Gürtel o el precio de la corrupción

Me cuento entre los escépticos para los que la coincidencia de unas eventuales nuevas elecciones con los juicios por la trama Gürtel y las tarjetas opacas de Caja Madrid no tendrá efecto alguno en las urnas para el PP. Si lo que se juzgara estos días ante decenas de periodistas, cámaras y fotógrafos fuera el escándalo de los ERE de Andalucía, la reflexión sería la misma por lo que al PSOE se refiere. A medida que se ha ido acercado la fecha del comienzo del juicio de la trama Gürtel, los periodistas no hemos parado de salivar: el "juicio del año", el "juicio a toda una época del PP", el "juicio por la mayor trama de corrupción del país" y así por el estilo. Deberíamos ser más modestos y no concluir, como hacen algunos analistas de guardia, que lo que contemos sobre lo que ocurra en los próximos meses en la Audiencia Nacional va a causarle un daño electoral irreparable al PP; si acaso algunos rasguños de pronóstico leve que pasarán completamente desapercibidos para el grueso de los ciudadanos.

Porque por mucho que las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas digan una y otra vez que la corrupción es algo que preocupa mucho a los españoles, lo cierto y verdad es que, a la hora de votar, una gran mayoría se hace la olvidadiza de tanta preocupación y vota por sus corruptos de toda la vida hasta el punto de concederles de propina la  mayoría absoluta si se tercia. La única explicación que se me ocurre es que quienes dicen a los encuestadores que están preocupados por la corrupción mienten a conciencia para no parecer políticamente incorrectos. Estoy cada vez más convencido de que en este país hay un gran número de ciudadanos que vinculan la actividad política a la corrupción como la noche se vincula al día, como las dos caras de una misma moneda. De ahí que a la hora de votar lo hagan sin detenerse demasiado en disquisiciones sobre la corrupción de unos o de otros: serán unos corruptos, pero son mis corruptos.


Este comportamiento político es el fruto de una muy deficiente cultura democrática en unos ciudadanos que se escandalizan en público por la corrupción pero no castigan electoralmente - es decir, democráticamente - a los corruptos. El panorama no mejora si echamos un vistazo al funcionamiento de un poder judicial lento, falto de medios y penetrado hasta la médula por los partidos políticos. El juicio de la trama Gürtel que hoy ha comenzado en Madrid se empezó a investigar hace casi 10 años y ha pasado por las manos de tres jueces distintos, a uno de los cuales - Baltasar Garzón - le costó incluso su carrera como magistrado. 

Algunos dirán que al final la Justicia siempre triunfa y que en este juicio están acusados, entre otros, Luis Bárcenas o el mismísimo PP a título de participe lucrativo, además de la ex ministra de Sanidad, Ana Mato; podrán añadir que por el estrado de los testigos tendrá que desfilar la plana mayor de la época dorada de José María Aznar, empezando por Rato y continuando por Acebes, Arenas o Mayor Oreja, o que las penas de prisión para los 37 acusados suman más de 700 años. En contra también podría argumentarse la tardanza en sentar en el banquillo a los presuntos responsables y la percepción de que no están presentes todos los que deberían estar, que faltan algunos nombres muy relevantes de la política española de los últimos años, empezando por el del presidente Rajoy, cuya implicación real en esta causa es probable que tarde mucho en aclararse si es que se aclara algún día. 

Todo eso está muy bien y es materia de mucha enjundia para una tertulia periodística, jurídica o política. Sospecho, sin embargo, que a una gran parte de los ciudadanos de este país les suena a agua muy pasada, a historia muy vieja, a relato cansino mil veces escuchado y, por tanto, de escasa o nula influencia sobre la decisión de su voto en esas eventuales terceras elecciones en un año. Podría decirse, sin exagerar, que es un caso política y electoralmente amortizado por el principal implicado político en el mismo, el PP.

Esta apatía y falta de respuesta cívica ante la rapiña de la bolsa pública - el terrible y demoledor "todos los políticos son iguales" -  es la coartada perfecta que encuentran los partidos para posponer sine die medidas contundentes contra la corrupción  y sustituirlas por otras que no pasan de la mera cosmética que se presentan, no obstante, como la panacea contra todos los males. Ortega y Gasset tenía mucha razón cuando dijo que "los pecados de España no son sino los pecados de los españoles. Y los españoles no son los de la provincia de al lado ni los de la casa vecina, sino que el español más a mano es siempre uno mismo". 

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