Y Bruselas con el mazo dando

Permítanme que hoy no me ocupe de los avatares de la realeza española y que no me sume al coro de voces blancas que cantan las alabanzas del rey que se va y del que llegará más pronto que tarde. Me apetece oxigenarme un poco del aire cargado de los aposentos reales y de sus pesados cortinajes bordados con flores de lis y ocuparme del nuevo repaso que le acaba de dar la Comisión Europea a España. Bien es verdad que en la capital comunitaria son siempre muy considerados y han desarrollado un lenguaje incomprensible para la inmensa mayoría de los mortales que ya es objeto de sesudos estudios y tesis doctorales. Se trata de decir lo que se quiere decir pero sin dar la sensación de que se dice lo que se está diciendo, no sé si me explico. 

La noticia apenas ha sido destacada en los medios de comunicación españoles, ensimismados estos días en saber qué piensa la portera del edificio del director o el camarero del bar de cañas sobre la abdicación de Juan Carlos. No obstante, les prometo que tiene enjundia. La Comisión Europea, a la que apenas le quedan un par de telediarios, le ha “recomendado a España” algunas cosas que, en su conjunto, conforman una enmienda a la totalidad de los planes de Rajoy de bajarnos los impuestos ahora que en cosa de unos pocos meses tendremos que volver a pasar un par de veces por las urnas. Un verdadero jarro de agua fría es lo que ha echado el comisario europeo del negociado económico sobre las promesas de Rajoy de hacernos a todos felices en cuanto suenen las campanadas de Noche Vieja de 2014.

Dice el helado comisario en cuestión, el finlandés Olli Rehn, que no está el horno para rebajas de impuestos en España - advierto que estoy traduciendo al cristiano lo que Rehn dijo en su abstrusa forma de hablar. Muy educadamente recomienda que se suba el IVA – Rajoy, erre que erre, ha vuelto a decir que no - y que se reduzcan las cotizaciones de los salarios más bajos. Sugiere también – siempre tan educado – que conviene darle un nuevo toque a la baja a los salarios de los trabajadores españoles, no vaya a ser que creamos más de la cuenta en la “recuperación” que proclama Rajoy mañana, tarde y noche y se nos ocurra echar a perder los brotes verdes con salarios de directivo de gran corporación. 

Sigo traduciendo y aguantando la risa: al mismo tiempo le da otro tirón de orejas a Rajoy – siempre en sentido figurado, claro – y le afea que España sea la campeona de la desigualdad de rentas de la Unión Europea. Aquí me detengo un momento: tengo la sensación de que a Rehn se le fue la pinza con esta última “recomendación” en relación con la anterior. ¿Cómo se puede pedir que bajen más los salarios y al mismo tiempo reprochar que España sea líder de la champions league en desigualdad de rentas? ¿No es eso pedir una cosa y su contraria? Para mí sí, aunque no me sorprendo lo más mínimo a estas alturas de la función de esa esquizofrenia que aflige a comisarios europeos como el de Economía. 

También nos “recomienda” que se eliminen las deducciones “ineficientes” del impuesto de sociedades que pagan las empresas, ese que Rajoy promete rebajar sólo un poquito para que siga pareciendo que las compañías pagan mucho más de lo que realmente pagan. Lo mismo pide el comisario para las deducciones del IRPF, que nos permiten descontarnos alguna cosilla en nuestra ansiada cita anual con Hacienda, a la que las familias de este país aportan 50 veces más que las grandes corporaciones según un reciente informe de Intermon Oxfam.  Probablemente haya sido un lápsus perdonable en un cerebro tan brillante como el de Rehen, pero de meterle mano de una vez a la juerga fiscal de este país, uno de los menos que recauda de la UE, y acabar con el fraude y la evasión por los que se esfuman unos 80.000 millones de euros al año, no dijo una palabra el circunspecto comisario. Otra vez será.

Con estas “recomendaciones” sobre la mesa, a esta hora me imagino a Montoro con el lápiz bien afilado sumando y restando a ver si le salen las cuentas y puede bajarnos algún impuesto, aunque sea el de los bingos, sin que se le descuadre el sagrado déficit que Bruselas vigila con extremado celo. A un lado de la mesa probablemente tendrá la reforma fiscal que nos ha ido contando en jugosas y apasionantes entregas y que puede que no tenga más remedio que tirar a la papelera si no quiere aparecer como un rebelde fiscal ante Bruselas. 

Allí, en la capital comunitaria, en donde debe de haber un cortocircuito de las redes de comunicación y aún no se han enterado del ascenso de la ultraderecha en las pasadas elecciones europeas, siguen pensando que nada ha cambiado y que toca seguir pidiendo austeridad hasta el fin bíblico de los tiempos, caiga quien caiga y cueste lo que cueste. Pues que sigan dando con el mazo en el mismo sitio y dentro de cinco años, cuando nos digan los candidatos lo importante que es la UE para todos nosotros, volvemos a hablar.

