El ejemplo de Aguirre

A la vista del tamaño de la bola provocada por el incidente de la lideresa madrileña Esperanza Aguirre con unos agentes de movilidad, va a tener el Rey que emitir un mensaje primaveral extraordinario para recordar aquello de que “la Justicia es igual para todos”. No es que creamos mucho en tal cosa pero a lo mejor le ayuda a Aguirre a decidirse a dimitir de su cargo como presidenta del PP madrileño. Cosas más difíciles se han visto. Ahí tienen por ejemplo a Gran Bretaña, un país por el que Aguirre siente una gran devoción pero en el que no hace mucho dimitió un ministro por falsear una multa de tráfico. O ya puestos, también tenemos a Alemania, en donde gobierna otra lideresa de armas tomar y en donde ya han abandonado el puesto un par de altos cargos del gobierno por un vulgar copia y pega de sus respectivas tesis doctorales. 

De momento, entre sus planes inmediatos no está dimitir, hasta ahí podíamos llegar. Eso no va con ella, aunque ella se lo exija a todos los demás. Con ella va limitarse a pedir disculpas por dejar plantados y sin multa a un par de agentes después de derribar una moto en su fuga y a los que además vitupera y llama machistas tras haber sido pillada in fraganti. Cualquier ciudadano que no sea la condesa de Murillo, ex presidente de la Comunidad de Madrid, ex alcaldesa de Madrid y ex ministra de Educación, entre otros ex, habría sido detenido y conducido al cuartelillo sin miramientos. Y encima se queja del trato recibido por los agentes.

Aguirre no, ella es de otra casta y no está para chorradas como esas. Se hartó – según se versión – de que el agente no acabara de escribir la multa y se fue a su casa llevándose una moto por delante. ¡Menuda es ella como para esperar a que un guindilla del tres al cuarto la empapele en plena Gran Vía madrileña a la vista de todo el mundo, turistas incluidos, y le saquen fotos como si fuera un vulgar ciudadano cualquiera descubierto en un renuncio! Como era de esperar, su edulcorada versión de los hechos ante numerosos testigos no coincide en absoluto con la de los agentes, quienes aseguran que metió la primera y salió quemando embrague al más puro estilo Fernando Alonso sin atender al alto que le habían dado. 

Luego, cómodamente y desde su casa, se dedicó a hablar con todas las radios y televisiones del país para intentar exculparse de su metedura de pata. Que si paró detrás de un taxi para sacar dinero y creía que tenía tiempo antes de que el taxi arrancara, que si una moto de los agentes “estaba muy mal aparcada”, que si los policías no le tienen “simpatía” y por esa la querían multar, etc. Simplezas y excusas que no sólo no la han redimido del patinazo sino que la han convertido en motivo de burla no exenta de cabreo en todas las redes sociales. 

En realidad el asunto no pasaría de simple anécdota para rechifla de internautas, aunque más habitual de lo deseable, si no fuera por la relevancia pública del personaje que la ha protagonizado y, sobre todo, por su inveterada costumbre de repartir lecciones de honradez a diestro y siniestro. Ahora le toca a ella aplicarse la misma medicina que les receta a los demás pero carece de la valentía necesaria para hacerlo. Cuando se va por el mundo repartiendo ética y normas de comportamiento como hace Aguirre hay que estar preparado para ser el primero en dar ejemplo. O como dijo alguien, en la política pasa como en las matemáticas: todo lo que no sea totalmente correcto, está mal.

Rajoy se lo piensa

¿Será hoy? ¿Será mañana? ¿Será el Viernes Santo después del sermón de las Siete Palabras pronunciado por Rouco? ¿Será el último día de plazo poco antes de las 12 de la noche? Sólo el que tiene todo el poder para decidirlo lo sabe. Sólo Rajoy se reserva para cuando estime oportuno y conveniente anunciar el nombre de su candidato a las próximas elecciones europeas. ¿Será Arias Cañete? ¿Será Esperanza Aguirre? ¿Quién será el “elegido” por el dedo “rajoiano” para tan alta misión representativa del país en la lluviosa y fría Bruselas? Es cosa de Rajoy, dicen todos cuando se les pregunta. Y cuando se le pregunta a Rajoy dice, como ha hecho hoy: “no estoy encima del tema”, y se queda tan ancho. 

A mí me da igual, sinceramente. Es más, si Rajoy se despistara y no nombrara candidato a tiempo tampoco me rasgaría las vestiduras por ello. A quien elija, si finalmente elije a alguien, ni me parecerá bien ni me parecerá mal, no es mi problema. Allá se las entiendan los populares con su líder y con sus tiempos que, según sus hagiógrafos, nadie mide como Rajoy. Lo único que digo es que si los más de 36 millones de electores españoles llamados a depositar su voto en las urnas el 25 de mayo se toman la cita electoral con el mismo entusiasmo con el que parece tomársela Rajoy, la abstención merecerá pasar a los anales de la Historia y por supuesto a ese dechado de proezas ridículas que es el Libro Guinnes de los Récords. 

A mí quien de verdad me da pena es Elena Valenciano. Lleva la candidata socialista cerca de un mes como boxeador a ciegas, repartiendo leña sin ver al rival al que desea ardientemente atizarle unos cuantos derechazos en toda la mandíbula a ver si es capaz de tumbarlo en la lona. Como Rajoy no le ponga pronto a un adversario digno de estar a su altura esta mujer se nos desgastará y hasta puede que termine arrojando la toalla a un rincón del ring. ¿Cómo se puede pelear con el aire, con las sombras, con los fantasmas? Es agotador, de eso estoy seguro. 

