Di que sí, Giorgio

Filípica de las buenas la que el cuasi nonagenario Giorgio Napolitano le dirigió ayer a la clase política italiana. “Irresponsable” fue el término que empleó al referirse a su incapacidad para ponerse de acuerdo sobre la formación del nuevo gobierno cuando casi han pasado ya dos meses de las elecciones. Dos meses en los que esa clase política a la que Napolitano llama “irresponsable” ha vuelto a hacer el ridículo más espantoso ante los propios italianos, más que hartos de sus políticos. El panorama no puede ser más desalentador con el centro izquierda de Bersani roto en mil pedazos, el Movimiento 5 Estrellas de Grillo diciendo no a todo y la derecha de Berlusconi renaciendo una vez más de sus propias cenizas más por deméritos ajenos que por méritos propios.

El ridículo no ha hecho más que crecer con el paso de los días y la búsqueda a la desesperada de un nuevo presidente del país después de haber fracasado con un octogenario (Franco Marini), un septuagenario (Romano Prodi) y otro octogenario (Rodota). Al final no ha tenido más remedio que pedirle al propio Napolitano, el más crecidito de todos, que repita como presidente de la República, lo que éste ha aceptado un poco a regañadientes y lo que ha hecho de él el primer presidente reelecto del país y el más anciano.

Napolitano, que lo ha intentado todo para poner de acuerdo a los partidos políticos y hasta encargó una agenda de reformas a un comité de “sabios”, vuelve a intentarlo a partir de hoy pero son pocas las esperanzas de que lo consiga. Beppe Grillo y los suyos parecen sentirse mucho más cómodos organizando manifestaciones y hablando de supuestos golpes de Estado que contribuyendo con responsabilidad a la gobernabilidad del país; el centro izquierda es una jaula de grillos en trance de desintegración total y sólo la derecha de Berlusconi parece algo más cohesionada aunque represente lo peor de la clase política italiana de los últimos años.



A Napolitano le quedaría la alternativa de buscar un político de prestigio y con capacidad para situarse por encima de la lucha partidista e impulsar las reformas que necesita Italia, en particular la de una ley electoral responsable de un Parlamento superpoblado y fragmentado en mil pedazos, impotente para conferir un mínimo de estabilidad al Gobierno. Esa opción, sin embargo, podría suponer que Napolitano repitiera el error que supuso el nombramiento del tecnócrata Mario Monti saltándose el parecer de los ciudadanos. Los ridículos resultados obtenidos por Monti en las elecciones de febrero hablan por sí solos de lo erróneo de la decisión, en gran medida impuesta desde Berlín y Bruselas, en donde el solo nombre de Berlusconi levantaba y sigue levantando ronchas.

La tercera opción es convocar de nuevo elecciones – y es la más probable más pronto que tarde –, aunque nada garantiza que los resultados varíen sustancialmente con respecto a los de febrero. El atasco está servido y no parece que Napolitano, con todo su prestigio y experiencia, esté en condiciones de resolverlo. No al menos mientras la “irresponsable” clase política italiana, sin distinción, siga anteponiendo sus propios intereses frente a los de los ciudadanos.

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