Cuesta abajo y sin frenos

Llámenme pesimista antropológico, derrotista incurable o escéptico contumaz. Les reto a que encuentren entre los centenares de noticias relacionadas con la economía y el bienestar social de los ciudadanos de este país una que inspire un mínimo, por pequeño que sea, de optimismo y esperanza de que la situación está cambiando para mejor y no para peor. Dicho en otras palabras, que hay brotes verdes a la vista en lugar de un inmenso desierto del que no se adivinan los contornos. Un somero repaso de lo que ha ocurrido en apenas una semana creo que será suficiente para avalar la sensación de que el país se desliza por una pendiente a toda velocidad y carece de frenos que ayuden a parar la caída y de amortiguadores para paliar las consecuencias del golpe.

Podríamos ir mucho más atrás pero remontémonos sólo al último Consejo de Ministros, en el que el Gobierno vulneró la ley de la Seguridad Social por partida doble al no revalorizar las pensiones de acuerdo con la subida del IPC y tirar del Fondo de Reserva por encima de lo establecido legalmente. La consecuencia, nueve millones de pensionistas con una pensión raquítica en la inmensa mayoría de los casos que ven estupefactos como el Gobierno se escuda en el sacrosanto déficit para incumplir su promesa electoral más querida y les birla un poco más de poder adquisitivo.

Al día siguiente, el ufano ministro de Hacienda anunció como un éxito que su innombrable y discriminatoria amnistía fiscal había conseguido recaudar 1.200 millones de euros para las arcas públicas a partir de dinero no declarado, justo la mitad de lo que hace apenas unos meses juraba que se conseguiría. Todo un logro, como se puede comprobar. Sospechosamente, ese mismo día la policía detenía al fracasado ex patrón de patronos y a su testaferro bajo la acusación de alzamiento de bienes y blanqueo de capitales. ¿Gesto ejemplarizante por parte de un Gobierno sin credibilidad en la lucha contra el fraude y necesitado de acciones de “impacto mediático”? ¿Cabeza de turco? ¿Chivo expiatorio? ¿Aviso a navegantes?

Hay más: el rescate del podrido sistema financiero que tendremos que pagar todos los ciudadanos también se ha vendido por parte del Gobierno como un éxito y se ha vuelto a repetir el ya cansino e insufrible mantra de que servirá para que fluya el crédito. Evidentemente nadie, ni siquiera el Gobierno, se lo cree.

Y para rematar el rosario de malas nuevas, los datos del paro registrado en noviembre han vuelto a poner negro sobre blanco en forma de frías cifras el precipicio social y económico por el que estamos cayendo sin que al Gobierno se le ocurra nada que no sea sostenalla y no enmendalla en su política de recortes a troche y moche. A todo lo anterior añadan si quieren el tasazo judicial, la privatización y los recortes de la sanidad o la involución educativa, las tensiones territoriales, los casos de corrupción política y económica que siguen aflorando y, como corolario de todo ello, la mansa sumisión de la política y de los políticos a los intereses de la economía y tendrán el cuadro político y socioeconómico más negro que sea posible imaginar.

Sólo los movimiento ciudadanos que hacen gala de su solidaridad con los que han sido abandonados en las cunetas del sistema, los profesionales, los estudiantes, las ONGs y los trabajadores que salen a la calle y se rebelan contra los responsables del actual estado de cosas son capaces de transmitir algo de esperanza. De ellos, de nosotros, dependerá en última instancia frenar esta caída sin fin. Sólo en eso parece posible confiar en la víspera de un nuevo aniversario de la Constitución que, los responsables de cumplirla y hacerla cumplir pero que la violentan día a día con sus acciones y omisiones, la ensalzarán mañana con hueros discursos en los que ya casi nadie cree. 

El “San Martín” de Díaz Ferrán

Para la inmensa mayoría de los españoles el nombre de Gerardo Díaz Ferrán quedará asociado para siempre a la imagen de miles de pasajeros abandonados a su suerte en la Navidad de 2009 por la quiebra de Air Comet, la compañía aérea del entonces presidente de la patronal española, que siguió vendiendo billetes a sabiendas de que un juez había ordenado inmovilizar los aviones por las deudas impagadas de la empresa. Encima tuvo el cinismo de asegurar que él “nunca habría volado con Air Comet” y despejó así cualquier duda que pudiera quedar sobre su catadura moral. Es seguro que los damnificados por aquel atropello de sus derechos habrán tenido a Díaz Ferrán muy presente en sus maldiciones hasta la fecha presente.

Otro tanto habrán hecho los trabajadores de la emblemática Viajes Marsans, a los que nuestro prohombre en cuestión dejó en la calle después de descapitalizar la compañía para taponar el agujero financiero de Air Comet. Y no digamos nada de los trabajadores de este país a los que, siendo presidente de la CEOE, Díaz Ferrán conminó con gesto malhumorado a trabajar mucho más y ganar mucho menos como receta mágica para superar la crisis, mientras él ocultaba bienes y dinero. 

En la lista de humillados y ofendidos por las prácticas empresariales de este personaje debe incluirse también a los argentinos, con cuya compañía aérea de bandera se quedó Díaz Ferrán y para cuyo saneamiento recibió una generosa aportación del gobierno de Aznar, el destino final de la cual nunca ha quedado claro.

