La Infanta florero y el duque desmemoriado

Nada, absolutamente nada. Eso es lo que hacía la Infanta Cristina en el cuadro directivo del Instituto sin ánimo de lucro Nóos, montado por su filantrópico esposo el duque de Palma para ayudar desinteresadamente a los pobres que sufren en este mundo cruel. A Cristina la colocó su marido como vocal de Nóos por “comodidad y transparencia”.

Vamos por partes: lo de la comodidad puede entenderse, ya que siempre es mucho menos engorroso y más descansado convocar a los miembros de tu equipo directivo el mismo día de la reunión a la hora del desayuno que andar enviando convocatorias por correo o haciendo llamadas telefónicas, con el tiempo que se pierde y el gasto que supone para las arcas de la altruista organización. Suponer que la Infanta florero figuraba en Nóos para darle lustre a la organización y rapiñar mejor los cuartos públicos a los solícitos gobiernos valenciano o balear es una intolerable insidia. Imaginar además, que una parte del dinero se destinó a alicatar Pedralbes hasta el techo y el resto se colocó en un paraíso fiscal es claramente ofensivo e injurioso.

Lo de la transparencia es algo más peliagudo de explicar, máxime cuando en Nóos nadie se molestaba en tomar notas de lo que se discutía para levantar las correspondientes actas. Debe ser que era tal la transparencia que aportaba la Infanta que andar con esas minucias se consideraba absolutamente superfluo. Ni actas ni contabilidad, porque el honorífico cargo de tesorero vino a recaer en el secretario de las Infantas, Carlos García Revenga, amigo del alma del duque que por camaradería aceptó ocupar el puesto pero tampoco dio palo al agua ni cobró nada de Nóos.

Así, mientras el PP tenía - ¿o tiene todavía? – un tesorero esquiador, el duque de Palma tenía una vocal florero y un tesorero florero, que aún hay clases y clases. Sobra decir que de nada de esto tenía conocimiento el Rey, que por entonces debía de estar en África con los elefantes.

Con toda lógica, el juez ha querido saber cómo y quién demonios tomaba las decisiones en una junta directiva en la que casi la mitad de los miembros eran meros bultos decorativos. Ahí nos encontramos con un serio problema: “no sé”, “no recuerdo”, “no tengo ni idea”, “no le puedo decir más”, “ no puedo saber”, “eso no lo llevaba yo”, “yo de esas cosas no entiendo”. Por no recordar, el desmemoriado duque ni recordaba con claridad que Telefónica le había pagado 350.000 euros al año – llamadas a fijos y móviles incluidas, supongo – por representarla en Estados Unidos. Tampoco recuerda muy bien que la generosa compañía le pagó unos 200.000 euros en finiquito - ¿diferido? – cuando volvió a España tras agradecerle los servicios prestados.

No me digan que tanta amnesia no mueve a la compasión más entrañable hacia un hombre que ya no tiene ni para la modesta hipoteca de su pisito y que, como no encuentre un trabajo pronto, puede ser desahuciado como cualquier plebeyo hijo de vecino. Aunque siempre queda la esperanza de que, ante cliente tan distinguido y en tan serios apuros, su entrañable banco de toda la vida le dé unos añitos de carencia hasta que salga del hoyo (o de la cárcel).

Por no acordarse, el pobre duque enPalmado, imputado, hipotecado y ahora también desmemoriado, ni siquiera se ha acordado de visitar a su convaleciente suegro que acaba de pasar una vez más por el taller. Cría cuervos…

El paro imparable

Otra vez, un mes más, sube el paro. Nada de lo que extrañarse, nada de lo que asombrarse: era y es lo previsible con una política económica ofuscada con la austeridad fiscal y unas empresas aprovechando a conciencia la generosa reforma laboral para devaluar salarios bajo la amenaza del despido o despidiendo directamente para cuadrar resultados.

Luego se quejarán de que no hay crédito – y es verdad que no lo hay ni lo habrá hasta que seamos los ciudadanos los que apoquinemos de nuestro bolsillo el festín inmobiliario de los bancos – y de que no hay consumo – lo cual es consecuencia directa del desempleo galopante y la caída de los salarios; al mismo tiempo, empresarios y Gobierno defenderán una vez más con absoluto convencimiento que aún es pronto para que la destructiva reforma laboral produzca sus dorados frutos en forma de creación de puestos de trabajo.

