Un paréntesis

Llegados a esta altura del año, este blog hace un paréntesis para recuperar fuerzas. Gracias a quienes lo siguen y comentan. Volveremos a la carga a finales de agosto o principios de septiembre. Mientras, se quedan con Cecilia y sus reflexiones sobre este país, muchas de ellas válidas aún. ¡Feliz verano!

Si yo fuera Mariano

Si yo fuera Mariano Rajoy a esta hora me habría afeitado la barba, me habría puesto unas gafas oscuras y una camisa estampada de flores y volaría rumbo a algún país lejano y desconocido, Botswana, por ejemplo, donde nadie me encontrara y reconociera. Mejor aún: si yo fuera Mariano y hubiera pasado la vergüenza de decir lo que él ha dicho esta mañana ante la representación de la soberanía popular española, junto con el discurso de rigor habría llevado en la cartera mi dimisión como presidente del Gobierno y habría expresado con claridad mi voluntad de quedar a disposición de la Justicia para lo que hubiera menester aclarar, fueran cuales fueran las consecuencias.

Pero Mariano sólo hay uno y se apellida Rajoy. Sólo él puede decir ante los diputados que se equivocó al confiar en una persona que no merece confianza y no dar el paso inexcusable que viene a continuación: dimitir irrevocablemente y convocar elecciones anticipadas o, al menos, cederle el testigo a otro miembro del Gobierno. Sólo Mariano Rajoy es capaz de decir, sin obrar en consecuencia ni darse cuenta de la contradicción flagrante de sus palabras, que ha dejado de confiar en alguien de quien al mismo tiempo dice que no se ha demostrado su culpabilidad.

Hablando de culpabilidades, Mariano no se siente culpable de nada, es un hombre recto y honrado que no acepta chantajes al Estado democrático de derecho con el que vuelve a confundirse. Dijo al principio de su intervención que no caería en el “y tú más” pero no tardó mucho en recordar que no es el suyo sino otro el partido condenado por financiación ilegal. Le echó en cara al PSOE usar la moción de censura en fraude de ley pero no se atrevió a admitir que, sin el amago de su presentación, hoy estaría veraneando apaciblemente sin haber reconocido al menos ante todos los españoles que metió la pata.

Ahora bien, persiste la duda: ¿se equivocó? ¿fue engañado? ¿se dejó engañar? Dicho de otro modo: ¿sabía lo que ocurría con la financiación de su partido y no hizo nada para poner fin a unas prácticas que tal vez han durado más de dos décadas? ¿cobró sobresueldos en negro con cargo a la caja B del PP? Si sabía lo que pasaba y no hizo nada para ponerle fin, como ir al juzgado, es cómplice. Si, además, cobraba sobresueldos en negro es culpable de fraude fiscal. Pero si a pesar de ser presidente del PP no se enteraba de nada de lo que ocurría en su propio partido - algo muy difícil de aceptar - entonces estaría completamente incapacitado para el liderazgo político por zote.

Él dice que no y que las cuentas del partido han sido auditadas sin tacha por el Tribunal de Cuentas aunque con unos cuantos años de retraso. Mariano Rajoy nos toma por tontos y ofende la inteligencia de los ciudadanos: ¿qué contabilidad en B se incluye en las cuentas oficiales que se presentan al órgano fiscalizador? Nada aclaró tampoco sobre este aspecto, enrocado toda la mañana en que se equivocó, sí, pero que está limpio de polvo y paja y por tanto ni dimitirá ni convocará elecciones.

Rajoy se siente un presidente providencial e insustituible, sin cuya presencia al frente del Gobierno este país ya se habría hundido de manera irremisible, aunque eso es precisamente lo que quería Montoro para que el PP pudiera rescatarlo. Camino va de conseguirlo, de hundirlo me refiero, con todas sus promesas incumplidas, sus mentiras contumaces y su pringue en el fango de la corrupción en el que chapotea Rajoy como un náufrago agarrado a un sillón presidencial.

Sé que Rajoy interpreta las críticas menos como un ataque contra él que como un acoso intolerable al país en el que le gusta encarnarse y a su imagen exterior, como si la corrupción que salpica a su partido no hubiese contribuido de forma decisiva a enmierdar la delicada imagen que tanto le preocupa. Él está por encima de la responsabilidad que le achacó hoy a su contrincante Pérez Rubalcaba y al que zahirió con un bombardeo de citas respondidas por el socialista con los tiernos mensajes del presidente a ese señor con el que se equivocó y de cuyo nombre de pila y apellido se acordó hoy en nada menos que en catorce ocasiones después de un largo periodo de amnesia.

