Pensionazo

No debe hacer el Gobierno español esfuerzos tan excesivos como el de la subida de las pensiones para el año que viene porque corre el peligro de herniarse. Subir el 0,25% lo que recibirán el año que viene los jubilados de este país es un derroche de generosidad que, mucho me temo, no recibirá la gratitud que merece. Es verdad que se trata de la subida mínima prevista en la fórmula que el propio Gobierno cocinó, guisó y se comió sin consultarla con nadie pero, de qué otra manera puede España pagar la deuda pública, devolver el dinero utilizado para salvar a la banca y, además, salir de la crisis.

Los ingratos pensionistas ya se le están echando al cuello al Gobierno y quejándose de que la subida no les va a dar ni para un cafelito a media mañana con los colegas. Calculan que en una pensión de unos 800 euros mensuales – una cantidad a todas luces desorbitada – la subida del Gobierno apenas les reportará unos 14 euros más al mes. Con esa miseria – se lamentan – ni podrán jugarse unos cartones en el bingo o darse un garbeo campestre algún que otro fin de semana y fiestas de guardar. No digamos nada de acoger en casa a hijos y nietos sin trabajo y apoquinar los copagos que discrecionalmente va aplicando la ministra de Sanidad.

Encima de pasarse el día en los parques sesteando y dando de comer a las palomas, estos egoístas jubilados no quieren entender que sin su imprescindible sacrificio, sumado al de los congelados empleados públicos y a los ateridos empleados privados, España nunca saldrá de la crisis. Por eso, están fuera de lugar sus jeremiadas advirtiendo de que la subida o “revalorización” de las pensiones, como con notable propiedad la llama el Gobierno, se quedará muy por debajo del IPC previsto para este año.

Calculan los muy perversos que el coste de la vida se pondrá este año en al menos el 1,5%, aunque los más cenizos creen que puede acercarse al 2%. Pasan raya, suman y llegan a la conclusión de que si sus pensiones suben sólo el 0,25% su pérdida de poder adquisitivo se recortará como mínimo el 1,25%. Recuerdan, además, que las pensiones ya se congelaron con Zapatero y con Rajoy subieron por debajo del IPC. Así que – concluyen – perdemos poder adquisitivo a marchas forzadas y la subida anunciada para el año que viene sólo sirve para profundizar en esa misma línea.

Insaciables e insolidarios con las sagradas necesidades de la banca y con el pago de la deuda piden más y más. Mas no debería el Gobierno prestar oídos a estos profesionales del lamento que son los pensionistas: debe continuar con sus reformas estructurales para crecer y crear empleo, debe continuar ayudando a los bancos, debe seguir presionando los salarios a la baja con nuevas vueltas de tuerca en la reforma laboral y debe seguir aplicando copagos y consolidando los incrementos fiscales que nunca iba a subir y ahora nunca piensa bajar. 

Es la hoja de ruta de la que este Gobierno no debería apartarse ni un milímetro porque es la que nos sacará de la crisis económica. Con suerte, cuando eso ocurra, los que hoy patalean por lo que consideran exigua subida de las pensiones en vez de estar eternamente agradecidos por el ímprobo esfuerzo que hace el Gobierno, puede que ya hayan dejado de preocuparse definitivamente por las miserias de este mundo. Sólo hay que aguantar el tirón, no dejarse amedrentar y, sobre todo, no hacer esfuerzos excesivos ahora que en España ya empieza a amanecer.

Presupuestos: el tamaño sí importa

El lunes muy temprano saldrán hacia el Congreso los Presupuestos Generales del Estado para 2014. Gran despliegue ministerial hoy en La Moncloa en donde el trío Montoro – de Guindos – Sáenz de Santamaría – entonó a coro la buena nueva que el líder Mariano Rajoy viene anunciado por los polvorientos caminos de la crisis: en España ya empieza a amanecer. La cuestión a determinar es si esos tímidos rayos que según el Gobierno se atisban en el horizonte son de amanecer o de crepúsculo.

Seguramente dependerá de quién los interprete. Por el lado de los analistas y economistas tan aficionados a jugar con las cifras macroeconómicas son lo que el propio Gobierno denomina, no sin engolamiento e infundado optimismo, los “primeros Presupuestos de la recuperación” o “los últimos de la recesión”. Depende de para quién, insisto.Por el lado de los empleados públicos y privados, de los parados, de los pensionistas, de los estudiantes, de los enfermos o de los que no pueden hacer frente a la hipoteca lo que se ve en el horizonte puede que no sea más que el estado del bienestar diciéndonos adiós, tal vez para siempre o como mínimo por mucho tiempo.

Habrá que mirar con lupa la letra pequeña de estas cuentas públicas, pero por las explicaciones del coro ministerial de hoy nada hay en ellas que permita esperar medidas de reactivación económica a través de la inversión. Todo se fía al sector exterior a costa de los depauperados salarios que impone la reforma laboral y al consumo interno tanto público como privado del que, con todo, parece esperarse el milagro de los panes y los peces.

Así, se conforma y alegra el Gobierno con anunciarnos una “mínima” reducción del empleo y un “leve” crecimiento de la economía y con eso irá tirando con el riesgo de volver a tropezarse con la realidad al más mínimo estornudo nacional o internacional que pulverice sus previsiones. Que se conforma con muy poco es evidente al tiempo que sigue destinando más dinero a pagar la deuda pública que al gasto de los ministerios. Como no habrá subida de impuestos ni lucha contra el fraude fiscal que merezca ese nombre hay que actuar sobre los gastos y los que más a mano están son, además de los ministerios, los empleados públicos y los pensionistas, amén de la educación y la sanidad,  sobre los que seguirá cayendo buena parte del ajuste mientras engordan las rentas del capital y menguan las del trabajo.

El mantra sigue siendo cumplir el objetivo de déficit hasta que descubra de nuevo que tiene que pedir árnica a Bruselas para que se lo suavice como ocurrió este año y luego se quede con la parte del león y le apriete las tuercas a gusto a las comunidades autónomas, el deporte favorito de Montoro.