En el resto de las formaciones políticas tampoco andan demasiado entusiasmados con las elecciones del 25 que todos parecen tomarse como un trámite engorroso que hay pasar cuanto antes. Sin embargo, para muchos analistas serán la prueba de fuego para saber cuánto han desgastado al PP sus políticas de austericidio y si el PSOE es capaz de darle un susto aunque sea más por deméritos ajenos que por méritos propios. 

Y tampoco veo yo en las cafeterías, parques y playas encendidos debates ciudadanos sobre la importancia de estas elecciones, por más que a los partidos se les llene la boca diciendo que son las más importantes y trascendentales desde que el mundo es mundo. No sé, puede ser y puede no ser. Lo que sí sé es que, si en las de 2009 ya costó esfuerzos sobrehumanos conseguir que fueran a votar el 46% de los electores, en las de este año será cosa de titanes alcanzar esa cifra. Entonces la crisis era incipiente y aún no campaba a sus anchas la lideresa de Berlín impartiendo doctrina y administrando aceite de ricino en forma de objetivos de déficit. Ahora la cosa es distinta: de aceite de ricino estamos todos ahítos y los resultados son que nos sigue doliendo la barriga mucho más que entonces. Bruselas y el resto de los países plegaron velas y dejaron hacer a Berlín, las instituciones comunitarias se perdieron entre la niebla de los mercados y a la soberanía nacional se la tragó el tusnami de las reformas y los ajustes. 

Los únicos que han conseguido sacar la cabeza han sido los bancos y las grandes corporaciones mientras al resto se nos siguen prometiendo brotes verdes y luces al final del túnel, entreverados de más reformas y ajustes. No hago proselitismo a favor de la abstención, que cada cual haga lo que crea y quiera. Sólo digo que me lo tendrán que explicar muy bien los candidatos para convencerme de que las cosas van a cambiar y que a partir de ahora la prioridad será rescatar a los ciudadanos. Aunque a lo peor ya es un poco tarde para convencernos por lo que, en lo que a mí respecta, puede tomarse Rajoy todo el tiempo del mundo para anunciarnos la buena nueva de su candidato.

Suárez y el bochorno nacional

Una semana despidiendo a Adolfo Suárez y cantando sus virtudes políticas y su papel clave en la Transición y en el último acto volvemos a dar la nota. En el más que funeral, sahumerio de Estado que ayer se le ofreció en la madrileña catedral de la Almudena volvieron a darse cita políticos de antaño y de hogaño apurando la ya estereotipada imagen de una unidad y un consenso de boquilla. No faltaron presidentes de comunidades autónomas, amplio cuerpo diplomático y hasta un jefe de estado. Nada menos que ese democrático presidente guineano llamado Teodoro Obiang que no quiso perderse el histórico acontecimiento. 

Estaba de paso hacia Bruselas para hablar del español en el Instituto Cervantes por invitación de no se sabe quién, tal vez del bedel, y se dijo que por qué no pasarse por la catedral de la ex metrópoli para saludar a algunos viejos amigos y darse un baño de reconfortante democracia. Y allá que fue, aunque para desconsuelo de los que seguimos de cerca con incansable entusiasmo los avances económicos y sociales en su país no nos han quedado para el recuerdo ni una triste fotografía ni una pobre imagen de este líder mundial saludando al rey o a Rajoy. Una verdadera lástima, de verdad. 

Con todo no fue Obiang el único que protagonizó una de las notas más discordantes de la celebración. Ese mérito le correspondió por derecho propio al cardenal arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, otro dechado de tolerancia y virtudes democráticas que, a pesar de haber sido apeado hace poco de la presidencia de la Conferencia Episcopal, no hay forma de bajarlo de un púlpito. 

Desde allí y sin que se sepa tampoco la razón por la que se le ha vuelto a dar vela en ese entierro de Estado, se atrevió el cardenal a agitar los fantasmas del pasado y a advertir sobre los riesgos de que en España volvamos un día de estos a las manos o algo mucho peor. No es improbable que el prelado se encontrara abducido por el espíritu del 75 aniversario del 1 de abril de 1939 que se cumple hoy, cuando, “cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares”

Despreciando la historia sobre el origen de la guerra civil y sobre quienes la iniciaron y se perpetuaron durante cuarenta años en el poder a base de sangre y fuego pero, sobre todo, haciendo un soberano corte de mangas al espíritu del personaje al que se le rendía homenaje, Rouco Varela aventó los temores de aquella contienda  por la que personajes como él parecen tener una malsana añoranza y enterró sin oración ni confesión el espíritu de la Transición y el fin de las dos Españas de las que hablara Machado. 

No contento con adentrarse en un asunto sobre el que mejor debería guardar silencio dado el entusiasmo con el que la Iglesia Católica de la que es alto representante apoyó la “cruzada nacional”, el cardenal remató la faena con la interpretación nada menos que del himno nacional en el órgano de la catedral en todo un funeral de Estado en un país presuntamente aconfesional. Sólo faltó la voz tronante desde el más allá de aquel cardenal fascista llamado Isidro Gomá que, con la guerra civil terminada, pedía a Franco que la contienda no acabara en arreglo o reconciliación sino que llevara las hostilidades hasta obtener la victoria sobre “los rojos” por la punta de la espada. 

En realidad no era necesario, ya está Rouco para recuperar y poner al día su espíritu y su pensamiento. Cabe pensar que si Suárez levantara la cabeza en su fría tumba de Ávila solo podría sentir bochorno y vergüenza de que se utilice su labor al frente del país en los daños más duros de la historia reciente para volver a alimentar el miedo entre los españoles. Tal vez hasta pusiera su epitafio entre interrogantes y se preguntara si la concordia realmente fue posible.