Montoro presume de Power Point

Montoro y su séquito de secretarios de estado se personaron esta mañana ante los ciudadanos llevando a cuestas una herramienta muy valiosa: el Power Point con el déficit de las comunidades autónomas. Allí presumieron el ministro y los suyos de lo bien que lo han hecho en la contención del déficit las mal financiadas comunidades autónomas. Tanto que en su conjunto sólo se pasaron tres décimas del objetivo fijado para todas ellas. Pero no todas cumplieron, es más, algunas incumplieron de nuevo después de haberlo hecho también en 2012. 

Entre ellas cabe citar a Cataluña, Aragón, Valencia, Murcia o Castilla – La Mancha. Para las cuatro últimas, en las que gobierna el mismo partido al que Montoro presta sus servicios, tuvo el ministro palabras de comprensión, consuelo y ánimo. “Han hecho un esfuerzo extraordinario para reducir su déficit”, ha venido a decir. De aplicar las previsiones de la Ley de Estabilidad Presupuestaria pensadas para meter en cintura las cuentas autonómicas más rebeldes, ni una palabra. Es improbable que se hubiera mostrado tan benévolo si en las incumplidoras gobernaran otros que no fueran el PP. 

El buen comportamiento de las que se han ajustado el cinturón en detrimento muchas veces de los servicios públicos lo aprovecha Montoro para sacar pecho y presumir de lo bien que lo está haciendo España, de lo serio que es este país y de lo bien que nos va a ir a partir de ahora que ya tenemos el déficit bajo estrecha vigilancia y los mercados vuelven a confiar en nosotros, el mantra por el que se miden todas las acciones de este Gobierno. 

Olvida, sin embargo, que el esfuerzo en los recortes lo están haciendo casi en solitario las autonomías, que tienen transferidos los servicios públicos básicos pero no tienen con qué atenderlos adecuadamente, y los ayuntamientos. Estos últimos incluso no tuvieron déficit el año pasado sino que encima terminaron en números positivos en 2013 a costa de los servicios más cercanos a sus vecinos. Sin embargo, la Administración General del Estado y la Seguridad Social incumplieron con creces sus propios objetivos, los que Montoro se había reservado para sí y que encima eran los más generosos en la distribución por administraciones. Pues ni con esas consiguió España cerrar el año dentro de los márgenes que le ordenó Bruselas. 

De hecho se pasó una décima y eso sin contar los 4.300 millones de euros de ayudas a la banca, con lo que el déficit total se desviaría cerca de un punto por encima del objetivo marcado por Bruselas. Ahora bien, si se trata de dar lecciones Montoro es el primero y hasta se atreve a descalificar los informes de Caritas sobre la pobreza infantil en España, la segunda más alta de la UE, después de Rumanía. El ministro es, en realidad, un hombre al que le gusta presumir y ponerse medallas, aunque sea con los esfuerzos de otros, con los recortes a los que ha obligado a los ayuntamientos y a las comunidades autónomas por la vía de los duros ajustes presupuestarios unidos a una financiación autonómica manifiestamente mejorable. 

No tiene argumentos el ministro para sacar pecho con el déficit. Primero, porque el esfuerzo de la Administración General del Estado en comparación con el del resto de las administraciones ha sido claramente insuficiente. En segundo lugar, y no menos importante, porque la caja de la Seguridad Social, con lo que eso supone para pensionistas y parados, continúa en números rojos y a peor irá mientras no haya empleo estable y de calidad suficiente en lugar de extrañas ocurrencias de “tarifas planas” como las anunciadas por Rajoy.

Y en tercer lugar, porque no cabe presumir si después de un año más de ajustes presupuestarios y recortes en servicios públicos resulta que sólo has conseguido rebajar el déficit en tres miserables décimas con respecto a 2012 y eso, tras haberte Bruselas regalado unas décimas para que llegaras más desahogado a la meta. 