Rey a la carrera

Al menos por esta vez habrá que eliminar del refranero aquello de que “las cosas de palacio van despacio”. En esta ocasión van como una exhalación: ayer abdicó el rey, esta mañana se reunió el Consejo de Ministros y aprobó la ley de sucesión, esta tarde la ha admitido el Congreso y en un plis plas – cosa de un par de semanas, como mucho – estará lista y aprobada por las dos cámaras que conforman las Cortes Españolas, Congreso y Senado, con el previsible apoyo de 9 de cada 10 diputados. Tal es así que para el 18 de junio se anuncia ya oficialmente la solemne proclamación del Príncipe de Asturias, Felipe de Borbón, como Felipe VI de España. También habrá que eliminar del refranero que “las prisas no son buenas consejeras” aunque en esta ocasión tienen un claro objetivo: cerrar cuanto antes el proceso antes de que se extienda y cuaje el debate entre monarquía y república.

Quienes creían que ese era un debate finiquitado se deben de haber llevado un buen chasco. Unas 20.000 personas se dieron cita ayer tarde en la madrileña Puerta del Sol, además de en otras ciudades españolas, para reclamar la celebración de un referéndum en el que los españoles decidan el modelo de Estado que prefieren, monarquía parlamentaria o república. Bien es cierto que un referéndum de esas características en estos momentos sería absolutamente ilegal y sólo con una reforma constitucional podría tener amparo. Sin embargo, lo que se desprende de la inusitada rapidez con la que el Gobierno, el PSOE y la Casa Real quieren dar carpetazo a la sucesión en la corona, es un intento evidente de que el debate muera más pronto que tarde. A pesar de la lógica sorpresa inicial, ahora caemos en la cuenta de que el proceso estaba atado y bien atado de principio a fin: el guión quedó escrito y detallado desde el momento en el que el rey decidió abdicar la corona y se lo comunicó a Rajoy y a Rubalcaba, que en lugar de abandonar la secretaría general del PSOE al día siguiente del batacazo en las europeas, decidió quedarse un poco más para controlar a los republicanos tapados que hay en su partido no vayan a votar cosas raras.

Tanta es la prisa que le han imprimido a la sucesión de Juan Carlos que la ley enviada hoy al Congreso ni siquiera dice nada sobre la asignación presupuestaria que recibirá o el papel institucional que desempeñará – si es que debe desempeñar alguno - el todavía rey cuando deje de serlo. ¿rey en la sombra? ¿rey consejero? ¿rey asesor? ¿rey sin cartera? Por no saber no sabemos si se le llamará oficialmente “rey padre”, “rey abdicado”, “rey emérito”, “rey jubilado” o Conde de Barcelona, que es lo más probable. Aunque sin duda esa es una cuestión menor, no lo es tanto la que se refiere a la posibilidad de que el rey pase también a ser aforado – uno más – una vez y pierda la inviolabilidad de la que aún goza. Estos asuntos, nada baladíes y sobre los que la Constitución no dice absolutamente nada porque nadie en estos casi 40 años de reinado se ha molestado en prever que los reyes, por mucho que reinen por la gracia de Dios no son eternos y hasta puede que abdiquen, han quedado para mejor ocasión.

Sin llegar a plantear la conveniencia de aprovechar el momento histórico para decidir entre monarquía y república, un asunto que Rajoy despachó hoy con un displicente “planteen una reforma de la Constitución”, sí son muchas las voces que entienden que esta es una buena oportunidad para acometer esa reforma constitucional de la que todo el mundo habla desde hace tiempo y de la que todo el mundo es partidario, pero para la cual nadie se atreve a dar el primer paso alegando falta de consenso. Se trataría de buscar salida a problemas como las tensiones con Cataluña y su desafió soberanista, una de las primeras pruebas de fuego a la que tendrá que enfrentarse Felipe VI apenas se estrene en el trono, amén de gestionar la corrupción que merodea la Casa Real y recuperar el crédito perdido de la monarquía.

A esa posibilidad Rajoy ha vuelto a responder esta mañana lo mismo: “el que quiere estado federal que plantee una reforma constitucional pero que me explique primero qué diferencia hay entre lo que tenemos y el federalismo”. De oficio a Rajoy nunca se le pasará por la cabeza reformar la Constitución, ni siquiera en un momento histórico como el actual en el que se empieza a hablar de la necesidad de una segunda transición en España tras la abdicación de Juan Carlos y con una Constitución a la que cada vez se le ven más los costurones a medida que va cumpliendo años. Al presidente lo único que le preocupa es que la aprobación de la ley sucesoria en las Cortes se haga sin sobresaltos y que el 18 de junio podamos todos los españoles disfrutar como niños con zapatos nuevos de un acto de la pompa propia de toda una solemne e histórica proclamación real. Ese día se habrán acabado las prisas y el mundo nos mirará con envidia.