Para el Gobierno ese “mínimo” descenso del paro y ese “leve” crecimiento del PIB previstos para 2014 de los que tanto presume parecen ser la medida justa de su falta de ideas y de ambición para rebasar de verdad la crisis. Desde luego no es la medida de los que la sufren en persona para quienes el tamaño con el que el Gobierno mide la supuesta recuperación económica, más que quedarse corto es completamente invisible.    

¡Que consuman otros!

La primera página del Libro Gordo de Petete del sistema capitalista dice que sin consumo no hay economía. Si ni usted ni usted ni usted ni yo gastamos en lo que debemos, en lo que no debemos y hasta en lo que no podemos permitirnos, los engranajes del tinglado se oxidan y la locomotora peta. Si no nos dejamos el salario y el crédito en las tiendas, la caja pública crea telarañas, los empresarios despiden a los empleados y los bancos les dan con las puertas en las narices cuando les piden un crédito para seguir tirando a ver si escampa.

Más o menos eso es lo que le ocurre a la economía española desde hace unos años, que nadie se gasta lo que no tiene ni pide prestado porque o no se fían de él o él no se fía de poderlo devolver. Sorprende que los adelantados ultraliberales que nos gobiernan no lo vean claro o a lo mejor es que no fueron a clase el día que lo explicaron. Lo cierto es que todo lo que idean parece pensado más para atascar definitivamente la maquinaria del consumo que para hacerla funcionar y, con ella, el resto de las poleas y tornillos de este perverso sistema económico en el que ser quivale a consumir, pero ese es otro debate. 

Lo último que se les ha ocurrido hacer es mantener congelado el año que viene el salario de más de 2,5 millones de funcionarios, con lo que van ya cuatro años seguidos en los que los ya vilipendiados trabajadores públicos ven impotentes menguar sus sueldos.

Añadan que el año pasado se quedaron sin paga de Navidad, lo que repercutió negativamente en las compras de “fechas tan señaladas”, y en 2010 el gobierno anterior redujo lindamente un 5% los salarios con las críticas, por cierto, de los que luego en el poder han usado la tijera de podar el estado del bienestar más grande de la historia reciente.

Encima de apaleados salarialmente, los funcionarios y empleados públicos en general tienen que aguantar argumentos del tipo de “no se quejen, que al menos tienen trabajo”, cuando en realidad el sector público español envió el año pasado al paro a más de 200.000 trabajadores. Claro que entre ellos había profesores, médicos o enfermeros, al fin al cabo personal perfectamente prescindible ahora que vamos a sustituir el estado del bienestar por uno de “participación social” y dos piedras.

Sumen a la nueva congelación de los salarios el pensionazo que mañana aprobará el Consejo de Ministros y que dejará tiritando durante años las raquíticas pensiones de los jubilados españoles presentes y futuros; añadan también la caída generalizada de los salarios en el sector privado gracias a la fabulosa reforma laboral que nos lleva por el mismo camino de la competitividad que Bangladesh y entenderán por qué es imposible que la máquina capitalista arranque de nuevo en este país, por mucho que Rajoy vea que en España ya empieza a amanecer. 

Así las cosas, ni usted ni usted ni por supuesto yo nos compraremos un coche nuevo por mucho PIVE que nos vendan, en verano nos refrescaremos en la bañera en lugar de viajar a una hacinada zona turística, ignoraremos que ya es primavera en El Corte Inglés, resolveremos a golpes los achaques de la tele analógica y llamaremos desde un fijo de toda la vida. La consigna está clara: ¡que consuman otros!  

Franquismo y vergüenza universal

Que haya sido una juez argentina la que ha decidido que se abran los consulados de su país en el mundo para recibir las demandas de las víctimas del franquismo dice mucho de la verdadera marca España y de la deliberada incapacidad de nuestro país para mirar a la cara a su pasado más negro y ajustar cuentas con él. La juez Servini, además, ha ordenado la detención y extradición a su país de cuatro policías españoles implicados en casos de tortura durante el franquismo, uno de los cuales participó incluso en el 23-F.


La Fiscalía, en una decisión que no honra su condición de defensora del interés público, no ha tardado en oponerse a la detención y hasta se ha adelantado a determinar que los delitos que se les imputan a los presuntos torturadores han prescrito. En su inédita decisión, la juez se basa en los principios de la justicia universal que en España ya se encargó de recortar convenientemente el gobierno del PSOE con el apoyo entusiasta del PP.

Pero queda la esperanza frente a tantos gobiernos de la democracia española que no han dudado en mirar para otro lado cuando no a echar tierra sobre el dolor de los familiares de las víctimas del franquismo. Unos familiares que lo único que pedían y siguen pidiendo como quien clama en el desierto es recuperar los cuerpos de sus seres queridos vil e impunemente asesinados y lanzados a una cuneta a o lo más profundo de un pozo como si fueran alimañas.

La fallida ley de la Memoria Histórica es a día de hoy papel mojado, aplicada a regañadientes por la mayoría de los jueces y ninguneada económicamente por la práctica totalidad de las administraciones públicas. Con la crisis, las asociaciones de víctimas han visto recortadas las ayudas cuando no se han puesto todo tipo de trabas administrativas y judiciales para la apertura de fosas comunes. Su clamor para que se llevara ante la justicia a los responsables aún vivos de las tropelías del franquismo ha sido desoído sistemáticamente, de manera que al final no han tenido más remedio que conformarse con poder dar sepultura a sus familiares y, ahora, parece que ni a eso tienen derecho.

La valiente decisión de la juez argentina Servini, además de abrir una puerta a la esperanza para los represaliados y los familiares de las víctimas, es una sonora bofetada a tanta desidia interesada, tanta milonga sobre la conveniencia de no abrir la caja de los truenos del pasado y tanto desprecio a quienes tanto sufrieron. Deja al aire y expuestas al mundo las vergüenzas de la Justicia y de las instituciones de un país que, cuatro décadas después del retorno de la democracia, ha sido incapaz de exorcizar los demonios de su más negro pasado. Y mientras eso no ocurra, esa democracia seguirá incompleta.

