La auténtica cara de la marca España

El Gobierno y la Casa Real están muy preocupados últimamente por la imagen de España en el exterior. El Rey y el presidente se han afanado en convencer a los grandes medios internacionales de comunicación – y, a través de ellos, a los mercados – de que éste es un país obediente que hace sus deberes y en el que se puede confiar. El esfuerzo, sin embargo, está resultando baldío: las protestas sociales aumentan y se intensifican, en el horizonte próximo planea una nueva huelga general que puede incluso tener dimensiones europeas, aumenta la desafección ciudadana hacia la clase política y, de añadidura, se vuelve a tensar el debate del modelo de Estado con el movimiento independentista catalán.

Todo eso ha aparecido claramente reflejado en esos mismos medios de comunicación a los que el Gobierno y el Rey han intentado ganar sin éxito para la causa del masoquismo fiscal que es el santo y seña de su política suicida. Dejando a un lado la institución monárquica, cuya credibilidad ha perdido muchos enteros en los últimos tiempos, el Gobierno parece ignorar que el problema no radica en la confianza que merece el país sino en la que merece su propia política de prometer una cosa y hacer la contraria, de actuar por cálculo político, de convertir a las víctimas de la crisis en sus culpables o de presentar unos presupuestos para el próximo año asfixiantes e increíbles.

Todo ello está conduciendo a una fractura social cuyas consecuencias más dramáticas son ya bien palpables: crece el paro y aumenta el número de personas en situación de exclusión social. Esa realidad es la que han reflejado – muy a pesar del Gobierno – los reportajes que medios como el New York Times han dedicado a España en las últimas semanas. Sin embargo, no hace falta recurrir a la biblia del periodismo mundial para saber cuál es la realidad desolada que está provocando la crisis y las medidas que el Gobierno está tomando supuestamente para superarla.

Basta con saber que, por primera vez en su historia, la Cruz Roja Española no dedicará este año la Fiesta de la Banderita a pedir ayuda para los desfavorecidos de países del Tercer Mundo afectados por guerras o catástrofes naturales: este año pedirá para ayudar a los más de dos millones de pobres españoles, muchos de los cuales han caído en esta situación después de perder empleo y vivienda y todo tipo de prestaciones públicas y hoy tienen que mendigar un plato de comida en los comedores sociales de ésta y otras ONGs a las que también se les recortan las ayudas.

Esa es la verdadera cara de la marca España que el Gobierno pretende sepultar sin conseguirlo bajo el galimatías de las grandes cifras macroeconómicas y el objetivo de déficit, mientras Rajoy halaga a la mayoría silenciosa que no se manifiesta en las calles contra sus medidas de demolición del estado del bienestar, dando abusivamente por sentado que las comparte. 

Esconder la realidad es una estupidez política pero negarla es una locura que puede acarrear gravísimas consecuencias para la convivencia democrática. Y aún se maravillan algunos, el Gobierno entre ellos, de que un creciente número de ciudadanos vea en la política y en los políticos el problema y no su solución; una percepción que dista sólo un paso de la aparición de movimientos populistas y demagógicos dispuestos a obtener rédito político de una situación social cada vez más explosiva.

Aquí puedes ver el vídeo de la campaña de Cruz Roja para la Fiesta de la Banderita de este año:

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