En sus oraciones en estos momentos de tribulación estará en cambio para políticos como el propio Aznar o Esperanza Aguirre – de la que en un rapto de entusiasmo desbordado calificó de “cojonuda” - a cuyas campañas políticas contribuyó económicamente con espléndida generosidad. No es de extrañar cuando, nada más hacerse con la presidencia de la CEOE – algo de lo que el vitalicio presidente saliente José María Cuevas siempre se arrepintió - , aseguró que “la mejor empresa pública es la que no existe”, una de sus muchas frases lapidarias con las que jalonó su trayectoria empresarial y su ideología política, hermana gemela de la de los beneficiarios de sus muy interesadas aportaciones económicas.

Al mismo tiempo, los patrones de este país respaldaron sin grandes problemas su gestión al frente de la CEOE ya que veían en él al hombre capaz de arrancarle a Zapatero una reforma laboral que incluyese el anhelado objetivo de abaratar el despido y debilitar a los sindicatos. Les importaba poco o nada la ruinosa gestión de las empresas de las que era dueño y las negativas consecuencias para miles de trabajadores y para la propia imagen de los empresarios. Ese apoyo y el propio estilo intransigente de Díaz Ferrán fueron los que, en buena medida, frustraron un acuerdo entre los agentes sociales y el Gobierno para sacar adelante una reforma laboral consensuada.

De forma paralela proliferaban los escándalos y los desastres de gestión en las empresas de Díaz Ferrán, hasta que el patrón de patrones se vio obligado a convocar elecciones y abandonar de muy mal grado la presidencia de la CEOE, en la que se había escudado hasta entonces para tapar sus pufos. Ahora se sabe lo que se sospechaba: que ocultaba bienes para no pagar sus deudas – vulgo chorizo -, que tenía propiedades inmobiliarias en varios países y otros bienes de lujo como coches y yates y que ocultaba en Suiza casi 5 millones de euros, mientras los damnificados por sus tropelías siguen sin cobrar.

Él, que nunca fue amigo de pagar impuestos aunque se desgañitaba pidiendo que el Gobierno los bajase, está ahora en manos de la Justicia y será ésta la que decida su suerte. Confiemos en que sea justa y haga recaer sobre él todo el peso de la Ley. Y confiemos también en que el Gobierno no se deje llevar por la afinidad ideológica y no caiga en la tentación del indulto, al que tan aficionado se ha hecho, de un personaje que ha sido nefasto para los trabajadores y los usuarios de sus empresas, para la imagen de la clase empresarial y para la moral social de todo un país.

Mas en su laberinto

Siete días después de las elecciones catalanas, la gobernabilidad de Cataluña sigue tan complicada como era fácil de prever a la vista de los resultados de las urnas y después de que Artur Mas se quedara, no sólo muy lejos de la mayoría “excepcional” a la que aspiraba para esa incierta huida hacia adelante que representa su proyecto soberanista, sino con doce escaños menos.

No ha sido una sorpresa que ERC haya hecho valer su condición de segunda fuerza política para imponer sus condiciones a Artur Mas, en cuyo gobierno no quiere participar aunque eso no le impedirá condicionarlo fuertemente si le da su apoyo para la investidura. Ya le ha exigido que no congele la consulta soberanista y, al mismo tiempo, le ha advertido de que no respaldará sus políticas neoliberales de más recortes sociales con los que Mas pretende ahorrarse unos 4.000 millones de euros a costa de pedir nuevos sacrificios a las clases medias y trabajadoras catalanas. 

Para ese objetivo, Artur Mas habría encontrado en el PP de Alicia Sánchez Camacho un socio inmejorable, pero sus veleidades independentistas también le han cerrado esa vía a cal y canto a pesar de que CiU no tuvo reparo alguno en apoyar la Ley de Estabilidad Presupuestaria del PP en el Congreso.

El PSC, la otra fuerza política con la que Mas podía haber llegado a un acuerdo de gobernabilidad también le ha dicho que no. Buenos están los socialistas catalanes como para implicarse en un gobierno con su eterno rival político, después de haberse dejado también 8 escaños en la cita electoral del 25N. Eso, unido al nuevo caso de presunta corrupción que salpica a su número dos, habría sido el suicidio político definitivo del PSC.

Este complejo escenario no es otra cosa que el resultado directo de uno de los más clamorosos errores de cálculo político de cuantos se han cometido en la etapa democrática de nuestro país: pensar que las miles de personas que se manifestaron en la Diada reclamaban al unísono la independencia de Cataluña y no meditarlo dos veces antes de subirse a la ola soberanista, convencido de que era la mejor manera de correr un tupido velo sobre las duras políticas de ajustes y recortes puestas en marcha.

Sin embargo, Artur Mas sigue sin reconocer ese error -¿cuándo reconocerá un político en este país haber metido la pata y obrará en consecuencia? – e insiste en que hizo lo correcto aunque el resultado haya sido un verdadero desastre para su fuerza política y para la estabilidad política de Cataluña. Aunque con la boca pequeña, sí lo ha hecho en cambio Duran i Lleida, a lo que se ve, mucho más sensato y sincero que su socio político.

Son pocas las salidas que le quedan a Artur Mas después de su fracasado envite soberanista. Una – y parece que es por esa por la que apuesta, a pesar de todo - liderar un gobierno en minoría que tendrá que caminar por la cuerda floja de la inestabilidad política y vivir permanentemente sentado en la mesa negociadora. La otra, dimitir por su fracaso ante las urnas y dejar paso libre a alguien con el perfil adecuado para recomponer en la medida de lo posible el estropicio que la precipitada convocatoria electoral ha provocado. Y ni aún así estaría garantizada la estabilidad, pero al menos enviaría a la sociedad un mensaje claro de que las incoherencias y el aventurerismo político tienen un precio que hay que pagar.