Abdicar es bueno para la salud

Que no, que al rey ni se le ha pasado por su cabeza coronada la posibilidad de abdicar, renunciar, dejarlo todo y dedicarse a tiempo completo a la caza mayor y otros hobbies tal vez aún menos confesables, sin necesidad de tener que pedir disculpas por ellos. Eso es lo que dice la Casa Real, pero no es lo que se percibe, cada vez con más insistencia, en la calle y en las redes sociales. Dicen algunos que la abdicación está al caer y que en ciertas instancias ya se hacen los oportunos preparativos.

Los constitucionalistas, mientras, debaten sobre el particular sin ponerse de acuerdo, aunque eso ahora es lo de menos. Mecanismos hay para que Juan Carlos ceda la corona a un príncipe ya muy crecidito, que empieza a peinar canas y que aguarda aparentemente impasible a que su coronado padre le dé la alternativa antes de que se le pase definitivamente el arroz y tenga que terminar como Charles de Gales, dedicado al ecologismo y a las causas pérdidas. Dicen por su parte los chistosos que, como don Juan Carlos siga acudiendo con tanta frecuencia a los hospitales a operarse de sus dolencias de cadera, Ana Mato no tardará en aplicarnos un nuevo recorte con el que compensar a la famosa clínica privada en la que esta tarde vuelven a someter al monarca a una nueva cirugía.Y gracias que no se operó en Estados Unidos como al parecer era su deseo.

Los temerosos de la abdicación se proveen de toda clase de argumentos para desaconsejar abrir el melón: las tensiones territoriales con Cataluña, la situación económica y hasta la malhadada marca España. No lo dicen pero seguro que lo piensan: poner el país patas arriba con una abdicación real abriría de par en par las puertas al debate sobre la forma de Estado y podrían salir republicanos hasta desde debajo de las piedras y desde donde hasta ahora solo había  juancarlistas.

No veo qué mal puede haber en ello y eso, sin entrar ahora en cómo accedió Juan Carlos a la jefatura del Estado, quién se encargó de colocarlo en esa alta magistratura y cómo se hurtó a los españoles la posibilidad de elegir entre monarquía y república. En una democracia que se dice moderna no debería de suscitar ningún temor debatir sobre lo humano y lo divino y, por supuesto, sobre si queremos que el Jefel Estado lo sea por gracia divina o elegido democráticamente en las urnas.

Pero más allá de ese debate, lo que ni unos ni otros pueden negar es que el rey ya no parece estar para muchos trotes, al menos como Jefe del Estado. Seguramente su real testa rige bastante bien pero su organismo no es eterno por mucho que esté regado por sangre azul: demacrado, apoyándose en unas muletas y, de añadidura, sitiado por sus propios errores, un yerno corrupto, una hija bajo sospecha de complicidad y, en suma, una monarquía en sus peores horas.

Entonces ¿por qué no abdicar si lo han hecho sus colegas de profesión en Holanda y Bélgica y hasta un papa de Roma? ¿Han caído las siete plagas de Egipto sobre holandeses y belgas? ¿Se ha posesionado el anticristo del Vaticano? ¿No sigue el mundo su agitado curso? ¿No considera la Casa Real, es decir, el rey, que darle paso a ese talludito príncipe suficientemente preparado llamado Felipe tal vez sea la última oportunidad de salvar la monarquía en España unos cuantos años más?

Dijo la reina consorte que un rey no abdica ni renuncia ni nada por el estilo: muere en la cama rodeado del equipo médico habitual. Si a eso sumamos que la Real Academia baraja la posibilidad de eliminar del diccionario el verbo “dimitir” dado su escaso uso en nuestro país, pueden entenderse las reticencias de Juan Carlos. Sin embargo, no valora este hombre su salud y el bien que se haría a sí mismo, a su hijo y a la monarquía si pidiera la jubilación, porque la pensión ya se la ha ganado.

Gana Merkel, pierde Europa

Hace un año algunos ilusos soñaban con la posibilidad de que Merkel perdiese las elecciones de ayer y se relajase el austericidio que viene patrocinando la reelegida canciller desde poco después del inicio de la crisis. Un año después, Merkel ha pulverizado incluso las encuestas que pronosticaban su victoria y se ha quedado a las puertas de la mayoría absoluta. El conservador electorado alemán ha optado por un tercer mandato de la canciller de hierro en tanto garantiza estabilidad política interna y liderazgo inapelable en la Unión Europea. 

Es verdad que un improbable triunfo socialdemócrata no hubiera cambiado demasiado las cosas y, de hecho, las políticas de recortes y reformas contra viento y marea impulsadas por Merkel apenas han sido cuestionadas en esta campaña por el que se supone que es el principal partido de la izquierda alemana, en franca retirada a pesar de su pírrico ascenso de ayer en las urnas y de que la canciller cuente ahora con él para formar parte de su gobierno en calidad de tonto útil.
Que la socialdemocracia europea asiste vencida y desarmada al avance imparable de la derecha ultraliberal lo podemos comprobar en la virtuosa Holanda, en donde el gobierno de centroizquierda acaba de renunciar solemnemente al estado del bienestar a favor de un sucedáneo llamado “sociedad participativa”, o en la misma España, sin ir más lejos. Pero no sólo la izquierda europea se encuentra inerme, sin ideas ni proyectos ante el azote imparable de la derecha. La propia esencia de la Unión Europea hace tiempo que saltó por los aires desde el momento en el que, por abulia y seguidismo, otros presuntos líderes europeos entregaron armas y bagajes a la canciller alemana y se plegaron a una política económica ideada con el fin principal de que los bancos alemanes recuperaran el dinero alegremente prestado aunque eso supusiera hundir en la recesión a todo el sur del viejo continente.

Desde entonces, Merkel hace y deshace, frena o acelera a su antojo y conveniencia los grandes asuntos comunitarios, entre ellos la unión bancaria, por solo citar un ejemplo. De hecho, en Bruselas no se ha movido un papel ni se ha celebrado una reunión medianamente importante desde que se inició la campaña electoral alemana a la espera de los resultados: ya pueden seguir por donde iban los eurócratas comunitarios porque nada cambiará con respecto a lo que venían haciendo, que nadie se haga ilusiones. Ella misma lo acaba de decir: “No hay motivos para cambiar la política europea”.

