Cierro paréntesis

Toca volver a la normal anormalidad en la que se desarrolla la vida en estos tiempos de incertidumbre y retomar el pulso de las cosas que nos pasan, intentando averiguar por qué nos pasan y cuáles son sus consecuencias. Creo que la recomendación es extrapolable a los promotores patrios de la candidatura olímpica madrileña, que acaban de regresar de Buenos Aires con el rabo entre piernas. Sinceramente, ni me enfría ni me calienta que los aros olímpicos se los haya quedado Tokio. Por tanto, no caeré en la tentación patriotera de atribuirlo todo a una conjura judeomasónica para arrebatarle a la Villa y Corte lo que esos mismos promotores daban por hecho antes de haber cazado la piel de los miembros del COI.

Del mismo modo me produce una enorme pereza intentar analizar las razones ocultas de la decisión de los olímpicos votantes, cuánto pesó la pasividad española ante el dopaje, los recelos que genera la situación económica del país o el escaso don de lenguas del presidente del Gobierno y la alcaldesa madrileña. Esa tarea se la cedo encantado a los analistas de guardia que desde el sábado por la noche intentan buscar explicaciones alambicadas a lo que se explica de manera muy sencilla: España no pinta apenas nada en el concierto internacional y el COI, además de los grandes intereses creados que alberga en su seno, no se fía de un país de segunda fila para organizar un encuentro deportivo en el que se mueven muchos miles de millones de dólares.

En cualquier caso, me da igual: a decir verdad, casi me siento aliviado con solo pensar que la derrota madrileña nos evitará meses de propaganda gubernamental sobre el prestigio de la maltrecha “marca España”, hoy más maltrecha que nunca, la salida ipso facto de la crisis gracias a los Juegos y el respeto que merece el país por esos mundos de Dios. 

Sólo por no escuchar a Rajoy y a los suyos usando las Olimpiadas para desviar la atención sobre el “caso Bárcenas”, el paro o el acoso y derribo del estado del bienestar al que se han entregado con pasión desmedida en estos últimos meses, me alegro de que las Olimpiadas se hayan ido a Tokio, aunque lo mismo me daría que se las hubiese quedado Estambul.

Me duele, eso sí, por los deportistas españoles, los únicos que representan con dignidad la “marca España” por el mundo; aunque no más que lo que me duelen los parados que no encuentran trabajo, los trabajadores que temen perder el suyo si no se someten a las condiciones leoninas que se les imponen, los pensionistas que verán su pensión aún más recortada, los hogares que lo han perdido todo o los estudiantes que no podrán acceder a la universidad salvo que sus familias tengan el riñón bien forrado.

Ellos sí tienen que hacer verdaderos esfuerzos olímpicos diarios para continuar adelante a pesar de todas las trabas que se les ponen en el camino y es muy improbable que unas olimpiadas dentro de siete años hubiesen servido para que mejorara en algo su situación a corto y medio plazo. Así que “a relaxing cup of café y leche”, que las Olimpiadas pueden esperar.

Un paréntesis

Llegados a esta altura del año, este blog hace un paréntesis para recuperar fuerzas. Gracias a quienes lo siguen y comentan. Volveremos a la carga a finales de agosto o principios de septiembre. Mientras, se quedan con Cecilia y sus reflexiones sobre este país, muchas de ellas válidas aún. ¡Feliz verano!

Si yo fuera Mariano

Si yo fuera Mariano Rajoy a esta hora me habría afeitado la barba, me habría puesto unas gafas oscuras y una camisa estampada de flores y volaría rumbo a algún país lejano y desconocido, Botswana, por ejemplo, donde nadie me encontrara y reconociera. Mejor aún: si yo fuera Mariano y hubiera pasado la vergüenza de decir lo que él ha dicho esta mañana ante la representación de la soberanía popular española, junto con el discurso de rigor habría llevado en la cartera mi dimisión como presidente del Gobierno y habría expresado con claridad mi voluntad de quedar a disposición de la Justicia para lo que hubiera menester aclarar, fueran cuales fueran las consecuencias.