Los tozudos hechos evidencian de nuevo que la austeridad a marchas forzadas y caiga quien caiga, sin acompañarla al menos de algún tipo de estímulo de la actividad económica digno de ese nombre, sólo consigue alargar la incertidumbre de los ciudadanos sobre la salida de la crisis y reforzar el temor de que habrá más sacrificios y que volverán a recaer sobre las mismas espaldas. La reforma fiscal progresiva y de tolerancia cero con el fraude, que ayudaría a equilibrar las cuentas públicas, ni está ni se le espera. Lo más que cabe esperar de Montoro es un mal remedo de reforma impositiva en el que, aunque la venda como el no va más de las reformas del mundo mundial, sólo será más de lo mismo. Eso sí, tal cosa no ocurrirá antes de que se acerquen un poco más las elecciones aunque es probable que ya esté preparando el correspondiente Power Point.

¡No vayas a Alemania, Pepe!

Alfredo Landa y Pepe Sacristán protagonizaron allá por los años 70 una película que retrataba con acierto inusual para el cine español de la época las aventuras y desventuras de los emigrantes españoles en el franquismo. Se titulaba ¡Vente a Alemania, Pepe! y su trama transcurre en Peralejo, un tranquilo pueblo aragonés en el que nunca pasa nada. Un día de tantos llega al pueblo para pasar las vacaciones Angelino (Sacristán): conduce un espléndido Mercedes y cuenta maravillas de Alemania y de las alemanas. Pepe (Alfredo Landa) se queda extasiado y decide sacar la vieja maleta de madera de debajo de la cama, meter sus pocas pertenencias en ella y poner rumbo a Múnich. Sus esperanzas de una vida mejor pronto se vieron truncadas: su jornada laboral comenzaba a las cinco de la mañana limpiando cristales y acababa a las 12 de la noche pegando carteles.

Desde que comenzó la crisis económica, muchos “pepes” y “pepas” han seguido el mismo camino que el personaje de Landa. A la vista de que las exportaciones españolas crecían como la espuma gracias a la “competitividad” de nuestros salarios y de que la ministra de Empleo no paraba de alabar las bondades de la “movilidad exterior”, también ellos se colocaron la mochila a la espalda y se fueron a Alemania. Unos tenían trabajo antes de partir y otros lo buscaban al llegar allí y, mientras lo encontraban, los que lo necesitaran podían ir tirando con la ayuda de los servicios sociales alemanes.

Tanta generosidad está a punto de ser cosa del pasado. Merkel, la lideresa europea que más ha hecho por acabar con la siesta y la modorra mediterráneas, va a ponerle puertas a Alemania. La misma que ha impuesto a los países del sur de Europa el aceite de ricino del austericidio consiguiendo que jóvenes españoles, griegos, italianos o portugueses hayan tenido que liar el petate para buscar una oportunidad en sus dominios, les dice ahora que si no encuentran trabajo en un plazo de seis meses tendrán que irse por donde han llegado. Se les retirarán las ayudas del sistema social alemán y, llegado el caso, se les pondrá en la estación o en el aeropuerto para que retornen.

Aunque la medida parece pensada para frenar la llegada de rumanos y búlgaros, afectará por igual a todos aquellos que acudan a Alemania en busca de un trabajo y no lo encuentren en seis meses. Argumenta el gobierno de socialdemócratas – quién lo iba a decir – y socialcristianos, que quiere poner fin al fraude de los servicios sociales alemanes que presuntamente perpetra esta mano de obra llegada de países empobrecidos por la crisis o de otros como Rumanía o Bulgaria, en donde aparte de la pobreza crónica reside una nutrida etnia gitana.

Excusas que encajan mal con el derecho comunitario y con el Tratado de Schengen que consagra la libre circulación de personas dentro de la Unión Europea. No es cierto que el fraude de los servicios sociales alemanes por parte de los inmigrantes sea tan elevado como de forma insidiosa dice el gobierno de Merkel ni es verdad que todos los que van a buscar trabajo hagan uso del sistema. Si lo que le apetecía era cerrarles las puertas de su país a los inmigrantes sin trabajo llegados del Este o del Sur de Europa – ciudadanos de pleno derecho de la Unión Europea, que no inmigrantes - podría haberlo dicho abiertamente o buscarse una coartada más creíble. Por lo demás, resulta irrisorio suponer que un país como Alemania no cuenta con los medios técnicos y humanos suficientes para detectar el fraude y actuar en consecuencia contra el defraudador en lugar de extender las sospechas sobre la totalidad de los parados expulsados de sus países por la crisis y el desempleo. Tal vez crea Merkel que todos los que acuden a Alemania lo hacen por deporte y prefieren trabajar en ese país que en el suyo de origen.