Pierden el tiempo por tanto quienes le piden que modere un punto la obsesión suicida de la consolidación fiscal, que apoye medidas de impulso económico, que suelte las bridas del Banco Central Europeo y que recapacite sobre el desastre que puede suponer y que está suponiendo ya el respaldo a una Unión Europea de dos o tres velocidades, con una serie de países laboriosos y virtuosos con Alemania a la cabeza, otro grupo rezagado en vías de hacer los deberes fiscales y un tercero de incorregibles derrochadores a los que se les aplican recortes y reformas sin ningún miramiento sobre las consecuencias sociales y económicas de esas medidas.

Esa es la Unión Europea que ha forjado el liderazgo de Merkel y en el que todo hace indicar que seguirá profundizando en su tercer mandato que se inicia ahora. Es verdad, Merkel ha ganado con claridad y contundencia, pero la posibilidad soñada y cada vez más lejana de una Unión Europea atenta a los problemas que acucian a sus ciudadanos acaba de dar un nuevo paso atrás.

Ana Mato, un peligro para la salud

Con el fin de garantizar la calidad y la universalidad de la sanidad pública, la ministra Ana Mato acaba de dar luz verde a un nuevo copago farmacéutico. Se empezará a aplicar el 1 de octubre y obligará a los enfermos graves y crónicos a desembolsar el 10% de los medicamentos que consuman y que sólo se dispensan en las farmacias de los hospitales. Eso sí, el máximo por envase será de 4,2 euros, por ahora.

La noticia casi ha pasado inadvertida, pero supone una nueva vuelta de tuerca en la carrera emprendida por Mato para hacernos pagar dos veces por nuestras enfermedades, aunque sean del tipo del cáncer o la esclerosis, como quien dice, pecata minuta no más grave que un catarro o un dolor de espaldas que se curan con unas friegas.

Se le están soliviantando otra vez los médicos, los pacientes y hasta las comunidades autónomas, incluida alguna del PP como la de Castilla y León, que advierten con no aplicar ese copago en sus territorios o que compensarán a los enfermos que se vean obligados a hacerlo. La justificación del Ministerio brilla por su ausencia y por no explicar ni siquiera explica cuánto se supone que se ahorrará el Sistema Nacional de Salud.


Sólo literatura abstrusa sobre equiparación del servicio farmacéutico y el uso racional del medicamento, como si fueran los enfermos los culpables de sus males y consumieran más pastillas de las indicadas. En otras palabras, lo aplico porque me da la gana y punto.

Lo más irritante es que la ministra que firma esta medida sin despeinarse es la misma que casi el mismo día en el que se publicó la orden en el BOE, decía que hay que hacer compatible la salud con la creación de puestos de trabajo para justificar el cambio de la ley antitabaco que ya debe de estar preparando de acuerdo con la exigencia de un millonario llamado Adelson a cambio de traernos el paraíso de Eurovegas a Madrid.

Estas son las cosas que, como comentábamos en la entrada de ayer en este blog, hacen de España el asombro y hasta el estupor del mundo – Montoro dixit. Por un lado, castigamos a los enfermos graves y crónicos, muchos de ellos personas mayores, con un copago más sin detenernos a calibrar los efectos negativos para la salud de aquellos con menos recursos económicos ni sopesar siquiera la posibilidad de hacer recaer parte de ese gasto presuntamente irracional sobre los todopoderosos laboratorios farmacéuticos; al mismo tiempo, le ponemos la alfombra roja a un sospechoso magnate del juego que chantajea a todo un Gobierno con la amenaza de llevarse a otro lado los miles de millones que supuestamente va a invertir en un macrotugurio con aeropuerto para vips.

Si él lo exige cambiamos la ley antitabaco para que se pueda fumar a placer en sus salas de juego y – ya lo veremos – hasta le permitiremos que los beneficios de los jugadores tributen en sus países de origen, si es que no van directamente en avión desde Eurovegas a algún paraíso fiscal. Dice el refrán que entre salud y dinero, salud primero. Sin embargo, la primera autoridad sanitaria de este asombroso país lo aplica exactamente al revés: el que quiera salud que se la pague.

El asombro del mundo

Ha dicho Montoro que no tardará España en volver a ser el asombro del mundo y, si él lo dice, así será. Preparémonos por tanto para convertirnos en algo así como la octava o la novena maravilla mundial, que ya he perdido la cuenta. Dejaremos boquiabierto al mundo, pasmado de asombro y envidia ante lo que España es capaz de hacer con un gobierno como el actual y, sobre todo, con un ministro como Montoro, él mismo asombro de propios y extraños, mayores y pequeños, hombres y mujeres, laicos y seglares, etc.

Las bases para que España maraville tanto o más que las pirámides de Egipto, los jardines colgantes de Babilonia, el Faro de Alejandría o el Coloso de Rodas están puestas. Veamos algunas: en unos años España aportará uno de cada tres pobres a la Unión Europea, toda una contribución al asombro internacional. Ya aportamos una buena parte de los parados, de los pensionistas con peores pensiones y de los estudiantes con el futuro más negro.

Nuestra contribución al asombro mundial incluye también un tesorero político trincón con millones de euros en Suiza, un presidente de gobierno pillado en una maraña de mentiras y medias verdades, una oposición en un quiero y no puedo, el presidente de un tribunal de garantías constitucionales afiliado a un partido político, una clase dirigente atornillada al sillón del poder pidiendo la dimisión de los rivales y una clase empresarial babeando de placer ante cada vuelta de tuerca laboral. Del mismo modo asombramos por nuestra determinación para acabar con los políticos corruptos pero no dejamos de votar por ellos y aplaudirlos a la salida de los juzgados a la vez que hacemos aeropuertos para las personas y los pájaros.

No se agotan aquí las maravillas que hacen de España el asombro ya no sólo mundial sino intergaláctico, que se queda corto Montoro, de natural modesto. Tenemos los jugadores de fútbol más caros del mundo y los índices de pobreza más altos de Europa, al mismo tiempo que cambiamos las leyes nacionales y aprobamos excepciones fiscales para que magnates de puro y billetera conviertan medio Madrid en un tugurio gigantesco y exclusivo.

