El cuento de las cuentas

Maestros en enredarlo y oscurecerlo todo, populares y socialistas andan ahora enzarzados en una inútil y paradójica pugna sobre quién la tiene más pequeña, la declaración de la renta, aclaro. Rajoy enseñó la suya y nos asombramos de que, en plena crisis, el entonces líder de la oposición viera incrementado su sueldo casi un 30% mientras pedía sacrificios salariales a los trabajadores. Comprobamos, además, que cuando supuestamente cesaron los presuntos pagos en negro de Bárcenas, a él se le incremento el salario oficial como presidente del PP. Después, además, hemos sabido que a Bárcenas se le despidió con una generosa indemnización de 400.000 euros que se le estuvo pagando hasta diciembre pasado y, de regalo, se le abonó también la Seguridad Social mientras mantenía despacho y secretaria en Génova.

Por cierto, seguimos esperando la querella contra Bárcenas, anunciada por ese nuevo portento de portavoz que se ha sacado el PP de la chistera llamado Carlos Floriano, según el cual, al ex de Ana Mato, el funcionario Jesús Supúlveda, imputado en la trama Gürtel, no se le podía despedir porque contravenía el Estatuto de los Trabajadores. Pero a lo que íbamos, que me disperso.Después de que Rajoy mostrara urbi et orbe su prístina declaración de la renta, el PP inició una campaña para que Rubalcaba y los suyos hicieran lo mismo con la esperanza de que el foco mediático se pose sobre el PSOE al menos por unos días. Y Rubalcaba ha entrado al trapo: ayer aseguró ante los medios que el año pasado ganó unos 55.000 euros sin dietas y comparó su salario mileurista con el de Rajoy, que ascendió a más de 180.000 cuando el hoy presidente era líder de la oposición. Deduce Ruabalcaba que la diferencia está en Bárcenas y sus anotaciones en cuaderno de cuadros que, obviamente, no pueden aparecer en la declaración de Rajoy.

Vale, muy bien, pero ¿nos lleva esto a algún sitio? ¿sirve este striptease económico como lo llamó el líder socialista para limpiar las cloacas del poder político? En absoluto, aunque nunca está de más que los representantes públicos muestren sus declaraciones fiscales. Sin embargo, el problema no es lo que se muestra, sino lo que se oculta, lo que tiene origen dudoso, opaco, turbio o negro y esa es la sospecha e incluso la certeza que en muchos casos tienen ya los españoles.

En la marea de chapapote corrupto que nos anega salta ahora a los medios una trama de escuchas políticas en Cataluña digna de una novela de espionaje con sonados antecedentes en Madrid. Ahí tenemos presuntamente a detectives con sombrero, gabardina y gafas negras contratados supuestamente por socialistas para que escuchen a populares que se entrevistan con la novia de un vástago de la familia Pujol que llevaba dinero Suiza en el maletero del coche mientras un hermano suyo amañaba contratos de la ITV. Más allá nos aparece un alcalde liado con la mafia rusa y más acá chanchullos urbanísticos o desviación de fondos públicos para las arcas del partido.

Pretender que con mostrar la declaración de la renta se arregla todo es seguir tomándonos por niños de pecho. Hace falta mucho más que eso para que los ciudadanos recuperen la confianza en sus representantes públicos. Ahora, y forzados por los escándalos de financiación irregular, los dos grandes partidos consideran conveniente que también a ellos les afecte una ley de transparencia que, tengo para mí, tampoco será por sí sola la panacea para limpiar las sentinas de la corrupción.  

Tal vez porque las cosas no les han ido nada mal con la actual situación, no parece haber interés ni  voluntad política en los grandes partidos  para afrontar el reto y acometer cambios radicales para ventilar las estructuras partidarias, cambiar la ley electoral, implantar listas abiertas, obligar a dimitir a los imputados en casos de corrupción, fiscalizar de modo independiente, día a día y no con cuatro años de retraso, la financiación de los partidos políticos y controlar al céntimo el gasto de las administraciones. Para empezar.

