El banco malo


Sigue el Gobierno sin decidirse a crear un banco malo, una suerte de contenedor herméticamente cerrado en el que sea posible depositar las grandes cantidades de detritus malolientes que han generado las entidades financieras tras un consumo desaforado de ladrillos en mal estado. El objetivo último del invento sería evitarle a los banqueros causarles mala impresión a las visitas con unos bancos dando olor a pescado podrido o el bochorno que sufren cuando tienen que ir por esos mundos financieros sin Dios pidiendo préstamos y dejando a su paso un nauseabundo reguero de miasmas.

Con este tipo de excrementos pasa que nadie sabe muy bien qué hacer con ellos sin dar mala imagen o ensuciarse las manos en su manipulación. Así que los banqueros y el Gobierno fueron dejando pasar el tiempo y echaron mano de grandes cantidades de ambipur para enmascarar el mal olor que emergía de las sentinas de buenas parte de las entidades financieras de este país.


Sólo así puede entenderse que superaran con nota los estresantes exámenes a los que se sometieron y que todos - los bancos y el Gobierno - sacaran pecho y presumieran de lo fuerte y sólido que era nuestra sistema financiero. O eso, o los testeadores de turno hicieron su trabajo tapándose la nariz con una mano y haciendo los cálculos con la otra.

Y en esto llegó Bankia, paradigma de la magia financiera mundial o cómo hacer que dos cajas de ahorro de las que emanaba un denso tufo a perro muerto dieran dar lugar a un banco limpio y reluciente, capaz de enfrentarse incluso en la bolsa a los incrédulos mercados con los resultados ya conocidos. Era imposible y también aquí se recurrió al truco del ambipur, aunque ni con esas fue posible ocultar durante mucho tiempo el pestazo que emitía el engendro. La contaminación no ha tardado en alcanzar a otras entidades financieras y, ahí las tienen ustedes, rescatadas con dinero de los contribuyentes para que entre todos paguemos por sanear sus detritus.

Ahora, los políticos metidos a banqueros en Bankia calentarán banquillo - curiosa coincidencia etimológica - en la Audiencia Nacional para responder de acusaciones tan malolientes como estafa, apropiación indebida, delito contable, administración desleal y fraude.

Mientras, los mullidos butacones del Congreso de los Diputados seguirán fríos e impolutos al menos mientras dure el efecto ambipur que aplica el PP para intentar alejar el terrible olor a gato muerto que llega desde las alcantarillas del mundo financiero y del que ya está - lo quiera o no - indeleblemente impregnado.

Llegados a este punto, carece de sentido seguir dándole vueltas a la idea de crear un banco malo en España. Para qué, si ya tenemos uno bien grande y con experiencia en chapotear en la porquería de su propio chiquero.

A Merkel rogando y con el mazo dando


Ni siquiera esperó Rajoy a que bajara un poco el souflé de euforia y patriotismo generado por el triunfo de la Roja en la Eurocopa de fútbol para anunciarnos otra tanda de azotes económicos que, previsiblemente, adoptará cuando la mayor parte del país esté disfrutando de las vacaciones o pensando en ellas – quién sabe si las últimas para muchos.

Fiel a su estilo, no desveló ni una sola de esas medidas "valientes" que piensa tomar su Gobierno en los próximos meses para "el beneficio de todos". Sin embargo, dada la vasta experiencia acumulada en sus seis primeros meses en el poder, no es difícil pronosticar cuáles pueden ser y quiénes las van a sufrir: más recortes sociales, más impuestos, menos salarios y – en resumen – más sufrimientos para los de siempre, mientras los otros de siempre – las grandes rentas, los bancos y los defraudadores fiscales -  siguen exentos de cualquier obligación.

Exige además a las comunidades autónomas, en donde los recortes sanitarios, sociales y educativos impuestos por el Gobierno central y secundados sin mucha oposición por la mayoría de los ejecutivos autonómicos – véase la "insumisión" verbal de la consejera canaria de sanidad ante el copago -  han deteriorado los servicios básicos o amenazan con hacerlo en los próximos meses. Ese discurso machacón y sádico de Rajoy en España contrasta con sus jeremiadas ante la poderosa señora Merkel a la que no ha dejado de implorarle ayuda directa para los bancos y ante la que se ha quejado amargamente de lo que le cuesta al Estado español y a la banca financiarse en los mercados internacionales.

Ahora – además – nos sale Finlandia y Holanda amenazando con bloquear la inyección de 120.000 millones de euros anunciada a bombo y platillo en Roma por Merkel, Hollande, Monti y el propio Rajoy. En realidad, no creo que a Rajoy eso le quite el sueño: su verdadero política, la que se refleja en los temibles decretos ley con los que nos ha amargado el año y con los que nos piensa seguir azotando viernes tras viernes en una suerte de trágala político, parece ser la de hacer tabla rasa del estado del bienestar para levantar una nueva sociedad en la que los servicios públicos esenciales que lo definen y caracterizan pasen a ser mera beneficencia social.

Conviene por tanto no dejarse engañar por las ambiguas declaraciones del presidente en los foros internacionales y juzgar su política por lo que verdaderamente hace en España. Como dice la Biblia, por sus obras los conoceréis.

Es solo fútbol, pero me gusta


Hasta los que más se desgañitaron anoche con los goles y el triunfo de la selección española de fútbol en la Eurocopa saben que esa victoria no tendrá ningún efecto sobre la depauperada situación económica y social del país: ni hará que disminuya el paro y la exclusión social ni servirá para que se reviertan los injustos recortes laborales, educativos y sanitarios que nos han impuesto los mercados a través del Gobierno.

No es menos cierto también que todo colectivo social necesita de vías de escape a través de las cuales liberar las tensiones que una situación tan difícil como esta genera. El poder lo sabe y las utiliza a conciencia para desviar la atención de los ciudadanos de los problemas cotidianos y evitar de ese modo que la tensión acumulada, que es mucha, se vuelva contra él  panem y circenses lo llamaban los romanos.

Sin embargo, más allá del patrioterismo de mercadillo de cánticos tontorrones, banderitas, camisetas, gorritos y pinturas pueden extraerse algunas enseñanzas interesantes. La primera, el pelotazo de optimismo que ha supuesto para millones de ciudadanos la brillante victoria de la selección. En tiempos de zozobra como los actuales, en los que predominan las noticias malas, muy malas o peores, no es una cuestión menor poder reafirmar la pertenencia a un país que no es ese solar de vagos y gandules que otros quieren hacernos creer que es.

Esa explosión de jubilo que vive desde anoche todo el país – y ésta es para mi la enseñanza más interesante de este triunfo futbolístico aplicada a la actual situación de crisis económica – es el reconocimiento tal vez inconsciente a un equipo humano – en el más estricto sentido de la expresión – en el que los vanidosos ejercicios de divismo de cartón piedra, tan habituales en otras selecciones y en los equipos privados de fútbol, han sido sustituidos por el esfuerzo común y solidario de todos los integrantes del grupo, cada cual según sus capacidades.

Y si a alguien hay que atribuirle el mérito – además de al propio equipo – es a un seleccionador de sobriedad más espartana que castellana, que ha sido capaz de amalgamar a un conjunto de jugadores hijos de su padre y de su madre hasta convertirlo en un sueño colectivo hecho realidad.

El país puede mirarse en él con orgullo y, aunque no sirva de forma directa para superar la odiada crisis, sí vale al menos para aprender que sólo la sabia administración del esfuerzo colectivo exigiendo a cada cual según sus capacidades y circunstancias puede sacarnos de ella. Por eso, y aunque solo sea fútbol, me gusta.