No se vayan que hay más: les sacamos las castañas del fuego a los bancos y le damos largas a desahuciados y estafados; somos un país hecho de retazos que cada día amenaza con romper las costuras pero tratamos el problema con displicencia y desdén, nos decimos soberanos pero inclinamos la cerviz ante los mercados, ponemos en venta los hospitales públicos para garantizar la sanidad universal y de calidad y ahorramos en seguridad ferroviaria; les pasamos factura por los medicamentos a los pensionistas y les perdonamos sus deudas a los defraudadores fiscales; subimos los impuestos cuando prometemos bajarlos y recortamos las pensiones cuando prometemos mejorarlas.

Y aún más: obligamos a los estudiantes más pobres a demostrar que son más listos que los ricos para recibir una ayuda pública, animamos a nuestros jóvenes a buscarse la vida en otros países y decimos que eso es bueno y que se llama “movilidad exterior”; aseguramos que somos un país aconfesional pero le damos cada vez más cancha a la enseñanza religiosa y seguimos acudiendo con mantilla y peineta a la procesión del Corpus y al Vaticano de Roma en donde, por cierto, parece que se ha colado un “rojo” de rondón; nos enorgullecemos de ser modernos y civilizados y seguimos quemando, desriscando y alanceando toros, cabras, burros y lo que se nos ponga por delante.

Y sigue la lista de maravillas: somos un país antiguo que ama y apoya la cultura pero subimos los impuestos al teatro y al cine y, de paso, ponemos a los artistas a parir si osan expresar en público sus opiniones. De remate, se nos llena la boca de grandes palabras sobre la Justicia pero la manipulamos y politizamos y le ponemos tasas de acceso.

También hay cosas buenas pero no son tan maravillosas como las de la lista anterior. Aunque se queda corto Montoro en una cosa: no somos o seremos el asombro del mundo, lo que en realidad somos ya es el estupor del planeta y de la galaxia.

Europa en burro

Es un tópico acusar a la Iglesia Católica de tardar siglos en amoldarse a los tiempos y aceptar los cambios sociales. Salvando las distancias, la Unión Europea también parece ir en burro cuando se trata de responder a las demandas de los ciudadanos y sólo acelera cuando se trata de evitar el desplome de la banca y dar satisfacción a los mercados. Ahí tenemos a los hombres de negro hurgando en los balances de los bancos españoles para decidir si nos someten a una nueva tanda de recortes y apretándoles a placer las tuercas a griegos, portugueses, chipriotas e irlandeses.

Pero cuando de lo que se trata es de echarle una mano a los ciudadanos ahogados cuando no directamente estafados las cosas de palacio empiezan a ir a paso de burro. Dos ejemplos lo avalan. Hace apenas unos días el Parlamento Europeo aprobó una nueva directiva comunitaria para fortalecer la protección ante los bancos de los consumidores con hipoteca. No crean que se trata de nada revolucionario que incluya demandas como la dación en pago. Nada de eso, no vaya a resentirse el delicado sistema financiero. Establece, eso sí, que los ciudadanos dispondrán de una semana para arrepentirse de lo firmado o para pensárselo antes de firmar.

Y poco más, salvo mucha literatura sobre la obligación de los bancos de informar con todo detalle de las condiciones de la hipoteca. Con todo y a pesar de lo timorata que es la directiva en cuestión, los estados no estarán obligados a adaptarla a sus respectivas legislaciones nacionales hasta dos años después de su aprobación definitiva, aunque los tribunales de justicia podrán apoyarse en ella en sus sentencias. Todo esto cuando en países como España son ya decenas de miles las familias desahuciadas o en riesgo de desahucio, por no mencionar los suicidios por esta causa. Deberían explicarles de qué les va a servir a ellas esta directiva y si verdaderamente servirá para las que puedan verse en el futuro en su misma situación.

Lo mismo tendrían que hacer respecto a otra iniciativa que también llega tarde. La Comisión Europea ha terminado por fin de creerse que los bancos actuaban conchabados para manipular el euribor que fija el interés de las hipotecas variables. Tal manipulación ha perjudicado a millones de ciudadanos europeos, sin mencionar la estafa que suponen las cláusulas suelo a las que en España han tenido que ponerle coto los tribunales ante la pasividad de un Gobierno siempre preocupado por la sacrosanta estabilidad del sistema financiero.

Ahora empezará el largo trámite burocrático para aprobar un reglamento en el que está previsto que sea un organismo comunitario ajeno a los bancos el que fije ese indicador. Prevé también multas muy severas para quienes hagan trampas, aunque ya los bancos tramposos han aceptado pagar cifras millonarias por jugar con las cartas marcadas, a buen seguro de que ha sido mucho menos de lo que se han embolsado engañando a los consumidores a los que nadie les devolverá el dinero estafado. Así las cosas, sí hay una diferencia notable entre la Unión Europea y el papa: mientras la primera va en burro el segundo lo hace al menos en un 4 Latas.

Francisco: un papa atípico

Confieso que me tiene un tanto perplejo el porteño papa Francisco. En pocos meses ha dado más señales de por dónde quiere encaminar los pasos de la iglesia católica que muchos de sus antecesores juntos. Bueno, rectifico: sus antecesores, especialmente Juan Pablo II y Benedicto XVI, sí que dejaron claro qué Iglesia Católica preferían y, desde luego, no parece ser la misma que la del papa argentino. En donde aquellos se retrotrajeron poco menos que al Concilio de Trento en materia de dogma o moral, éste da pasos hacia una Iglesia mucho más acorde con los tiempos y con las aspiraciones sociales. 

Algunas perlas ha dejado ya para la reflexión sobre asuntos hasta ahora anatema: los homosexuales, el celibato y, ahora también, las excomuniones por divorcio para las que pide una solución. Sin contar con su decidida y pública defensa de la paz y la búsqueda de una salida política a la situación en Siria cuando todo un Premio Nobel de la Paz como Obama estaba a punto casi de apretar el botón para que empezaran a llover las bombas sobre Damasco.

Además, se habla con la Teología de la Liberación, ha dicho que los ateos “son buenos si hacen el bien”, ha sermoneado a los políticos por su falta de “humildad” y “amor” al pueblo y se ha permitido prescindir del intrigante Bertone en la Secretaría de Estado del Vaticano. Para colmo, exige que se le de utilidad social al enorme patrimonio inmobiliario de la Iglesia, se salta el pesado y anticuado protocolo y se mueve en un viejo un 4 latas.