En paralelo, a los ciudadanos nos compete exigir que se produzca ese cambio profundo y radical y poner fin a la tolerancia y la comprensión con la que hemos premiado a los corruptos que en este país han sido y son. Y basta de generalizar, lamentarse y echar la culpa a los políticos: los que han metido la mano en la caja pública son los que nosotros hemos elegido y son, por tanto, los que nos merecemos. Así que mejor que no nos engañemos al respecto si no queremos seguir, como en el tango, viviendo en un merengue todos revolcaos y en un mismo lodo todos manoseaos.

Arturo reflexiona

Un “tiempo de reflexión” o “tiempo muerto” se ha pedido Arturo Fernández para decidir sobre su futuro. Del presidente de la patronal madrileña y vicepresidente de la española, además de hoolingan del PP a jornada completa, han dicho varios de sus empleados que tenía por costumbre inveterada pagarles parte de sus sueldos en sobres y en negro, el medio y el color que hacen furor en los últimos tiempos en España. Aunque los que así aseguran que cobraban no están exentos de culpa ni la denuncia pública que ahora hacen les exime de responsabilidad, afirman que no había otra opción: o lo tomas o lo dejas. Puede ser, aunque eso no excluye que a muchos les pareciera fantástico no tener que rendir cuentas ante Hacienda, otra costumbre de profundas raíces antropológicas en España aunque a la postre resulte desastrosa.

Su patrón negó de entrada los hechos pero después de una reunión ayer a puerta cerrada con sus conmilitones de la CEOE, se supo que había pedido un periodo de reflexión antes de decidir si renuncia a sus cargos en la patronal nacional y madrileña. Es consolador saber que en la cúpula de la patronal española hay algunos empresarios – los menos – a los que las presuntas prácticas fraudulentas de Fernández no les hacen ni pizca de gracia y opinan que debería abandonar la primera línea de fuego después de haber sido gravemente herido en pleno combate neoliberal.

Ya bastante despachurrada está la imagen de los empresarios de este país, con el ex presidente Díaz Ferrán en la cárcel por trincón y alzador de bienes y su sucesor diciendo sandeces por los rincones sobre la EPA y los funcionarios, como para empeorar más las cosas. Sin embargo, parecen ser mayoría los que opinan que no hay razones para que Fernández se retire a sus cuarteles de invierno a pesar de que la Fiscalía ya se haya puesto manos a la obra de averiguar lo del presunto fraude a la Seguridad Social.

Al propio presidente Rosell, tan elocuente a la hora de pedir que se endurezca la reforma laboral, de desacreditar encuestas de referencia como la de Población Activa y tan ingenioso a la hora de mandar a sus casas a miles de funcionarios porque salen más baratos y gastan menos papel y teléfono, tampoco se le ha escuchado esta vez decir en público si piensa que su número dos debe seguir los pasos de Benedicto XVI y retirarse a un convento para meditar sobre sus presuntos pecados. No parece preocuparles lo más mínimo que Fernández, el hombre que clamaba contra los acampados en la Puerta del Sol y que tiene en su hoja de servicios generosas donaciones económicas al PP, haya presuntamente defraudado a la Seguridad Social.

Es uno de los nuestros, parecen dar a entender, y a uno de los nuestros no se le abandona a su suerte y menos por un pecadillo tan venial como escamotear las cotizaciones a la Seguridad Social de sus trabajadores por tiempo y cuantía aún por determinar. Que reflexione Arturo Fernández pero que reflexionen también todos los que como él consideran que no ha hecho nada incorrecto; que mediten sobre si no son en realidad las declaraciones extemporáneas, las prácticas corruptas y las conductas dudosas las que perjudican de verdad la manoseada marca España con la que, eso sí, se llenan la boca al referirse a las protestas y huelgas de trabajadores y ciudadanos hartos ya de tanta insolencia, impunidad y descaro en la casta dirigente de este país.