Se anuncia además la medida a menos de dos meses de las elecciones al Parlamento Europeo ante las que los pocos europeístas convencidos que van quedando se desgañitan alabando las ventajas de la Unión Europea y la importancia de ir a votar. No es improbable que el ejemplo de Merkel lo sigan otros países del Norte rico en su afán de construir una Europa de dos velocidades en la que ellos dan lecciones e imponen normas de obligado cumplimiento a los países del sur, condenados así al desempleo y el deterioro de los servicios públicos. Una de las pocas salidas que quedaban era emigrar a países como Alemania. Ahora también se cierra en parte esa vía de escape, salvo que tengas contrato previo o, claro está, salvo que seas un potentado con muchos millones en una cuenta corriente dispuesto a gastártelos en chucrut y cerveza.

El debate imposible

El Parlamento de Canarias acaba de perpetrar otro debate-del-estado-de-la-nacionalidad que seguramente ha dejado exhaustos a quienes lo han protagonizado, por no hablar de quienes por obligación profesional no hemos tenido más remedio que seguirlo hasta el final. Que los medios de comunicación sigan dedicando todos horas de emisión y páginas de prensa a glosar un debate como este es un misterio inexplicable que crece año a año.

La falta de conexión entre los discursos en la cámara y las preocupaciones cotidianas de los ciudadanos merecería ser estudiada a fondo por politólogos, sociólogos y hasta ingenieros de sonido. Esa ausencia de vinculación entre lo que se dice en el Parlamento y lo que se dice en la calle aleja cada vez más a la segunda del primero sin que nadie parezca con ganas ni ideas de ponerle remedio. En el mismo objetivo de estudio habría que situar también la sordera que preside las intervenciones por parte de los portavoces parlamentarios, de manera que la calle y los representantes políticos no se escuchan entre sí y estos tampoco entre ellos. Y lo llaman debate cuando deberían llamarlo diálogo cuadrafónico de sordos. 

Para empezar, las diez nuevas medidas que anunció el presidente autonómico en un discurso – río y que le llevaron dos horas, se pueden anunciar en 20 minutos al término de cualquier Consejo de Gobierno y dedicarle otros diez a precisar algún detalle. Máxime si mientras las desgranaba a su pausado ritmo, la mayor parte de sus señorías propias y adversarias wasapeaban, tuiteaban o feisbuqueban pero ni miraban ni escuchaban. De hecho, cuando llegó el debate de verdad ninguno de los portavoces apenas se refirió a ellas ni siquiera por equivocación. 

Y es que con discursos escritos de antemano es imposible el debate que tampoco se produce ni siquiera cuando en el cuerpo a cuerpo dialéctico el lenguaje se llena de tópicos y consignas de partido repetidas ad nauseam. Debatir en sentido político es confrontar ideas y puntos de vista. Sin embargo, de lo que en realidad se trata en este tipo de debates es de enfrentar estrategias partidistas y llegados a ese punto que nadie pida confrontación de ideas y mucho menos acuerdos.

El debate de la nacionalidad como el debate de la nación en el Congreso de los Diputados deberían ser, junto al de los presupuestos generales, las dos citas parlamentarias más importantes del año. En consecuencia deberían tener un formato que lo hiciera atractivo e interesante para los ciudadanos a los que supuestamente va dirigido, incluidos los propios parlamentarios. Sin embargo, en España y en Canarias estas citas políticas, tan importantes para los medios como superfluas para los ciudadanos, hace tiempo que han degenerado en una cansina escenificación teatral de posiciones políticas conocidas previamente hasta la saciedad.

Por no hablar del incumplimiento de esas propuestas de resolución en la que tanto ardor ponen los partidos para luego exhibirlas como efímeros triunfos políticos que apenas tardan unas horas en desaparecer en los cajones del olvido. De este modo tan poco estimulante ha concluido un nuevo debate-del-estado-de-la-nacionalidad canaria, cada uno se fue por donde vino y, como dijo el clásico, no hubo nada. Ni siquiera debate.