Es imposible saber aún si estos gestos y palabras del nuevo papa se terminarán concretando en un necesario giro copernicano de la Iglesia Católica o se quedarán en un mero catálogo de buenas intenciones. Dependerá mucho de su propia capacidad y fuerza para llevarlas adelante y, por supuesto, de la oposición que ejerzan los lobos con piel de cordero que pululan por el Vaticano y otras jerarquías eclesiásticas en donde ya empiezan a recelar de sus palabras e intenciones y que no se lo van a poner precisamente fácil.

Desde su proclamación, Francisco ha cuestionado posiciones inamovibles durante siglos en la Iglesia Católica más difíciles de cambiar y con más resistencias que la mismísima basílica de San Pedro. Necesitará una fuerza hercúlea y una voluntad de hierro para conseguirlo. Sin embargo, aunque este mundo secularizado seguirá su agitado curso si fracasa, su valentía y su mayor sintonía con la sociedad  en la que le ha tocado vivir merecen el apoyo y el respeto aunque haya quienes vean en sus palabras poco más que un intento de aggiornamento de la Iglesia para no seguir perdiendo fieles y vocaciones. Respecto y apoyo incluso entre quienes vemos en el papado y sus oropeles una institución medieval ampliamente superada por la Historia.

El trinque de la troika

Andan por España de nuevo los hombres de negro. Hoy han llegado los del FMI y en unos días lo harán sus colegas del BCE y la UE. El Trío de la Troika – valga la redundancia - vuelve para levantar otra vez las alfombras de los bancos, ver si se van mejorando de la indigestión inmobiliaria y les dan el alta o si por el contrario necesitan una nueva inyección millonaria de euros en vena para que recuperen definitivamente la salud perdida.

De lo que descubran dependerá que le recomienden o no al Gobierno español que deje de hacerse el remolón y amplíe el rescate a la banca para lo cual ya han empezado a presionar suavemente. Educadamente, eso sí, que estos señores son muy considerados, han estudiado en universidades de mucho ringo rango y nunca pierden los estribos cuando hablan de dinero.

Vale, lo admito: sé que hay gente muy sensata que se pone nerviosa cuando se critica que con dinero público y a costa de la piel de los ciudadanos se haya rescatado a la banca con la peor cabeza de la historia de este país. Enseguida sacan a relucir la importancia de los bancos en una economía capitalista, que sin bancos no hay crédito, que sin crédito no hay inversión, que sin inversión no hay empleo y que sin empleo no hay paraíso ni estado del bienestar que merezca ese nombre. Conclusión: hay que rescatarlos cueste lo que nos cueste.

Lo malo que tiene el argumento es que ya está muy gastado: cuando se cumplen cinco años de la crisis no hay crédito, no hay inversión, no hay empleo, cada vez hay menos estado del bienestar y el paraíso es ya poco más que una utopía para charlatanes del optimismo bobalicón por bandera. Por qué no hay nada de eso es un misterio tan insondable como el de los famosos agujeros negros. Del generoso rescate que nunca se ha querido reconocer como tal se han gastado ya 40.000 millones de euros, el Gobierno ha puesto otros 60.000 de nuestros bolsillos y en la suma no entran otras generosas ayudas públicas a la banca. Ni con esas: el crédito sigue congelado, la inversión paralizada, etc., etc..


Eso sí, los mismos bancos tan necesitados de sanear todavía sus balances siguen haciendo un gran negocio con la deuda pública que compran al 4 o al 5% con dinero que les presta el BCE al 1%. Y no entremos ahora en consideraciones políticas de fondo como la pérdida de soberanía que supone para España que unos señores de negro vengan a revolver papeles y a imponernos cuánto dinero más tenemos que darle a los bancos para sacarlos del penoso estado de postración en el que se encuentran.

Sea en malahora que vuelven a España los hombres de negro de la troika, precedidos por una nueva recomendación al Gobierno para que devalúe aún más los salarios, ya por los suelos, y mejore así la famosa competitividad. A este paso, España será en poco tiempo más competitiva que Bangladesh o China, países a los que nos vamos pareciendo más cada día.

Dudo de que sus agendas electrónicas de última generación tengan un hueco libre fuera de las reuniones con los banqueros y el Gobierno, pero les sugiero a estos modernos jinetes del Apocalipsis bancario darse una vuelta por una cola del paro o por un colegio público o por un hospital o por un parque de pensionistas o por el hogar de una familia al borde del desahucio y le pregunten a la gente cómo ve lo de seguir dándole dinero a los bancos. No serviría de nada pero lo que nos reiríamos no está en los libros.

Apadrina un pensionista

Hace poco, la rectora de la Universidad de Málaga y presidenta de la Conferencia de Rectores lanzó la idea – seguramente con toda la buena voluntad del mundo – de recurrir al padrinazgo de particulares o empresas con el riñón bien forrado para costear los estudios de jóvenes sin recursos. La propuesta pretende paliar el desaguisado que ocasionará la política de becas de un ministro como José Ignacio Wert, que ha confundido el tocino con la velocidad y la excelencia académica con la igualdad de oportunidades para acceder a la enseñanza.

De inmediato, la comunidad universitaria se dividió entre quienes no ven mal la propuesta de la rectora y quienes opinan que supone sustituir el derecho a la educación por la caridad particular, arbitraria y voluntaria. Ignoro el recorrido que tendrá la idea de la rectora, aunque algunas universidades ya habían recurrido de hecho a esa fórmula para ir tirando en medio del tsunami de recortes y ajustes que nos ahoga. Tal vez convendría no echarla en saco roto e incluso extenderla a otros colectivos sociales como el de los pensionistas presentes y futuros. 

 
El Gobierno acaba de aprobar el galimatías del factor de sostenibilidad de las pensiones que, en síntesis, consiste en cómo hacer para que los pensionistas pierdan más poder adquisitivo del que ya han perdido con la crisis y encima sigan trabajando como canguros y contribuyendo al sostenimiento de los hijos y nietos en paro. Ya hay estudios que auguran que con esta reforma, la pérdida de poder adquisitivo oscilará entre el 15 y el 28% de unas pensiones que ya son de las más bajas de la Unión Europea.