Sólo hay que esperar – dicen - a que la actividad económica se recupere y entonces este país volverá a ser el paraíso en la Tierra y volveremos a atar los perros con longanizas. Cómo se va a producir esa ilusoria y salvadora reactivación de la economía es algo que fían en exclusiva a la austeridad, a las reformas estructurales y a los recortes. Es lo que llevan haciendo sin parar desde hace más de un año con los espectaculares malos resultados por todos conocidos.

Ellos, no obstante, perseveran porque – dicen – no hay alternativa y así, palada a palada nos hundimos cada vez un poco más. Unos y otros volverán hoy a rizar el rizo para intentar justificar la nueva subida del paro registrado en España, por encima ya de los cinco millones de personas y alcanzando cotas históricas.

Supongo que ese as del análisis económico que es Joan Rosell, el presidente de la patronal, estará satisfecho: estos son los datos en los que él cree y no en los de la Encuesta de Población Activa, que suma por su parte más de 6 millones de desempleados y avanza hacia los 6,5 millones, según las previsiones de los oscuros y distantes tecnócratas de Bruselas a los que maneja como marionetas Angela Merkel desde Berlín y obedece con seguidismo borreguil el Gobierno español.

Lo realmente extraño con la obtusa política económica de este Gobierno y con los empresarios cuadrando los balances por la vía del despido y la reducción salarial, sería que el paro bajara. Eso sí que sería noticia.

Montoro juega al trile

En términos de felicidad, no había ayer nadie en España más feliz que el ministro Montoro. Poco después de sembrar la insidia sobre el cumplimiento de las obligaciones fiscales de actores y diputados, el exultante y ufano ministro de Hacienda se apareció ante los medios para revelar urbi et orbe - ¡Adiós Benedicto! – los datos del déficit público en 2012.

Sacó las bolitas y empezó a jugar con ellas: nos mostró primero la bolita del déficit del conjunto de las administraciones y proclamó con incontenible entusiasmo que ha sido del 6,7%. Sin embargo, le restó importancia al generoso rescate de casi 40.000 millones de euros a la banca que lo coloca al borde del 10%, por encima de la tan socorrida herencia socialista. No computa en términos de déficit público, dijo.

Por supuesto, también mantuvo bien oculto que el compromiso de déficit adquirido por España para 2012 era del 4,5% y que fue Bruselas la que permitió ajustarlo en el 6,3. Pero ni con esas: superó en cuatro décimas el regalo comunitario y, todo ello, después de un año en términos de recortes y ajustes salvajes.

Por supuesto, embargado por la felicidad que le producen estos extraordinarios resultados que, en términos de Montoro, son una inyección de “ilusión colectiva” – ¡hay que jeringarse! -, se negó a reconocer que no haber alcanzado los compromisos asumidos es precisamente el resultado de esos recortes y ajustes que tanto le llenan de entusiasmo. De hecho, cuando se le preguntó si habrá que hacer más recortes en los próximos meses, rebajó notablemente el tono exultante de su perorata y dijo que no. ¡Fíate y no corras!


Pero sigamos con el trile. Después sacó la bolita del déficit de las comunidades autónomas y dijo de ellas que había sido una injusticia culparlas en términos de ser las causantes del déficit público por manirrotas y despilfarradoras. Conveniente y cínicamente olvidó que ha sido precisamente él, su partido y su Gobierno los que más han demonizado el gasto de las autonomías y a las que más han castigado con sus tijeretazos en términos de sanidad, educación o servicios sociales. A punto de llorar de emoción anunció que el déficit autonómico superó en dos décimas el objetivo del 1,5% y evitó hacer sangre en el hecho de que comunidades como Castilla - La Mancha - ¡ay mi querida y diferida Cospedal! - o la valenciana, gobernada desde tiempos inmemoriales por el PP, se pasaron varios pueblos y provincias. Después se echó flores a sí mismo – no me beso porque no me alcanzo – y a la guardia de corps de secretarios de Estado que le rodeaba por lo bien que han hecho su  trabajo. El de él, se entiende.

Un par de horas antes de esta triunfal comparecencia de Montoro, habíamos sabido que la economía española se desplomó el año pasado el 1,4% debido a que el consumo y la inversión andan más congelados que una hamburguesa equina.

Esta bolita, la tercera del juego, sólo la mostró Montoro como de pasada y como si no tuviera nada que ver en términos de los espectaculares malos datos de déficit que tanto le ponen en términos de satisfacción y felicidad. Concluido el juego del trile y hechas las cuentas del Gran Capitán, Montoro y su guardia personal se retiraron a celebrarlo en términos de habernos tomado el pelo una vez más. ¿Dónde está la bolita?