Oídos sus “razones” frente a los “débiles argumentos” de la perversa oposición que sólo busca su dimisión y la ruina de España, los ciudadanos nos preguntamos qué debe ocurrir en este país para que un presidente, que reconoce haberse equivocado al confiar en un delincuente – así llama el propio PP a su delincuente –, dimita. Claro que esos ciudadanos no se llaman Mariano Rajoy, el hombre que reconoce equivocaciones de esa gravedad pero que no ve la necesidad de asumir ninguna responsabilidad política. Dijo Antonio Gala: “los políticos honrados se quitan de en medio cuando cae sobre ellos la sospecha”. Fin de la cita.

¡Ánimo y al toro, Mariano!

A una hora más propia de un encierro de San Fermín – las ocho de la mañana – que de una corrida con sol de justicia y puro, Mariano Rajoy se vestirá mañana de luces para lidiar el toro de la corrupción. Lo hará en el Senado, que en el Congreso andan de reformas veraniegas, pero tanto da: en la calle de Correos o en la plaza de las Ventas el morlaco al que se enfrentará es igual de peligroso y el riesgo de ser empitonado muy alto. Trae en sus afiladas astas papeles a cuadros con anotaciones a mano en las que dice que el PP lleva años financiándose ilegalmente y sus dirigentes cobrando sobresueldos en negro.

Pero Rajoy, que también aparece azul sobre blanco en esos peligrosos papeles, es un torero valiente que ha tenido la osadía de pedir motu propio la alternativa sin que nadie se la exigiese por activa, por pasiva y por transitiva, que menudo es él cuando tiene que afrontar un reto. Quiere demostrar así que no hay astado que pueda con él por la vía del chantaje al Estado de derecho con el que tanto le gusta confundirse. Sólo que, en lugar de capote rojo, el valeroso diestro se propone hipnotizar al toro y al respetable con un fleje de folios – a ordenador y en letra bien gorda – del que durante la corrida es probable que se le vayan cayendo una buena cantidad de cifras, porcentajes, proyectos de ley, reales decretos, decretos leyes, previsiones halagüeñas y, en definitiva, todo tipo de quincalla económica hasta que vea la oportunidad de entrar a matar.

Si la cosa se pone muy fea siempre le quedará la opción de esconderse en el burladero que le proporciona su cuadrilla popular, tan dispuesta como siempre a proteger la integridad política de su jefe, y esperar a que pase el peligro. Claro que tambien cabe la posibilidad de que haya que devolver el toro a los corrales por falta de valentía del torero para que lo lidie otro, pongamos un juez, por ejemplo. Sin embargo, no creo que sea eso lo que ocurra mañana habida cuenta la valentía demostrada en estos últimos meses por un matador como el que mañana concentrará todas las miradas del país y al que cada vez que se le ha preguntado por su bestia negra solo ha expresado un deseo incontenible de darle unos cuantos pases maestros y rematarlo en el momento justo.

No me cabe la más mínima duda de que mañana a eso del mediodía, cuando el tendido empiece a silbar y a pedir las orejas y el rabo del torero en lugar de las del toro, y después de haber conseguido alelar al cornúpeta con su florida exhibición de prestidigitación económica, Rajoy sacará su espada y se la hundirá hasta la empuñadura sin ni siquiera preguntar primero cómo se llamaba y, por tanto, sin haber pronunciado su nombre ni una sola vez.

Hay mucha expectación por contemplar con la respiración contenida el encierro político de mañana por la mañana. Puede que en la cárcel de Soto del Real cierto interno haya pedido que le lleven el desayuno a la celda para no perderse detalle. El diestro Rajoy está ante su prueba de fuego como lidiador de la corrupción en su finca popular y sólo tiene dos opciones: o acabar con el toro o terminar empitonado y, encima, salir a gorrazos de la plaza para esconderse otra vez en el burladero de La Moncloa o tras una tele de plasma y esperar que el bicho se vuelva sólo por dónde ha venido, aunque esto último puede tener por seguro que no ocurrirá. Así que ¡ánimo y al toro, Mariano!