La sin par Fátima Báñez ha dicho hoy sin sonrojarse que esta reforma proporciona “seguridad, tranquilidad y certidumbre” a los pensionistas. Ninguna de las tres cosas son ciertas: no hay seguridad de la cantidad que se va a cobrar porque el Gobierno desvincula la revalorización de las pensiones del coste de la vida y abre la puerta a la discrecionalidad gubernamental a la hora de fijar la cuantía. Respecto a esa alambicada fórmula que se ha sacado el Gobierno de la chistera para calcular cuánto aumentarán las pensiones año a año y que, según Báñez, permitirá que las pensiones nunca se congelen, sólo cabe decir que no congelarlas no equivale ni de lejos a incrementarlas de acuerdo con el coste de la vida, más bien todo lo contrario.

Por tanto, ni tranquilidad ni certidumbre: desazón y sometimiento al albur del uso político que el gobierno de turno quiera hacer de las pensiones y de los votos de los pensionistas, siempre tan apetecibles para los partidos políticos. De modo que con las termitas neoliberales destruyendo de prisa y sin pausa las vigas maestras del estado del bienestar, desde la educación a las pensiones pasando por la sanidad y los servicios sociales, tal vez haya que ir pensando en trasladar a los pensionistas la idea de la rectora malagueña.

Sustituyamos el derecho a una pensión digna y acorde con el coste de la vida por las pensiones privadas y las asociaciones de damas de benifencencia para los pobres de solemnidad. Eso sí que es un factor de sostenibilidad tan claro y nítido que todo el mundo puede entenderlo y saber a qué atenerse.

Opaca transparencia

Un año han empleado los partidos políticos para ponerse de acuerdo sobre la Ley de Transparencia y no lo han conseguido. La norma se vota hoy en el Congreso de los Diputados y, previsiblemente, saldrá adelante con el voto en contra del PSOE, el principal partido de la oposición.

Era ésta una de las leyes estrella prometidas por Rajoy, pero ya se sabe lo que ocurre con las promesas del presidente: se convierten en lo contrario de lo que prometen. Esta ley llega además tarde, y no sólo por lo asombroso que resulta que se discuta sobre la obligada transparencia que debe presidir el comportamiento de personas e instituciones que se nutren de los impuestos cuarenta años después del retorno a la democracia.También porque durante el año que se ha demorado su tramitación, a pesar de las expectativas de mejorar el gobierno de la res pública con la que se presentó, se han ido destapando una tras otra no pocas sentinas de corrupción pública que bien merecería la situación que la ley se echara a la papelera y se empezara de cero.

Por lo demás, esta es una ley timorata en aspectos esenciales para que merezca el nombre de “transparente”. La Casa del Rey entró en ella a regañadientes del PP y del PSOE que al final cedieron gracias – y tal vez sea lo único que haya que agradecerle – a las andanzas de Iñaki Urdangarín y su regia esposa. Eso sí, ma non troppo: los miembros de la Casa Real no estarán obligados a detallar los gastos de sus numerosas actividades públicas ni a dar cuenta de los negocios que realicen gracias a las asignaciones que reciben de los Presupuestos Generales del Estado. Si un colectivo o un particular tiene la mala idea de interesarse por el destino que la Casa Real da a esos recursos públicos será el Gobierno el que decida si facilita o no la información.

Ejemplo diáfano de la opaca transparencia de la ley es que, a pesar de reconocer el derecho a la información, le impone un largo listado de restricciones que van desde la seguridad nacional al secreteo profesional pasando por la seguridad pública, la prevención, las garantías de los procesos judiciales o los intereses económicos y comerciales. En resumen, un derecho a la información lleno de pegas y restricciones que lo convierten en puro papel mojado sin contenido práctico y efectivo alguno.

El Gobierno se arroga también proponer al presidente del pomposo e “independiente” Consejo de Transparencia y Buen Gobierno, que supuestamente debe velar por el cumplimiento de la Ley de Transparencia: lo nombrará por mayoría el Congreso a propuesta del Ministerio de Hacienda y Administraciones Públicas. ¿Independiente? ¿De quién?

Más, qué Ley de Transparencia cabe esperar de un Gobierno cuyo presidente lleva meses guardando silencio contumaz y cómplice sobre el caso de corrupción más grave de la democracia.

España hace aguas

Admito que hoy ha sido fácil dar con el título de esta entrada en el blog, algo a veces más complicado de lo que parece. La catarata que esta mañana inundó el Congreso de los Diputados en la primera sesión del nuevo curso político es una espléndida metáfora de la situación general del país.

Ahí estaban muertos de la risa unos cuantos turistas presuntamente japoneses sacando fotos del chaparrón parlamentario. A su regreso se las enseñaran a los amigos para demostrarles lo serio que es el país que quería arrebatarle a Tokio y a Estambul los Juegos Olímpicos de 2020 con el imbatible argumento de lo relajante que es tomarse una cup of café y leche en la Plaza Mayor. 

Así, mientras el Congreso de los Diputados amenazaba con convertirse en una piscina olímpica, el presidente Rajoy ponía cara de palo y reiteraba que, sobre Bárcenas, no tiene nada más que decir y que nadie ha desmentido lo que ya dijo en aquel fiasco de pleno anterior al verano. Todo eso un día después de que conociéramos las nuevas andanzas de la misteriosa cabeza borradora que pulula por Génova 13, que poco a poco ha ido acabando con los discos duros de ordenador sospechosos de contener información comprometida para la cúpula popular y su cada vez menos presunta contabilidad b.

La eficiencia de este virus que acaba con todo lo que contenga la palabra Bárcenas afecta ya hasta a las agendas de las secretarias de los tesoreros populares que, ni cortas ni perezosas, no dudaron en destruirlas para que nunca se llegue a saber quiénes visitaban la sede popular a depositar la mordida que les permitía luego hacerse con jugosos contratos públicos en las administraciones gobernadas por el PP.

