El pacto de Estocolmo

No dejarán de sorprenderme los políticos y su capacidad para reinventarse cada día. Lo acabamos de descubrir en el PSOE y en CC y en su pacto tan imposible como irrompible, por lo que vamos viendo. En el haber de los socialistas canarios hay que añadir una nueva virtud a las muchas que atesoran: decir en voz muy alta y muy enérgica todo lo contrario de lo que en realidad quieren hacer. Por su parte, los nacionalistas, puede que un tanto asustados ante el inesperado enfado de sus socios de pacto, se nos han mostrado estos días como mansos corderitos dispuestos a hacer examen de conciencia, propósito de la enmienda y alguna que otra pequeña penitencia si no queda más remedio en aras de la estabilidad política y tal y tal.  

Hemos llegado a esta portentosa situación después de que la perdida de la alcaldía socialista de Granadilla a manos de los desalmados y descontrolados nacionalistas provocara un calentón global en el PSOE que a punto estuvo de derretir los polos y provocar un incendio en el desierto del Sahara. Al frente de la protesta socialista, Julio Cruz certificó la defunción del pacto aunque para entonces ni siquiera se había pronunciado la ejecutiva del partido. Aunque eso era lo de menos, porque lo que esta hizo fue lanzar el balón hacía la demarcación del Comité Regional para que este resolviera. 

Mientras la pelota llegaba a su destino los ánimos empezaron a apaciguarse, Julio Cruz desapareció misteriosamente de la escena y el incendio pudo ser perimetrado y controlado, a la espera en estos momentos de su extinción y posterior refrescamiento de las áreas más chamuscadas. Otro tanto ha ocurrido con el secretario de los nacionalistas, José Miguel Barragán. Éste último, por cierto, dimisionario en diferido a la espera de que la ejecutiva de CC le permita dejar el cargo y le evite de este modo tener que levantarse a diario con el gallo para atender a las emisoras de radio. 

Volvemos al balón en forma de papa caliente que la ejecutiva del PSOE había lanzado hacia el Comité Regional para que este tomara la decisión definitivamente definitiva sobre si valía la pena seguir soportando los abusos del primo de zumosol o era preferible coger el hatillo e irse a hacer piña con Román y con Noemi. Pero justo cuando estaba a punto de llegar el histórico momento en el que el pulgar del cónclave socialista indultaría o condenaría el pacto con CC, los mismos que le habían dando el patadón mandaron el balón a las tuneras sin siquiera dejarlo caer al suelo. Así, un comité regional que se anunciaba poco menos que trascendental para el futuro de la Macaronesia y para el que ahora no hay fecha de celebración, ha sido sustituido por una reunión informal entre la ejecutiva y los secretarios insulares para "intercambiar puntos de vista" y si hay tiempo, supongo, tomarse unos botellines antes de coger el avión que hace mucho tiempo que no nos vemos. 

De manera que, en resumen, hemos pasado de las siete plagas de Egipto al Cantar de los Cantares y de la ruptura de los papeles del matrimonio de conveniencia a la discreta negociación de un pacto que "está funcionando bien" y que es "el mejor para Canarias". Lo que están negociando sólo se adivina porque la transparencia brilla por su ausencia y los ciudadanos sólo podemos hacer cábalas como si no fuera con nosotros lo que se discute entre los partidos en los que se apoya el Gobierno de todos los canarios. Dicen unos que más dinero para las consejerías del PSOE en los próximos presupuestos autonómicos, particularmente para la sanidad pública cuestionada por quienes afirman ahora que el pacto es poco menos que la octava maravilla del mundo. 

No faltan tampoco los que aseguran que el PSOE se quiere cobrar también alguna pieza nacionalista del Gobierno pero eso me parece el colmo del optimismo y seguramente me quedo muy corto. Tengo pocas dudas de que CC y el PSOE serán capaces de echarle unos remiendos al acuerdo y seguir tirando con él mal que bien hasta que otro grupo de concejales nacionalistas le vuelva a pegar fuego con autorización de la superioridad o sin ella, que tampoco eso importa demasiado como ha quedado de manifiesto en los anales de Granadilla. Eso sí, lo único que parece claro después de más de un año desde que se firmó este acuerdo de nuestros dolores de cabeza es que el PSOE ya ha desarrollado todos los síntomas del síndrome de Estocolmo, aunque hay que reconocerle que lo disimula con muchísima convicción.  

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