagen de que intentan justificar su propio fracaso político. 

¿No debería dimitir alguien, aunque sea sólo  para predicar con el ejemplo después de tantas dimisiones que hemos pedido nosotros por todo, en todo momento y a todo el mundo?  La pregunta llegó con una voz casi inaudible desde debajo de una mesa cuando todos empezaban a recoger sus cosas para marcharse. Enseguida, no obstante, se extendió por la sala un silencio sepulcral: nadie abrió la boca para contestar y solo algunos se limitaron a carraspear y otros a toser. Sólo un comentario se oyó muy por lo bajo: ¡Te la has cargado, colega! Pasado el eléctrico instante de estupor todos se despidieron a la vez de forma atropellada ¡Bueno, pues ya nos vemos si eso en la reunión del círculo de mañana o en la del consejo ciudadano! ¡Hasta la vista, buenas noches! ¡Recuerdos a Pablo Manuel! ¡Vale, de tu parte! ¡Buenas noches!