Nada de esto inmuta a Rajoy y a los suyos: ellos se limitan a ver llover y esperan pacientes a que escampe aunque el diluvio amenace ya con anegar el país entero de lodo.

Obama se lo piensa

Y hace bien en contar hasta tres antes de atacar a Siria. No redundaría en beneficio de su maltrecho prestigio nacional e internacional convertirse en el primer Premio Nobel de la Paz que ordena iniciar una guerra. Obama tiene dudas sobre lo que hacer en Siria y son comprensibles, todos las tenemos.

Duda del alcance y efectividad de un eventual ataque; duda de los rebeldes, amalgama de grupúsculos de todo tipo y condición con presencia contrastada de miembros de Al Qaeda; duda de sus esquivos aliados europeos y estos dudan de él, aunque algunos como Rajoy no duden en apuntarse a un bombardeo sin ni siquiera dar cuenta al parlamento de su país; duda del Congreso norteamericano y duda de sus compatriotas, no muy proclives a ver a Estados Unidos embarcado en otra aventura militar en el avispero de Oriente Medio. Bastante escaldados están ya con lo ocurrido en Irak y Afganistán como para meterse de coz y de hoz en otro conflicto en el que, como ocurre en todos los conflictos de este tipo, se sabe cuándo se entra pero no cuándo se sale.

Todo el mundo duda sobre si lo que más conviene en estos momentos es lanzar unos cuantos misiles sobre Damasco a modo de lección al régimen para que no se le vuelva a ocurrir gasear a su propio pueblo, aunque a la postre sea precisamente ese pueblo al que se dice proteger con la intervención militar el que termine pagando las consecuencias del ataque.

Nadie sabe muy bien qué hacer con El Asad y, por eso, Obama ha terminado aceptando la posibilidad de que Siria entregue su arsenal químico, una idea cazada al vuelo por Rusia y aceptada por Damasco después de haberla lanzado como sin querer el Secretario de Estado John Kerry. O tal vez fue queriendo con el fin de darle una oportunidad a Obama de que se lo piense un poco más.

Hasta ha aceptado el presidente esperar a que los inspectores de la ONU concluyan el informe sobre las muestras recogidas sobre el terreno aunque no aclararán quién empleó las armas químicas. Eso ya se encargaron de establecerlo los servicios secretos estadounidenses, británicos y franceses y concluyeron sin duda que fue El Asad.

Pero las dudas persisten: ¿cómo comprobar en un país que arde por los cuatro costados que el régimen entrega todo su arsenal químico, uno de los más grandes del mundo según diversas fuentes? ¿cómo transportarlo y destruirlo en condiciones de seguridad si hasta los inspectores de la ONU fueron impunemente tiroteados por francotiradores de no sabe bien qué bando? ¿cómo descartar la hipótesis de que aceptando esa opción El Asad no busca evitar el ataque y ganar tiempo para seguir masacrando a placer a su población?

Montañas de dudas para montañas de preguntas. Por eso Obama se piensa lo que hace una semana parecía tener meridianamente claro: había que darle una lección a El Asad. Y mientras duda y se lo piensa, obtiene un insólito protagonismo en el ámbito internacional el papa Francisco que apuesta por una salida negociada que no cause más dolor al pueblo sirio, una salida que todo un Premio Nobel de la Paz está obligado a explorar.

Cierro paréntesis

Toca volver a la normal anormalidad en la que se desarrolla la vida en estos tiempos de incertidumbre y retomar el pulso de las cosas que nos pasan, intentando averiguar por qué nos pasan y cuáles son sus consecuencias. Creo que la recomendación es extrapolable a los promotores patrios de la candidatura olímpica madrileña, que acaban de regresar de Buenos Aires con el rabo entre piernas. Sinceramente, ni me enfría ni me calienta que los aros olímpicos se los haya quedado Tokio. Por tanto, no caeré en la tentación patriotera de atribuirlo todo a una conjura judeomasónica para arrebatarle a la Villa y Corte lo que esos mismos promotores daban por hecho antes de haber cazado la piel de los miembros del COI.

Del mismo modo me produce una enorme pereza intentar analizar las razones ocultas de la decisión de los olímpicos votantes, cuánto pesó la pasividad española ante el dopaje, los recelos que genera la situación económica del país o el escaso don de lenguas del presidente del Gobierno y la alcaldesa madrileña. Esa tarea se la cedo encantado a los analistas de guardia que desde el sábado por la noche intentan buscar explicaciones alambicadas a lo que se explica de manera muy sencilla: España no pinta apenas nada en el concierto internacional y el COI, además de los grandes intereses creados que alberga en su seno, no se fía de un país de segunda fila para organizar un encuentro deportivo en el que se mueven muchos miles de millones de dólares.

En cualquier caso, me da igual: a decir verdad, casi me siento aliviado con solo pensar que la derrota madrileña nos evitará meses de propaganda gubernamental sobre el prestigio de la maltrecha “marca España”, hoy más maltrecha que nunca, la salida ipso facto de la crisis gracias a los Juegos y el respeto que merece el país por esos mundos de Dios. 

Sólo por no escuchar a Rajoy y a los suyos usando las Olimpiadas para desviar la atención sobre el “caso Bárcenas”, el paro o el acoso y derribo del estado del bienestar al que se han entregado con pasión desmedida en estos últimos meses, me alegro de que las Olimpiadas se hayan ido a Tokio, aunque lo mismo me daría que se las hubiese quedado Estambul.

Me duele, eso sí, por los deportistas españoles, los únicos que representan con dignidad la “marca España” por el mundo; aunque no más que lo que me duelen los parados que no encuentran trabajo, los trabajadores que temen perder el suyo si no se someten a las condiciones leoninas que se les imponen, los pensionistas que verán su pensión aún más recortada, los hogares que lo han perdido todo o los estudiantes que no podrán acceder a la universidad salvo que sus familias tengan el riñón bien forrado.

Ellos sí tienen que hacer verdaderos esfuerzos olímpicos diarios para continuar adelante a pesar de todas las trabas que se les ponen en el camino y es muy improbable que unas olimpiadas dentro de siete años hubiesen servido para que mejorara en algo su situación a corto y medio plazo. Así que “a relaxing cup of café y leche”, que las Olimpiadas pueden esperar.