Pero Mariano sólo hay uno y se apellida Rajoy. Sólo él puede decir ante los diputados que se equivocó al confiar en una persona que no merece confianza y no dar el paso inexcusable que viene a continuación: dimitir irrevocablemente y convocar elecciones anticipadas o, al menos, cederle el testigo a otro miembro del Gobierno. Sólo Mariano Rajoy es capaz de decir, sin obrar en consecuencia ni darse cuenta de la contradicción flagrante de sus palabras, que ha dejado de confiar en alguien de quien al mismo tiempo dice que no se ha demostrado su culpabilidad.

Hablando de culpabilidades, Mariano no se siente culpable de nada, es un hombre recto y honrado que no acepta chantajes al Estado democrático de derecho con el que vuelve a confundirse. Dijo al principio de su intervención que no caería en el “y tú más” pero no tardó mucho en recordar que no es el suyo sino otro el partido condenado por financiación ilegal. Le echó en cara al PSOE usar la moción de censura en fraude de ley pero no se atrevió a admitir que, sin el amago de su presentación, hoy estaría veraneando apaciblemente sin haber reconocido al menos ante todos los españoles que metió la pata.

Ahora bien, persiste la duda: ¿se equivocó? ¿fue engañado? ¿se dejó engañar? Dicho de otro modo: ¿sabía lo que ocurría con la financiación de su partido y no hizo nada para poner fin a unas prácticas que tal vez han durado más de dos décadas? ¿cobró sobresueldos en negro con cargo a la caja B del PP? Si sabía lo que pasaba y no hizo nada para ponerle fin, como ir al juzgado, es cómplice. Si, además, cobraba sobresueldos en negro es culpable de fraude fiscal. Pero si a pesar de ser presidente del PP no se enteraba de nada de lo que ocurría en su propio partido - algo muy difícil de aceptar - entonces estaría completamente incapacitado para el liderazgo político por zote.

Él dice que no y que las cuentas del partido han sido auditadas sin tacha por el Tribunal de Cuentas aunque con unos cuantos años de retraso. Mariano Rajoy nos toma por tontos y ofende la inteligencia de los ciudadanos: ¿qué contabilidad en B se incluye en las cuentas oficiales que se presentan al órgano fiscalizador? Nada aclaró tampoco sobre este aspecto, enrocado toda la mañana en que se equivocó, sí, pero que está limpio de polvo y paja y por tanto ni dimitirá ni convocará elecciones.

Rajoy se siente un presidente providencial e insustituible, sin cuya presencia al frente del Gobierno este país ya se habría hundido de manera irremisible, aunque eso es precisamente lo que quería Montoro para que el PP pudiera rescatarlo. Camino va de conseguirlo, de hundirlo me refiero, con todas sus promesas incumplidas, sus mentiras contumaces y su pringue en el fango de la corrupción en el que chapotea Rajoy como un náufrago agarrado a un sillón presidencial.

Sé que Rajoy interpreta las críticas menos como un ataque contra él que como un acoso intolerable al país en el que le gusta encarnarse y a su imagen exterior, como si la corrupción que salpica a su partido no hubiese contribuido de forma decisiva a enmierdar la delicada imagen que tanto le preocupa. Él está por encima de la responsabilidad que le achacó hoy a su contrincante Pérez Rubalcaba y al que zahirió con un bombardeo de citas respondidas por el socialista con los tiernos mensajes del presidente a ese señor con el que se equivocó y de cuyo nombre de pila y apellido se acordó hoy en nada menos que en catorce ocasiones después de un largo periodo de amnesia.

Oídos sus “razones” frente a los “débiles argumentos” de la perversa oposición que sólo busca su dimisión y la ruina de España, los ciudadanos nos preguntamos qué debe ocurrir en este país para que un presidente, que reconoce haberse equivocado al confiar en un delincuente – así llama el propio PP a su delincuente –, dimita. Claro que esos ciudadanos no se llaman Mariano Rajoy, el hombre que reconoce equivocaciones de esa gravedad pero que no ve la necesidad de asumir ninguna responsabilidad política. Dijo Antonio Gala: “los políticos honrados se quitan de en medio cuando cae sobre ellos la sospecha”. Fin de la cita.