El Papa da la campanada

Tiemblo solo de pensar que nos quedan aún meses por delante de papología desbocada. Exégetas, hagiógrafos, apocalípticos e integrados echan desde el lunes su cuarto a espadas para analizar y diseccionar el pontificado de Benedicto XVI – Joseph Ratzinger para los amigos. Incluyen en sus sesudos comentarios augurios y pronósticos de todo tipo sobre quién será el sucesor del intelectual papa alemán que ha tenido a bien pedirse la baja voluntaria e indefinida por motivos de edad y salud. Una pena, eso sí, que lo haya hecho en latín ante un grupo de escogidos cardenales – todo un signo de modernidad – y no en una rueda de prensa con preguntas de los periodistas. Pero tal vez estoy pidiendo demasiado.

No digo yo que el gesto no le honre habida cuenta de que renunciar al papado es tan inusual como dimitir en España, pongamos por caso y sin ánimos de señalar. Lo que digo es que ni me enfrían ni calientan estos análisis en los que se ahogan estos días las páginas de los periódicos y las tertulias radiofónicas y televisivas. Y me da lo mismo que me da igual que se hagan desde una óptica progresista o conservadora, desde quienes consideran que este ha sido un Papa demasiado avanzado o demasiado conservador, que se ha atrevido a levantar la voz contra los casos de pederastia, como dicen sus hagiógrafos, o que ha ido demasiado lejos en ese escabroso asunto, como critican sus críticos.

Que su renuncia se deba, entre otras cosas, a esa cuestión o a la red de espionaje que al parecer tenía montada a los pies mismos de sus zapatillas de Prada, tampoco son cuestiones que me impidan dormir. Menos aún si su relevo será europeo, latinoamericano, norteamericano, africano o filipino. En esto opino que doctores tiene la Iglesia y seguro que los veteranos cardenales tendrán a su favor la inspiradora ayuda del Espíritu Santo para elegir al primus inter pares que más convenga a la mayoría (de ellos).

No ignoro que lo que sale por la boca o la pluma del Papa tiene aún una importante influencia sobre los católicos de todo el mundo y, por ello, sobre la sociedad en donde el catolicismo es predominante, aunque en muchos casos como el español sea más nominal que practicante. La razón de tanto desapego ante la papología que nos invade estos días es que nada cabe esperar de una teocracia anacrónica de rancio aroma medieval que tantos esfuerzos ha dedicado en su dilatada historia a permanecer siempre décadas sino siglos por detrás de los cambios sociales; unos cambios que a la postre y para su desgracia han terminado siempre pasándole por encima por mucho que haya intentado frenarlos.

El esperanzador aggiornamento que supuso el Concilio Vaticano II pronto se vio desvirtuado por papas como Juan Pablo II y el propio Benedicto XVI, ex máximo responsable de la antigua Inquisición,  que al mismo tiempo apelaban a aquel concilio como el inspirador de su doctrina. Los derechos y libertades conseguidos en las sociedades modernas como los métodos anticonceptivos, el aborto o el matrimonio homosexual siguen siendo anatema para la doctrina oficial de la Iglesia; nada digamos de su empecinado convencimiento de poseer la verdad absoluta y su correlativa condena de lo que el Vaticano llama el relativismo moral, sin contar su inamovible postura en cuestiones como el celibato o el acceso de la mujer a puestos de responsabilidad dentro de la Iglesia en la que como mucho puede aspirar a ser madre superiora de un convento. Para qué seguir.

Es cierto que Benedicto XVI ha dado la campanada con su renuncia, aunque sólo haya sido por lo inusual y sean cuáles hayan sido las razones que le han llevado a dar el paso, además de su avanzada edad y su delicado estado de salud. Lo seguro y cierto es que esa campanada no cambiará nada las cosas en la forma de actuar y de pensar en la cúpula de la Iglesia católica ni contribuirá a mejorar en nada la vida de millones de personas en todo el mundo, sean o no católicos. Sólo servirá para que nos pasemos varios meses haciendo papología sin fin ni objetivo alguno.