Irse por la puerta trasera

Los trovadores de las redes cantan desde esta mañana con sus vihuelas digitales las bondades del rey que se va y las maravillas del que ocupará su lugar más pronto que tarde. La hagiografía se desborda y el providencialismo histórico lo inunda todo a su paso. Se marcha “el rey que trajo la democracia a España”, como si el éxito de un proceso de esas características pudiera atribuírsele a una sola persona, por relevante que sea el cargo que ocupe, en lugar de a un conjunto amplio y complejo de factores históricos y de agentes sociales, políticos y económicos. Sin embargo, a esta hora seguimos sin conocer oficialmente las causas de la abdicación, aunque éstas estén en la mente de todos. La única que esbozó en su mensaje leído de hoy en el que no hubo una sola frase de autocrítica es que “una nueva generación se abre paso con energía” y hay que dejarle sitio. 

Se refiere, por supuesto, a su hijo, que peina ya canas a sus 46 años de edad – esa parece que es la edad a la que el rey considera que las nuevas generaciones deben pasar a la primera línea - y que ha visto cómo ha ido pasando el tiempo mientras el titular del trono insistía en cumplir la máxima de que ningún rey español abdica sino que muere en la cama con la corona bien ceñida sobre las sienes. La última vez que expresó ese propósito fue con motivo del discurso de Navidad el pasado diciembre en donde subrayó su determinación de continuar al frente de la monarquía española y por ende de la Jefatura del Estado. 


Pero, como digo, las causas de su marcha están en la mente y en el pensamiento de todos los ciudadanos que esta mañana se enteraban incrédulos de que el rey hace las maletas y le cede el paso a su heredero por la gracia de Dios. Su deteriorado estado de salud seguramente ha sido una de ellas, aunque no creo que haya sido la determinante, ni mucho menos. Es seguro que han pesado más otros motivos, especialmente los escándalos de corrupción de su hija y de su yerno ante los que el monarca contemporizó hasta que fue demasiado tarde y que han llevado a la institución monárquica a sus niveles de popularidad más baja desde que “el rey nos trajo la democracia”. 

Únase a ese “dejar pasar, dejar hacer” en el entorno familiar sus propias irresponsabilidades en forma de cacerías de elefantes y la opacidad con la que se ha conducido la Casa Real hasta hace bien poco en el manejo del dinero público en plena crisis económica. Todo ello ha merecido las críticas y la indignación de una buena parte de la ciudadanía de este país que, por primera vez desde el ascenso de Juan Carlos al trono, rompió el tabú y empezó a preguntarse en voz alta “para qué sirve un rey”. En realidad, la monarquía también es copartícipe y corresponsable del deterioro de la calidad democrática en España, sólo que hasta ahora la continuidad de la institución estaba bien guarecida bajo el paraguas del bipartidismo que también acaba de entrar en barrena tras las elecciones europeas de hace unos días. 

En todo caso, decisiones de este calado no se toman una aburrida tarde de domingo frente al televisor: se meditan con tiempo, se adoptan y cuando está todo preparado para la sucesión y llega la fecha elegida, se comunican públicamente. Eso ha ocurrido hoy y ya mañana se reunirá con carácter extraordinario el Consejo de Ministros para aceptar la abdicación y enviar al Congreso la Ley Orgánica que garantizará la sucesión en “un clima de normalidad y estabilidad”, según Rajoy. Claro que la celeridad con la que el Gobierno y la propia Casa Real quieren pasar página y dejarlo todo atado y bien atado en las manos del futuro Felipe VI no ha evitado que resurja con fuerza el debate entre monarquía y república

Basta echar un vistazo a las redes sociales o a lo que han dicho fuerzas políticas como IU o el partido de moda, Podemos, sobre la necesidad de abrir un nuevo periodo constituyente y dar a los españoles la oportunidad de elegir entre monarquía o república, una oportunidad que se le hurtó a los ciudadanos de este país en la Constitución de 1978.

Está por ver el recorrido de ese debate y si – como se aventuran a asegurar algunos, tal vez con excesivo optimismo republicano – las próximas elecciones autonómicas y generales podrían arrojar una mayoría política partidaria de la república. A expensas del alcance de ese debate, el heredero asumirá la Jefatura del Estado no sólo en el peor momento de popularidad de la monarquía sino en el peor momento económico, social y político del país desde hace 40 años y en un episodio inédito de tensiones territoriales, que tienen su expresión más exacerbada en Cataluña. Esa es la herencia envenenada que recibe el heredero del trono, que tal vez se esté preguntando las razones de que la abdicación no se produjera hace unos años cuando el “juancarlismo” arrasaba en todas las encuestas de opinión y su padre y él mismo eran admirados y vitoreados en todas partes, al contrario de lo que ocurre en la actualidad, y en los medios de comunicación nadie se atrevía a poner una nota negativa sobre la Casa Real. 

En el balance final, los indiscutibles servicios que Juan Carlos de Borbón ha prestado a la democracia española se han visto seriamente empañados en el último tramo de su reinado, particularmente el que coincide con la crisis económica durante la que los españoles han venido exigiendo sin éxito transparencia y ejemplaridad a sus representantes públicos. El rey se va ahora por la puerta trasera y no por la principal del palacio, en un intento casi desesperado de salvar la monarquía de sus detractores y de una sociedad de uñas con el poder político del que la institución real forma parte y de cuyo desprestigio no es ajena en absoluto.